Política

Aniv. de la Rev.

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  • César Romero

Esta semana, 115 años atrás, comenzó uno de los procesos históricos más importantes de nuestro país. Pocos sucesos más conocidos; pocos menos comprendidos, la Revolución Mexicana fue, sobre todo, caótica y sangrienta.

Debido a que durante la mayor parte del siglo XX se gobernó en su nombre y bajo el cobijo de su legitimidad, celebramos el 20 de noviembre de 1910 como si en ese momento hubiéramos ganado democracia, justicia social, tierra y libertad.

Con todo el debido respeto para quien haya sido bautizado/registrado de acuerdo con el “santoral cívico” del calendario –“Aniv. de la Rev.”--, para la gran mayoría de los mexicanos que venimos del siglo pasado y, en especial, quienes nos formamos en el sistema de educación pública, la fecha también nos marcó. Tanto que la propia narrativa de la Cuarta Transformación la recupera como su tercer gran pilar.

Lo que en los hechos fue una especie de amasijo de conflictos políticos y sociales que desarticularon la estructura del Estado Mexicano construido durante el siglo anterior y que, de diversas maneras, provocaron, en menos de una década, la muerte de una décima parte de la población del país, “la bola” –así le llamaban quienes la sobrevivieron--, fue una secuencia de diferente tipo de rebeliones, casi todas derrotadas.

Baste un dato para mirar de frente la magnitud del suceso: en un país de 15 millones de habitantes, los especialistas registran casi un millón de muertes relacionadas directamente con las dinámicas de un país sin ley y sin orden.

En la escuela me enseñaron que fue “la primer revolución social del siglo XX” y que la Constitución Política que de ella emana es una especie de borrador de la normativa legal en el mismísimo paraíso terrenal. El recuento de daños y la condición de “letra muerta” del sagrado texto casi nunca se mencionaban en clase.

Me parece que desde la perspectiva de este 2025 el dato fundamental radica en la condición propagandística de la Revolución Mexicana. Junto con una encendida retórica de elogio extremo al universo prehispánico, de ahí vienen tanto el régimen priista como su versión 2.0; la de color guinda.

Y sí, ciertamente 115 años después el país es muy diferente. En muchos sentidos, mucho mejor. Los avances, creo, son innegables. De lo que no estoy seguro es si se los debemos a las luchas heroicas de Emiliano Zapata (asesinado), Pancho Villa (asesinado), Francisco Indalecio Madero (asesinado), Venustiano Carranza (asesinado), o Álvaro Obregón (asesinado). Mucho menos a sus herederos, esa coalición de generales y licenciados que montaron una de las más eficientes maquinarias electorales en el mundo.

Mi punto, quizás el único, es subrayar que las narrativas históricas son excelentes fuentes para la construcción de ideologías. Por eso, aunque un tanto deslavada, la Revolución Mexicana sigue siendo, a más de un siglo de distancia, una buena bandera política.

Probablemente mejor que el cuento de un pirata bueno que se rebela contra un “gobierno mundial” de viejos corruptos e hipócritas. O la de uno de los peores “engendros” del viejo régimen: un Bloque Negro que apesta por los cuatro costados.

El viejo discurso de la revolución institucionalizada (y decolorada) regresará a un Palacio cercado, justo en el momento en que se tambalean las otras dos patas de la mesa del poder: un nacionalismo con alta carga anti-EU y la capacidad institucional de mantener el “monopolio de la violencia legítima”.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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