Escucho el testimonio de Samara Martínez, su historia personal y su activismo para que en México exista una ley que regule la eutanacia activa, y me dan ganas de vivir.
Es un ejemplo de lucha por la dignidad de la vida, también en uno de sus procesos más significativos… morir.
¿Es posible abrazar la esperanza sin negar la oscuridad?
La propuesta existencial de Samara me llevó a reflexionar sobre el exceso de positivismo que circula por nuestras vidas. Parece que hoy pensar en positivo es una virtud.
Que lo importante es “ver el lado bueno”, mantener la energía alta, agradecer lo que se tiene. En el fondo, reprimir el malestar se volvió parte del guión.
La cultura del bienestar sin pensamiento crítico promueve la positividad como receta universal. Si sufres, es porque no estás “mirando bien”.
Esta positividad total elimina la posibilidad de crítica. Nadie buscará marcos legales justos si todo debe ser amable.
Esta “tiranía del pensamiento positivo” nos enseña a solo nombrar lo bonito. Mirar la oscuridad humana es un deber ético. Sin esa mirada, toda libertad se vuelve indiferencia.
Y es por eso que el testimonio de Samara tiene una potencia pedagógica. Nos muestra que hay otras formas de encarar la muerte y abrazar su oscuridad.
Nos enseña a que frente a una persona en duelo, es urgente poner en práctica no decir nada. Solo estar.
Respirar con ella en su dolor. Entender que a veces el consuelo más profundo es no huir de lo que duele. Ni en mí, ni en el otro.
Nos enseña a cuestionar frases que se repiten sin pensar. Cuando alguien sufre, no es necesario corregir su emoción, solo reconocerla.
Da cuenta de la importancia de permitirnos lo que el “positivismo luminoso” nos enseña a reprimir: la tristeza, la rabia, el cansancio. Sin culpa. Sin disfraz.
La positividad obligatoria se ha vuelto una herramienta cultural de control emocional.
En lugar de permitir el duelo, el enojo o la angustia como respuestas legítimas a la injusticia, se medicaliza, se calla, se reemplaza por sonrisas vacías.
Así, el sufrimiento queda despolitizado. Pensar la vida también es reivindicar el derecho a nombrar el malestar. Esto no es una invitación al nihilismo ni a la queja permanente.
Es una defensa del equilibrio emocional que reconoce que sentir dolor no es fallar, es estar vivo hasta que la muerte diga lo contrario.
La batalla cultural que Samara encabeza trasciende el ámbito legal.
IG @davidperezglobal