Hace aproximadamente 15 años tuve una profunda crisis personal, tanto a un nivel más abstracto como derivada de sucesos específicos de mi vida. El resultado fue una casi absoluta desconexión entre mente y cuerpo, pues era como si el segundo estuviera habitado por una mente a su vez habitada por voces en competencia, que se turnaban para pronunciar mandatos e ideas entre sombrías y lacerantes. La sensación al despertar era la de experimentar el fin de una tregua traída por el sueño, para dar paso de nuevo al griterío de entidades que si bien sin duda son parte de uno mismo, se vivían como algo totalmente ajeno. Paralelamente, me enfermé de las vías urinarias y acudí a varios especialistas que me atiborraron de antibióticos, antiinflamatorios y relajantes musculares, sin ningún resultado positivo, ante lo cual inequívocamente me veían con cara de “Amigo, está usted loco”, y era el momento de buscar otra opinión.
Empecé a ir a una terapia psicoanalítica tres veces por semana. Dejé de beber. Acudía regularmente a clases de yoga. Probé con una terapia de imanes. Con remedios herbolarios de un médico maya. Incluso acudí con una bruja que me envió con una receta al Mercado de Sonora para delimitar un cuadrante que ahuyentara a los malos espíritus, pero la sugerencia de conjurar mi malestar matando a un gallo resultó demasiado para mí. Buscando soluciones en internet, ya con gran desesperación, me topé con el método de un tal doctor Larry Clapp, cuyo libro proponía unos ayunos de 11 días a base de agua de limón con miel de maple y pimienta cayena, para supuestamente purificar y desintoxicar al organismo. Ya sin mucho que perder, realicé el primer ayuno con menores dificultades de las que hubiera previsto, pues tomaba hasta 10 litros de agua al día, con lo cual en efecto no me daba hambre, y quizá lo que más recuerdo era la monotonía cotidiana, donde cada hora parecía exactamente igual que la anterior o la siguiente. Fuera de bajar como 6 kilos que después subí casi de inmediato, la purificación del organismo no tuvo efectos muy visibles, pese a lo cual persistí en hacer otros dos ayunos más, pero el último lo tuve que interrumpir porque al verme en el espejo imaginé que otro rostro me miraba, clara señal de que mi mente empezaba a desvariar (más).
Recordé este lejano episodio a partir del ensayo “Nuevos síntomas psicológicos”, de la genial filósofa eslovena Renata Salecl, contenido en su libro El placer de la transgresión (Ediciones Godot), donde habla justamente de la charlatanería asociada a toda esa industria del wellness y sus ofertas de purificaciones y desintoxicaciones que muchas veces (como claramente fue mi caso) conducen a las personas a atentar contra su propia salud: “La pasión por la limpieza es un síntoma de una sociedad que tiene muchos problemas para pensar con espíritu colectivo, para pensar cómo formar las relaciones, y en especial para pensar que la ideología del individualismo como base de la sociedad de consumo atraviesa una grave crisis”.
Las desintoxicaciones milagrosas serían así desplazamientos que permiten postergar afrontar las verdaderas causas de los síntomas, cuestión que por lo general termina ocurriendo, a menudo cuando ya es demasiado tarde. En mi caso, una vez perdida la fe en los ayunos, comencé a escribir una novela, La suma de los ceros, que, por cursi que suene, me permitió al final de un largo proceso entender lo que tantos años me había aquejado. Habiendo dicho esto, ahora que viene el segundo año nuevo pandémico, estoy considerando seriamente darle en el 2022 una oportunidad más al Dr. Clapp.
Eduardo Rabasa