A Tzitel Pérez y Alejandro Sandoval
…pasé la mano, sin malicia, por el lomo de la vida.
Dios mío, qué brutal quemadura.
Enriqueta Ochoa
En 30 años que vivo en México tuve que apresurarme mucho para aprehender la urdimbre de la que está hecha su literatura. Colegas, compañeras, amigos, me ayudaron a ello. A Enriqueta Ochoa, (1928-1980), la conocí gracias a mi colega de la FFyL de la UANL, Tzitel Pérez. Fue con ella que transité de sorpresa en sorpresa por su poesía sin par. Hace pocos días un lector acucioso me demandó su ausencia en mis perfiles. Cumplo pues con una deuda tan antigua como mi estar en esta patria al entregarme una vez más a la lectura de unos poemas cuya hondura y excelencia no dejan de sorprenderme. Y al perfilar el andar de Enriqueta desde su canto siento que habla de mí, de ti, de nosotras.
Enriqueta es de Torreón, de familia acomodada. Aprendió varias lenguas y anduvo por muchos países, eso abre las puertas de la conciencia. Esa substancia que según Shakespeare es la materia de los sueños con la que estamos hechos. Enriqueta sueña desde muy pequeña, y sueña en libertad puesto que ninguna religión la constriñe. Por fin muy joven se decide católica pero diversa, esotérica, mística, acaso panteísta.
Y si bien es cierto que tuvo maestros que la formaron en la poesía, ella ya era poeta sin saberlo y la poesía ocupó todas sus fuerzas desde que publica su primer libro a los 19 años, Las urgencias de un Dios donde libre y poderosa no se pone aduana para decir:
¡Cuánto girón de cielo prometido
que no puedo creer,
que no logra sitiarme
ni adormecer mi sien
ni incitarme el afán!
No rebusquen más mitos en mis labios.
Soy la furia salvaje de una criatura
abandonada en el monte
sin conocer más padre que el sol que ha requemado mi epidermis
ni más madre que ese lamento gris de tierra
que indefinidamente me derrumba y me levanta.
Enamorada de las poetas de su tierra como Concha Urquiza, de habla inglesa como Emily Dickinson y Elizabeth Barret, de los místicos como Santa Teresa y San Juan de la Cruz, conoció a Rosario Castellanos, y a Gabriela Mistral.
Leer sus poemas es conmoverse mucho no sólo por la excelencia de su verbo, de sus tropos, del signo de amor y muerte que la acompaña en cada uno de sus versos sino porque además algo queda en nuestras alforjas, una suerte de residuo que se masca por mucho tiempo después de haber terminado su lectura. Ella es furibunda, la palabra que ejerce la lanza como rayo o flecha. En Suicidio por ejemplo:
Aprendí muy tarde a conocer varón,
lo sentí dilatarse con toda su soledad
dentro de mí.
Fue una jugada turbia,
un error sin caminos.
Su verso es mucho más hondo de lo que alcanza a serlo el de otras poetas de su tiempo porque es más confesional y su organismo se juega en cada uno de ellos con mayor saña, si es que esto puede decirse de una poeta.
Se casó con François Toussaint, con quien gestó a su única hija, Marianne. Del desencuentro de la pareja habla clarísimo El desierto a tu lado escrito en Marruecos.
El amor por su padre, que ella canta una y otra vez en su escritura, la llevan a una crisis luego de la muerte de aquel. Ella llama avalancha de muerte a la partida de sus seres queridos que se sucedió uno tras otro luego de la desaparición de su progenitor.
Si se siguen sus versos cronológicamente sin saber nada de ella, se puede conformar una pequeña biografía de Enriqueta sin mucho esfuerzo. La tempestuosa juventud enfrentando a Dios o los dioses, el nacimiento de su hija, la decepción del compañero, la pérdida del amor, la enfermedad, la admiración por su padre, sus viajes, la herencia de su gente en el pasado y la descendencia que le procurará su hija.
No solo publicó en revistas de su patria chica y su patria grande sino que además, fundó la revista Hierba, que duró sólo un año en la década de los 50.
Muere a los 80 años:
Regresamos a la tierra nunca propia
huella de patria imaginaria. Llevamos
por dentro la casa, el árbol y el sueño.
En una pared rentada
mi hermana retiene una fotografía:
fragmentos mediterráneos.
Hablamos el idioma donde no existe
posesión de las circunstancias.
nuestra infancia sólo son palabras.
Hermana, la alegría del viaje nos abandona.
Sin geografía que nos sostenga
soñamos con el árbol y la casa.
A pesar de su esplendor poético poca gente la recuerda. Ayer la recordábamos con el poeta Margarito Cuéllar;y los que la estudiamos como Tzitel y los enamorados de la poesía al igual que Alejandro.
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