Entre la vieja guardia del periodismo casi siempre ha habido resistencia a las nuevas tecnologías. Nos decían: "El reportero, en el mismo momento que activa su grabadora, desactiva su cerebro".
De he hecho, dentro de los grandes periódicos tradicionales uno de los factores centrales detrás de la tardía transición del mundo análogo a la era digital es el hecho de que sus editores se quedaron anclados en el formato del papel.
Sin embargo, ahora que la A.I.G se nos presenta como un desafío existencial para muchas profesiones, vale la pena detenernos un momento en intentar “enderezar el entuerto”, como dicen que decía El Quijote.
Hoy la moda es aplaudir la idea de la Inteligencia Artificial Generativa como una especie de mega cerebro que todo lo sabe y todo lo puede. A partir del símil de que las maquinas son capaces de reproducir el funcionamiento de las neuronas, creemos que pueden “pensar”. De ahí la tentación de sustituir el trabajo de nuestras mentes por una serie de algoritmos y prompts (indicaciones) al Chat-GPT o sus similares, los cuales --previa módica cuota, por supuesto-- nos iluminarán con todas las respuestas.
Efectivamente estamos ante un avance notable de la capacidad de cómputo (que en esencia de eso se trata la A.I.G.). Las nuevas “habilidades” de los fierros para emular "lenguaje”, “escucha” y “visión" alientan la ilusión de la llegada al nirvana.
Sobre todo, si la A.I. nos llega a través de un software “humanizado”, con la voz de Scarlett Johansson.
En un contexto global de fake news, deep fakes y acenso de una especie de nihilismo 2.0, resulta fácil olvidar que lo que está entre comillas –“neuronas”, “lenguaje”, etc.-- son simples comparaciones; símiles propios del marketing de un negocio de varios millones de millones de dólares.
La Inteligencia “Natural”
Con ánimo de clarificar el punto, creo que vale la pena el ejercicio contrario: comparar el comportamiento humano "natural" con los guiones prefabricados desde la cultura, la historia y las tradiciones; a los cuales bien podríamos llamar “algoritmos” y “prompts”. A estas alturas del partido resulta medio idiota negar que detrás las grandes decisiones personales hay una especie de “software”, que dependiendo de factores como dinero, color de piel, género, así como referentes morales, religiosos y legales, nos llevan a construir los mapas de ruta de nuestras vidas.
Todo o casi todo sucede a partir de un puñado de “scripts” prediseñados. Desde el pensamiento religioso que nos ofrece el paraíso en el más allá, a cambio de sufrimientos y penas en el más acá, hasta la estructura básica de la abrumadora mayoría de narrativas de entretenimiento; (héroe + desafíos y penas = final feliz) o la clásica “si estás conmigo eres bueno y puro, si no, mereces ser quemado en leña verde”.
Dentro de esas tramas desempeñamos nuestros distintos roles: hijo, trabajador, amante, padre, etcétera.
Pero si usamos nuestro pensamiento crítico y somos lo suficientemente honestos con nosotros mismos, tendremos que reconocerlo: buena parte de los grandes sucesos d son el resultado de factores ajenos a nosotros mismos. Eso, plus algunas decisiones tipo opción múltiple.
Si algo podemos aprender de la historia, es que con los cambios siempre vienen costos y ventajas. La agricultura, la escritura, los motores de combustión interna, la energía atómica, el internet o las propias computadoras, nos han afectado, pero no nos remplazan o eliminan (aún no).
En suma, lo que intento transmitir en este texto es lo siguiente: ni la inteligencia artificial llegará a ser ese nuevo ser supremo que remplazará a los viejos dioses, ni tampoco dichos personajes fueron nunca el eje real de nuestras historias.
El avance en las capacidades de cómputo es enorme y las nuevas herramientas que de ahí se generan pueden ayudarnos en la realización de muchas tareas, sobre todo “talacha”. Incluso algunas --como las creativas--, sobre las que creíamos tener el copyright. Que estamos ante un momento de cambio de paradigmas, yo pienso que sí.
De ahí a aceptar que nuestras propias capacidades y opciones de vida serán reemplazadas por las máquinas, pues depende de nosotros mismo. Si somos capaces de creer que dios, el gobierno o “los otros” son los responsables de lo que nos sucede, probablemente así será.