El 15 de noviembre pasado se realizó la llamada “marcha de la Generación Z”. La oposición la presentó como una sacudida juvenil contra el estado de las cosas; una protesta fresca, espontánea y vibrante. Pero los hechos —y no la propaganda— terminan imponiéndose: aquello no fue una expresión libre de una generación agraviada, sino un montaje violento de la derecha que, moralmente derrotada, recurre a cualquier treta para simular fuerza social.
Desde días antes se veía venir. El comportamiento en redes ya revelaba una operación mediática. Y lo que ocurrió el sábado lo confirmó: una movilización orquestada y financiada por la derecha que apuesta por la violencia y la confrontación, con contingentes sembrados y un impulso artificial generado mediante millones de bots adquiridos en el extranjero.
Entre los contingentes apareció un grupo cuya intención era evidente: llegar a violentar. No buscaban expresar un agravio ni exigir un cambio, sino provocar una reacción. Llegaron preparados para agredir a la policía, romper el cerco de seguridad y detonar un ambiente de confrontación que justificara la narrativa de caos que se quería imponer. Esa violencia no surgió de las y los jóvenes de México —que históricamente han marchado de forma pacífica—, sino de quienes, detrás de la operación, necesitan generar estallidos artificiales para sostener un montaje que no encuentra sustento en la realidad.
Distintos periodistas revelaron lo obvio: no fue un movimiento orgánico, sino una campaña coordinada desde oficinas de marketing político. El “manifiesto” y el dominio web de la supuesta Generación Z fueron creados por una agencia ligada al PRI. Las “cuentas juveniles” que impulsaron la convocatoria eran, en realidad, los mismos perfiles que antes operaron la marea rosa y otras movilizaciones del PAN y sus aliados empresariales.
Tan evidente era la maniobra que el colectivo original Generación Z México, integrado por jóvenes reales, se deslindó públicamente. Llamaron a no participar por tratarse de una movilización partidista, contraria a sus causas e instrumentalizada con fines ajenos. Estas viejas tácticas no engañan a las y los jóvenes de México. La juventud auténtica, la que sí se organiza por ideales, rechazó ser convertida en mercancía política.
Este método no es nuevo. En México y en el mundo, la derecha opera con la misma plantilla: cuando pierde legitimidad, recurre a la violencia y el artificio para fingir músculo social, lucra con causas reales para usarlas como ariete político y fabrica escándalos para desestabilizar y recuperar privilegios. Lo mismo han hecho con tragedias, instituciones y movimientos sociales: convertir el dolor en munición, la desinformación en estrategia y la manipulación en forma de vida.
No les funcionó. Lo que vimos fue un espectáculo grotesco. Grupos de choque, influencers pagados, medios afines, hashtags prefabricados y millones de pesos invertidos en comprar una épica que no tienen. Si la oposición dedicara sus esfuerzos a construir un proyecto nacional, en lugar de promover el caos y la calumnia, quizá no seguirían hundidos en la irrelevancia.
Por supuesto, hubo jóvenes que marcharon honestamente. Algunos por su afinidad con la oposición; otros movidos por preocupaciones legítimas sobre la seguridad, que siguen presentes aunque el país viva una reducción significativa de violencia. Y tienen todo el derecho de expresarse y protestar. Pero reconocer eso no borra el hecho central: la maquinaria propagandística de la derecha explotó esas inconformidades para fingir una rebelión generacional que nunca ocurrió.
Lo cierto es que ningún partido es dueño de una generación o de sus causas. Las y los jóvenes de México tienen preocupaciones reales. A la derecha no le interesa dialogar con ellas y ellos, representarlos ni escucharlos. Lo que busca es convertir sus anhelos en un arma del juego político para desestabilizar al país y recuperar privilegios.
Olvidan que las y los jóvenes de México no son instrumento de nadie. No son un accesorio electoral, ni un ejército disponible al mejor postor. Son una fuerza viva que merece respeto, escucha y futuro. Y su lucha —la auténtica— no será jamás propiedad de quienes buscan incendiar al país para recuperar privilegios.