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El adiós que se veía venir

El ciclo de Hernán Cristante con el Puebla terminó como se había anticipado. Concluye con la sensación de que el proyecto no logró despegar y la directiva nunca apostó al cien por ciento por él. Desde su llegada, el técnico argentino ofreció experiencia y discurso, empero, el equipo careció de la combustión que distingue a los conjuntos que pelean por algo más. Era imposible, porque el plantel no tiene calidad.

Cristante no es un mal entrenador, pero su paso por el equipo de la Franja confirmó que el Puebla se encuentra atrapado en la peor de las enfermedades: la miseria. No basta con sobrevivir a cada torneo y con recordar los viejos tiempos de lucha, pundonor y calidad. El hastío es total, la afición se alejó y el club como institución está a la deriva.

El paso efímero de Cristante con los Camoteros, también simboliza el mal de muchos clubes mexicanos: ciclos breves, sin raíces, sin continuidad, sin idea. El Puebla queda varado, sin certeza ni proyecto, a la espera de que algo o alguien lo salve del abandono y las pésimas gestiones.

El verduguillo de la progresía

El otro adiós, el más sentido, es el de la plaza de toros El Relicario. Aquel coso de Los Fuertes que albergó tardes de sol y pasión taurina será derribado para dar paso a un nuevo recinto multifuncional. Puede ser lógico desde la mirada pragmática del gobierno, pero no deja de doler desde la memoria. Con su desaparición se cierra un capítulo de la vida cultural poblana.

Hay formas de transformar sin arrasar, empero, la tradición no tiene cabida en los planes del “desarrollo” y la agenda Woke. Se demuele el pasado y se pasa sobre las verdaderas minorías —en este caso la taurina— con una mano en la cintura.

El Relicario se va sin faena final, sin aplausos ni pañuelos, sólo con el silencio de quienes lo vieron nacer y ahora observan impotentes cómo desaparece una parte de la historia de Puebla, bajo la advocación progresista de falsarios y acomodaticios.

La ilusión prestada

La Selección Mexicana se llena de naturalizados y, aunque algunos defienden la apertura como signo de modernidad, la pérdida de esencia es innegable. No se trata de excluir ni de negar méritos a futbolistas nacidos en otro país, sino de entender lo que significa representar una camiseta nacional.

Los naturalizados son consecuencia, no causa. Son el reflejo de un sistema que no produce talento suficiente ni confía en su cantera. Cada convocatoria de jugadores formados en otros países es un recordatorio de lo que el futbol mexicano dejó de hacer y del oportunismo patriotero —no de todos pero sí de muchos— jugadores que con la investidura de su país natal no son considerados.

El problema no es quién porta el pasaporte, sino por qué hemos dejado de producir futbolistas con la jerarquía y el carácter necesarios. Es una crisis de origen matizada y encubierta en inclusión y modernidad.


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David Badillo
  • David Badillo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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