Las terribles lluvias que azotaron al centro de México le están dando un inesperado —y evidentemente no deseado— respiro a la presidenta Claudia Sheinbaum. De no ser por esta tragedia, la Presidenta seguiría, esta semana como las anteriores, respondiendo a los cuestionamientos de los reporteros sobre la última fechoría o sinvergüenzura de sus compañeros de partido: los viajes en helicóptero de Noroña, la sofisticada vida de la hija de Monreal, los exquisitos gustos pictóricos de Andy, los puestos de aviador del hijo de Adán Augusto. El pasado jueves ya mostró su irritación —y es comprensible: debe estar harta de tener que responder por ellos—, pero más sorprendente es el silencio del resto de los morenistas. Flaco favor le hacen a la Presidenta, porque, hoy por hoy, pareciera que solo ellos —Adán Augusto, Monreal, Noroña y Andy— representan a Morena. ¿Dónde están los demás?
La presidenta del partido, Luisa María Alcalde, apareció recién para expulsar de Morena al ex secretario de Seguridad de Tabasco Bermúdez Requena. Menos mal, pero muy poco y muy tarde. La secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel, de la que la Presidenta dijo una mañanera que “no hay mejor organizadora en el mundo”, es seguramente eficaz, pero disfuncionalmente discreta. Fuera de sus intervenciones en la mañanera, de ella no sabemos nada. Lo mismo se puede decir de Luz Elena González, la secretaria de Energía, o de Andrés Lajous, secretario de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes. Gente de primera, pero que se asumen como técnicos y se parapetan detrás de la Presidenta. Cuidado, porque es la política y los triunfos en las urnas lo que les permite estar en esos puestos. En el gabinete, fuera de Marcelo Ebrard, que tiene una carrera política propia, y de Omar García Harfuch, los demás no pintan políticamente.
Mención aparte merece el caso de Clara Brugada, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México. A pesar de que está al frente de la capital del país, un espacio que siempre ha sido trampolín y escaparate natural para que sus titulares compitan por la Presidencia de la República, mantiene un perfil muy discreto, por no decir borrado. Y esto, a pesar de que tiene un respaldo importante dentro de Morena, de que le reconocen un estilo propio de gobernar (muy cercano a la gente) y de que se le considera honesta y comprometida.
Es como si los morenistas, la dirigente del partido, la jefa de Gobierno y los integrantes del movimiento pensaran, como en los viejos tiempos del PRI, que de última hora al que se saquen de la chistera lo harán presidente. Mucha soberbia.
El resultado, por lo pronto, es una Presidenta muy sola frente al vendaval de escándalos de sus más conspicuos compañeros de partido. A ninguno de los otros morenistas, de los que sí tienen autoridad moral, se le ve saliendo a fijar una posición partidista o política. En ningún lado se les ha visto defender la “honestidad valiente” o criticar los comportamientos inexcusables de los susodichos. Todos siguen rehenes, esperando que ella, y solo ella, dé un paso al frente y encare el deterioro político que todo esto implica. Fue López Obrador el que los enseñó a callar, ninguno podía dar entrevistas sin pedir permiso a Palacio y en las mañaneras les pedían que fueran breves para que no tiraran el rating; ya hubo cambio de presidente, pero ellos así siguen.