El fallecimiento de Muñoz Ledo me hizo recordar dos verdades conocidas: 1a) Todo político está obligado a ser fuerte ante infundios y calumnias en su contra, pero debe avergonzarse por acusaciones sustentadas en la verdad, no en medias verdades o mentiras completas. 2a) Ante la muerte de un ser humano prevalecen frecuentemente, por razones muy explicables, los elogios y reconocimientos; y sólo personas con mala entraña hacen escarnio a quien ya no puede defenderse.
Pues bien, Porfirio es considerado uno de los pocos políticos con visión de Estado en los últimos 60 años de la vida nacional: talentoso, culto y sagaz, elocuente orador, polemista mordaz, firme impulsor de la democracia, combativo, ocurrente, duro y negociador, engreído, encantador e insoportable, gesticulador, aplaudido en tribunas y parlamentos, pero desdeñado en las urnas.
Su vida política la inició afiliándose al antiguo PRI (creador de instituciones, hegemónico, autoritario y corrupto) ocupando desde ahí cargos públicos relevantes. Lo conocí bien: primero tuvimos confrontaciones públicas muy ácidas, y después, durante años, fuimos amigos, y esa cordialidad superó disputas y agravios del pasado.
Pero la vida de Porfirio estuvo marcada indeleblemente por la lucha ininterrumpida entre su idealismo, su pragmatismo y su protagonismo, cualidades necesarias en todo político, aunque pocos logran mantenerlas en equilibrio, sobre todo si como él han vivido únicamente de la política y para la política.
A Muñoz Ledo le importaban un bledo los principios, programas y proclamas de los partidos políticos, los veía como simples espacios donde podía exponer sus ideas y ocupar cargos públicos para realizarse como zoon politikón. Eso explica por qué su sinuoso periplo: estuvo en el PRI, en el PARM, en el Partido del Trabajo, en el Frente Democrático Nacional, en el PRD y en Morena (de donde también renunció) sin olvidar su incorporación al gobierno panista de Vicente Fox.
Desde hace años he comentado públicamente una de sus anécdotas, reveladora del pragmatismo y chispa del personaje: cuando el PRD reprobaba con la mayor enjundia los encuentros del PAN con el presidente Salinas (principalmente a través de Don Luis Álvarez y yo) al salir de hablar una tarde con el presidente me topé con Porfirio en un pasillo de Los Pinos, por lo cual le reclamé: ¿No que ustedes no hablan con el presidente? Con sorna y desparpajo me contestó: “sí, pero hay una gran diferencia: las reuniones de ustedes son secretas y las de nosotros son discretas”. ¡Ajá! Reímos y nos despedimos.
Ese también fue Porfirio, pero en mi memoria predominan sus atributos positivos: su talento, su cultura, su genio e ingenio, su visión de Estado y su lucha por el avance democrático de México. Todo ello ilumina y honra su vida. ¡Descanse en paz!