Partieron del Mediterráneo con agua, medicamentos, arroz y esperanza. La llamaron Flotilla Global Sumud, palabra árabe para nombrar la resistencia paciente. El gobierno de Israel la interceptó antes de llegar a Gaza.
Abordajes nocturnos, marinos apuntando fusiles a médicos, activistas sometidos, cámaras confiscadas... Más de 400 personas detenidas, entre ellas seis mexicanas: Sol González Eguía, Ernesto Ledesma Arronte, Arlín Medrano Guzmán, Carlos Pérez Osorio, Diego Vázquez Galindo y Laura Alejandra Vélez Ruiz Gaitán.
Todos deportados a Jordania, con los rostros quemados por el sol y la frustración. En Nueva York, la ONU, esa reliquia que cumple ochenta años, siguió repitiendo su letanía de “profunda preocupación”. Los diplomáticos oficiales hablaron, los voceros justificaron, y el mar volvió a cerrarse sobre el silencio.
El poder desenfrenado no teme a los ejércitos de la compasión; los ridiculiza. En Gaza, la ayuda humanitaria se considera una provocación. En Europa, las protestas contra los bombardeos se clasifican como “antisemitismo potencial”. El lenguaje se ha vuelto arma letal del neo fascismo: convierte el crimen en “operación”, la ocupación en “defensa”, y la resistencia en “terrorismo”.
Entre los detenidos de la Flotilla Sumud había periodistas, médicos, religiosos y poetas, pero todos los comunicados militares los designan como “activistas pro-Hamás”. A estas alturas de la situación, el gobierno de Israel no necesita pruebas de nada y el gobierno mexicano no exige rendición de cuentas; solo estabilidad.
Mientras tanto, los palestinos siguen cargando sobre sus cuerpos la evidencia de lo que la retórica global no puede ocultar: sufren el apartheid contemporáneo más documentado del planeta.
Cuando los barcos de Sumud fueron interceptados, pensé en otra modesta flotilla que recorrió EU de costa a costa en 2012 en medio de un silencio atronador: la de hombres y mujeres mexicanas buscando justicia por sus familiares asesinados, torturados o desaparecidos en la llamada guerra del narco. Aquella travesía fue también una forma de diplomacia del desamparo: gente que no tiene Estado representándose a sí misma ante la humanidad.
Vaya paradoja de nuestra época: los gobiernos, cada vez más ensimismados en su miedo, han dejado de representar a las personas. Los diplomáticos ya no negocian por justicia, sino por estabilidad, estabilidad, estabilidad... Muchos periodistas que se atreven a mirar desde abajo son perseguidos por “sesgo”, y los ciudadanos que actúan -que se embarcan, que marchan, que rescatan- son detenidos por “interferir en operaciones militares”.
La Flotilla Sumud no cambió el destino de Gaza, pero dejó una huella: que aún existen, en este planeta saturado de cinismo, quienes entienden que la compasión es una forma de resistencia.
Mientras la ONU y gobiernos como el mexicano se consumen en comunicados, por los desamparados del mundo habrá quienes sigan navegando -en barcos o en caravanas-, inventando una diplomacia que no necesita banderas, apenas coraje.