El 15 de mayo se celebra el “Día del Maestro”. Atesoro con cariño el recuerdo de mi primera profesora en preescolar: la maestra Vicky.
Junto con los recuerdos de cariño y admiración, es necesario que revisemos las formas de violencia que hay en el salón de clases.
Tengo 7 años dando clases en el nivel universitario, sector público y privado, encuentro algunos patrones.
El profesor es casi todopoderoso. El sistema educativo basado en la calificación numérica le concede un poder autoritario a la persona encargada de evaluar.
La evaluación de las personas alumnas sobre la práctica docente sigue la lógica del autoritarismo, ocasión para la venganza.
Rita Segato llama pedagogía de la crueldad a todos los actos y prácticas que enseñan a los sujetos a cosificar la vida.
Es decir, a todo lo que enseña a relacionarse con las personas como si fueran cosas.
La repetición de esta violencia produce un efecto de normalización de un escenario de la crueldad. Promueve bajos umbrales de empatía indispensables para el abuso de poder.
La crueldad habitual en un salón de clases es directamente proporcional a formas de gozo narcisista y consumista.
Como profesor tengo múltiples formas de alimentar mi ego a costa de los demás.
Las escuelas cosifican al alumnado reduciéndoles a ingresos económicos.
Las personas alumnas y las instituciones educativas también pueden cosificar al personal docente por medio de un trato indigno y de la explotación laboral.
La violencia no es normal. Una salida de este círculo vicioso es la posibilidad de desmontar la jerarquización de valor en la educación.
Esto quiere decir qué directivos, dueños, docentes, personal administrativo, personal de mantenimiento y alumnado, todas las personas tienen la misma dignidad y merecemos un trato igualitario.
Otra salida es evitar la posesión de las personas que hemos convertido en cosas. No son “mis” alumnos, ni somos “sus” profesores.
Nadie es una cosa que le pertenece a alguien. Así empieza la conciencia de la no violencia.
@perezyortiz