El sorteo del Mundial 2026 asoma en el horizonte con una peculiar mezcla de inevitables jerarquías y sutiles trampas del destino. Los bombos publicados —con los anfitriones a la cabeza, potencias repartidas como si la FIFA quisiera equilibrar el tablero y un cuarto bombo que parece bolsa de sorpresas— dibujan un torneo que, más que ampliar el espectáculo, amplía la incertidumbre y quizá, las injusticias en aras de la igualdad balompédica.
En esta edición, el azar viene precedido por una antesala tan inesperada como volátil: el repechaje intercontinental de marzo, esa repesca que se ha convertido en el último boleto al tren de los 48.
Lo primero que salta a la vista es la fortaleza del Bombo 1, una suerte de “mesa de los mayores”. Canadá, México y Estados Unidos figuran como anfitriones; España, Argentina, Francia e Inglaterra asoman como favoritos naturales; Brasil, Portugal, Países Bajos, Bélgica y Alemania completan un listado que intimida.
Ningún grupo que incluya a uno de ellos podrá considerarse “accesible”, incluso en un Mundial expandido. Lo segundo, sin embargo, es el contraste: un Bombo 4 donde conviven selecciones exóticas —Cabo Verde, Curazao y Jordania— con historias de supervivencia como Haití y Nueva Zelanda… y, sobre todo, los repechajes: cuatro boletos para la UEFA y dos plazas intercontinentales que todavía no tienen dueño.
Es ahí donde se juega el primer gran giro dramático del Mundial 2026. No es lo mismo que en marzo clasifiquen selecciones de mediano rango europeo —Polonia, Ucrania, Suecia o incluso una Gales renacida— a que lo hagan equipos del resto del mundo en plena reconstrucción.
La presencia o ausencia de una nación con oficio modificaría no sólo la lectura de un grupo, sino la temperatura política del sorteo. Porque un cuarto bombo que, de pronto, contenga a un europeo competitivo, deja de ser el “bombo menor” para transformarse en un laberinto.
Empero, la expansión a 48 selecciones también genera una paradoja: nunca antes un sorteo había tenido tan escaso margen de pronóstico. El Bombo 2 luce tan bravo como el 1 —Croacia, Marruecos, Colombia, Uruguay, Suiza, Japón y Senegal son, en los papeles, rivales de octavos para cualquiera— y el Bombo 3 es territorio de espinas, ese tipo de rivales impredecibles que pueden arruinar una tarde: Noruega, Egipto, Argelia, Escocia, Costa de Marfil, Qatar, Arabia Saudita, Sudáfrica. El crecimiento global es real, no discursivo.
Pero el punto de mayor tensión, hoy, es el repechaje de marzo. Ahí se juega la última corrección del mapa mundialista: selecciones con tradición queriendo evitar el bochorno, confederaciones menores tratando de irrumpir en el escaparate y un par de enfrentamientos cruzados que suelen regalar historias que rozan lo mítico.
El bombo final aún está incompleto. El juicio, no. El Mundial se acerca, y con él, la constatación de que el fútbol global ya cambió… y nadie está completamente preparado para lo que viene.