Comunidad

Conversar como acto de rebelión

Hace unos meses me senté a conversar con alguien con quien estoy profundamente en desacuerdo político. 

Café de por medio, hablamos durante varias horas. Mi adicción a conversar siempre está por encima de mis filias y mis fobias. 

Hubo momentos de tensión sin agresividad, también de pausa, de escucha y de risa inesperada.

Durante mucho tiempo, confundí el diálogo con el debate. Sobre todo en mi época de estudiante. 

Creí que conversar era una forma de defender mis ideas hasta que el otro cediera sin importar que el otro fuera mi profesor.

Pero esa lógica de “ganar” me dejó agotado. Me cansé muchísimo existencialmente. 

Aprendí, lentamente, que conversar con sentido es arriesgarse a no tener razón. Es entrar al terreno del otro sin garantías.

¿Qué necesitamos para dialogar con quienes estamos profundamente en desacuerdo?

En un diálogo honesto, existe la posibilidad de que algo nuevo surja entre dos personas que conversan. 

Esto requiere algunos mínimos. Asumir que comprender no es imponer, sino dejarse afectar por el otro. Lo que no implica renunciar al debate crítico para confrontar, argumentar, refutar.

En este momento histórico en el que tendemos a la polarización, donde cada quien habla con los suyos y para los suyos, la mayoría conversa para confirmar. 

Precisamente en este contexto, el diálogo amoroso es altamente subversivo porque crea puntos de encuentro donde abunda la fragmentación.

Un diálogo amoroso exige compromiso, cuidado, respeto, responsabilidad, conocimiento y confianza. Antes de conversar con alguien preguntarnos sí estamos dispuestos a cumplir con estos requisitos.

El diálogo en estos términos es un acto de rebelión porque interrumpe la lógica de “nosotros contra ellos”. 

Porque nos recuerda que debajo de las ideas, hay personas.

Después de mucho cansancio acumulado, empecé a practicar un nuevo tipo de conversación y a elegir muy bien con quien hacerlo. Si no hay reciprocidad no puede haber conversación.

Para evitar el agotamiento, ahora no busco convencer, ni tener la última palabra. 

Me propongo escuchar para comprender, no para contraargumentar. Procuro preguntar antes de afirmar.

Muchas veces me pregunto, ¿desde dónde habla esta persona? ¿Qué historia hay detrás de su emoción o sentimiento? Escuchar no debilita mis ideas, las vuelve más humanas.

Por supuesto que conversar no significa tolerar discursos que niegan la dignidad del otro. 

Hay límites que deben de cuidarse. Pero en muchos casos, el rechazo no es ético, es consecuencia del miedo.

Conversar no es rendirse. Es atreverse a acercarse sin saber si volverás igual, si saldrás indemne de ese encuentro. 

Y a veces, eso basta para empezar algo nuevo.


IG @davidperezglobal

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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