Primero los datos duros: hace once días (el miércoles 13) Blue Origin, la empresa espacial de Jeff Bezos, lanzo al espacio su segunda sonda destinada a explorar la superficie de Marte. Deberían llegar a su destino en algún momento del verano terrestre de 2027. Lo demás, todo lo demás, es un sueño. En otras palabras, es un tema de la mayor relevancia.
El consenso actual entre la comunidad científica internacional es que entre 2030 y 2035 podrá ocurrir la primer misión espacial tripulada a Marte. A una distancia promedio de 255 millones de kilómetros de nosotros, el llamado Planeta Rojo sigue una órbita que en cierto momento lo acerca a 54.6 millones de kilómetros de la tierra, lo cual representa, obvio, enormes complicaciones logísticas. Es un tema, además, de una brutal cantidad de dinero; entre 100 y 500 mil millones de dólares, según los cálculos actuales. Pero el reto mayor no está ahí, sino en la voluntad de querer hacer el viaje.
Aquí es donde decido enfocarme. En la necesidad de construir la narrativa y los consensos que harán posible ese nuevo “…one giant leap for mankind.”
Me explico: habitamos un mundo que parece haber perdido el rumbo, lo cual es evidente cada mañana que salimos a la calle a lidiar con el tráfico, la inseguridad y el constante asedio que implica la vida en sociedad. Entre el nihilismo de los inteligentes, el cinismo de los idiotas y la voracidad de nuestros “líderes”, nos ha quedado muy claro que la causa más probable de la sexta gran extinción de la vida en nuestro planeta somos nosotros mismos.
El rosario de males y peligros provocados por el hombre –aquí no vale la corrección de género: seguimos dentro de un universo patriarcal—, es larguísimo. Desde la depredación de la naturaleza, hasta el egoísmo extremo, la brutal inequidad económica y el regreso del uso del el racismo, las mentiras y el odio como estrategias de gobierno.
Sin embargo, la propia historia reciente –el siglo XX por ejemplo--, nos ofrece ejemplos de grandes hazañas alcanzadas casi de manera sorprendente. La bota de Neil Armstrong sobre la superficie lunar, entre ellas.
Sin dejar de ser una especie de victoria simbólica (el impacto de los antibióticos, las vacunas y la producción industrial de alimentos fue mucho mayor), aquella aventura que, en muchos sentidos fue un subproducto de la Guerra Fría, constituye un punto de quiebre en la construcción de las narrativas sobre el futuro.
Si bien por siglos y milenios nos conformamos con las promesas de felicidad absoluta en el más allá –sea la interpretación de los angelitos panzones tocando el harpa sobre las nubes o en la de las 72 vírgenes--, en estos tiempos interesantes del capitalismo salvaje en sus múltiples versiones, el imaginario colectivo parece centrado en espejismos como el de la vida sin fin o la de una especie de paraíso/apocalipsis terrenal creado con el simple apachurrar el botón de la I.A.G.
Es cierto que lo más probable es que en Marte solamente encontraremos, si acaso, vestigios de algún tipo de organismos vivos (con mucha suerte, algún tipo de bacteria). Es cierto que ni la mega burocracia de la NASA con su programa Artemisa, las agencias espaciales de otros países o Blue Origin, han sido capaces de construir los consensos que la gran promesa que la exploración interplanetaria supone.
Tampoco SpaceX, la empresa del dueño de Tesla que acaba de autorizarse un bono que le permitiría financiar personalmente dos viajes a Marte. A pesar de su promesa de que en 2026 enviará su primer nave no tripulada y que en 2029 iniciará la colonización de una hipotética base permanente en el Planeta Rojo.
Entre tanto, 2026 será el año de vuelta a La Luna. Al menos media docena de países y/o empresas marcarán el punto de repetir el alunizaje de hace 57 años. Aunque en todos esos casos, la verdadera medida será Marte. ¿Qué tanto ayuda al proyecto marciano el volver a pisar La Luna? ¿Qué tanto instalar una base espacial en La Luna?
El hecho es que su Blue Origin lleva la mano. El lanzamiento de sus dos sondas diseñadas para aprovechar “la ventana” que se abre cada 26 meses entre ambos planetas, es ya un paso concreto en esa dirección.
Al menos para quienes pudimos ver por televisión y en vivo el alunizaje del Apolo XI –el 19 de julio de 1969--y no hemos perdido el poder de la imaginación, un primer viaje a marte –esto es, un recorrido 142 veces más largo--, sí marcaría una gran diferencia en el balance de nuestro tiempo.