Política

El adiós a Pancho Rodríguez: un sueño de cine interrumpido

A veces, la muerte no solo duele, también arrebata sueños. Se lleva a quien, tras décadas de labrar su camino a puro pulso, acababa de encontrar el ángulo perfecto, el encuadre que por fin capturaría la luz que siempre persiguió.

Así nos ha dejado el cineasta tapatío Pancho Rodríguez, a los 50 años, justo cuando el 2025 lo veía consolidarse como una de las voces más originales y necesarias del cine mexicano. No es una partida, es un guión trunco en su escena más prometedora.

Pancho no era un recién llegado, un nuevo cineasta descubierto de la noche a la mañana. Era, en el mejor sentido de la palabra, un obrero del cine. Un tipo que inició desde adolescente, con una cámara y sus sueños, rodando historias que olían a balas salvajes, a humor irreverente y a un terror con sabor a barrio.

Pancho era ese rockstar anónimo que interpretó al bajista en "El sueño del caimán", el cómplice en "Los Críticos", el eterno soñador que creía que en México también se podía hacer cine de estafadores con el corazón en la mano.

Su lucha no fue por una fama efímera, sino por una voz propia. Y la encontró, con toda claridad, en el grito silencioso de "Llamando a un ángel", una película, que al lado de otros dos cineastas y amigos –Héctor Rodríguez y Rodolfo Guzmán– le arrancó un Premio del Público a los jaliscienses no por concesión, sino por cariño genuino, bajo el marco del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, un gran cómplice de Pancho.

Aquella cinta fue su primera gran llamada de atención, la prueba de que su sensibilidad tapatía, su identidad hecha de humor y terquedad, resonaba más allá de los círculos de culto.

Pero la historia que define a Pancho no es la de un éxito temprano, sino la de una obstinación legendaria. "Abracadáver" no fue un proyecto más; fue su obsesión, su Moby Dick personal.

Quince años de gestación. Veinte reescrituras. Dos mil páginas de dudas, personajes que mutaban y una idea fija que nunca lo abandonó: la convicción de que México merecía su propia épica de ladrones. “La película la reescribí veinte veces”, confesaba con una mezcla de fatiga y orgullo.

Ahí, en ese martirio creativo, se forjaba el verdadero cineasta: no el que triunfa de golpe, sino el que aguanta, el que busca y rebusca hasta que la historia, por fin, encuentra su voz y a sus intérpretes "de una manera muy natural".

Y justo cuando lo lograba, cuando "Abracadáver" vio la luz en el FICG 2025 y la luna empezaba a estar al alcance de sus manos, la muerte, torpe y mezquina, apagó el proyector.

Nos deja con la amargura de una historia inconclusa –la que planeaba filmar con Ozcar Ramirez y el cinefotógrafo Carlos Hidalgo– y con la certeza de que perdimos a un luchador que, tras 30 años en la trinchera, por fin empezaba a tocar el cielo.

Su legado no es solo el de las películas que hizo, sino el de la terquedad con la que creyó que el cine mexicano podía ser más, podía ser distinto, podía reírse de sí mismo mientras se robaba la escena. Descanse en paz, mi buen amigo Pancho. Tu voz, al fin consolidada, resonará y seguirá iluminando a todos los que lo conocimos en el gremio cinematográfico tapatío y en la vida misma.


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Daniela Nuño
  • Daniela Nuño
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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