Política

Tiempo de Payasos

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  • César Romero

A nadie debería sorprender el carácter histriónico de la política. El ejercicio del poder siempre ha estado asociado a cierta liturgia que busca proyectar autoridad y legitimidad. En los llamados sistemas democráticos, la popularidad se convierte en virtud. Vivimos en un mundo en que “gobernar es comunicar”.

El tema es el nivel al que hemos llegado.

En palabras de Karl Rove, el estratega de la respuesta de Estados Unidos al infame 9/11, “estamos presenciando el auge de una nueva clase de artistas del performance político. Quieren ser el centro de atención nacional, sembrando caos y conflicto, escandalizando sensibilidades y desatando oscuras pasiones… compiten para ver quién dice las cosas más escandalosas e incendiarias. Su objetivo es conseguir más publicaciones, más visualizaciones y más reacciones, positivas o negativas, da igual”.

La alusión es más que obvia, pero sirve para subrayar algunos rasgos detrás de la banalización de buena parte del comportamiento público de presidentes y magnates alrededor del mundo. No se trata (solamente) de Putin y sus desplantes de macho alfa; no se trata (solamente) de Trump y sus explosiones en la Social Media; no se trata (solamente) del show matutino de la gobernanza mexicana y el torrente de tonterías que declaran cotidianamente gobernantes y opositores.

Retomando la confesión vergonzosa (Tony Blair) de que los gobiernos bailan al ritmo que marca el espectáculo periodístico y noticioso, vale destacar el rol central de la industria de los medios: el entretenimiento. Es a partir de dicha lógica la manera en que se evalúa, produce y transmite la abrumadora mayoría del contenido mediático.

Justo por ello, el viejo planteamiento en este espacio, “si la política se ha convertido en un circo, por qué habríamos de sorprendernos de que nos gobiernen los payasos”.

Sabemos ya que “los algoritmos” que mueven la Social Media tienen como fundamento la búsqueda de atención. A partir de ello, podemos comprender –sin aceptar--, la lógica de la polarización, el estruendo y el show que mueve el comportamiento de las figuras públicas en casi todos los campos. En particular, el de la política y el gobierno.

Reconocer la adicción de los políticos a las encuestas, la propaganda y los reflectores no debería impedir la apertura de espacios técnicos de toma de análisis, discusión y toma de decisiones. Así debería de ser, pero la nueva moda del populismo y autoritarismo (¿son sinónimos?) ha favorecido la trivialización de la vida pública. La política como espectáculo.

Más allá de la tentación de responsabilizar al mensajero de los desplantes del señor Noroña o la señora Téllez, o las banalidades del empresario Salinas, sus obscuros detractores y una buena parte de “comentocrátas” y “influencers” y “líderes de opinión, el verdadero desafío es para nosotros, las audiencias. Radicar en la capacidad de ejercer nuestro super poder de decidir a quiénes escuchamos y vemos. Lo demás --la serenidad y el pensamiento crítico-- llegarán solos.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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