Me parece que ya pasó un tiempo prudente para poder reflexionar sobre el tema. Ya debería quedarnos claro que Monkey D. Luffy, el pirata bueno y protagonista de One Piece no va a venir a México a derrocar a Claudia Sheinbaum.
Ya sabemos, o deberíamos, que el Manga creado hace casi tres décadas en Japón por Eiichiro Oda, un artista de 22 años, se convirtió en un fenómeno mundial entre niños y jóvenes del nuevo milenio. Con más de mil capítulos alcanzó una circulación de 520 millones de ejemplares. En su versión en Anime fue objeto de culto global y como serie de Netflix tuvo una audiencia de más de 70 millones de personas en sus primeros tres meses de vida (en 2023).
Que las aventuras del aspirante a “rey de los piratas”, un muchachito flacucho y elástico que navega por el mundo luchando por la libertad y contra la corrupción del “gobierno mundial” se convirtieron en bandera de diversas protestas callejeras en media docena de países es otra historia.
Mi tema es la generación Zeta, un universo del que, salvo mi experiencia como “profe”, prácticamente no se nada. Lo cual, en congruencia con mi viejo oficio periodístico, no resulta un impedimento mayor para que me atreva a abordarlo.
Comienzo por reconocer que la definición de una generación no debe limitarse a un asunto de fechas. En este caso creo que los ejes del cambio de paradigma son dos: la irrupción globalizada de las comunicaciones vía inalámbrica y la adopción casi universal del video como el formato favorito para consumir contenido. Esto es, el celular y YouTube son los nuevos dioses del mundo, en particular de esa generación.
Recupero el testimonio de hace unos días en The Guardian, donde Sasha Mistlin, uno de sus articulistas (de 28 años de edad) lo dice todo desde el título de su texto: “Para los de la generación Z como yo, YouTube no es una aplicación ni un sitio web: es el telón de fondo de nuestra vida diaria”.
Y sí. En un brevísimo repaso el autor describe cómo para los jóvenes de hoy la pantalla de videos es el remplazo natural de lo que para otras generaciones fue la radio o la televisión. Y justamente de eso se trataba cuando, en el 2006, Google pagó la astronómica cantidad de 1,650 millones de dólares por la plataforma de apenas 18 meses de vida online. Apostaron por desplazar a la televisión y lo lograron.
Supongo que nadie duda de la visión de aquella empresa creada en 1998 por un puñado de nerds de la Universidad de Stanford, bajo el mantra de "Don't be evil". En 2025 YouTube cuenta con una audiencia mensual de 2,500 millones de personas; obviamente, la mayoría de ellos pertenecientes a la Gen-Z.
Seguro que algo equivalente podrían alegar el señor Zuckerberg, o los creadores de Spotify. iTunes y alguna otra gran plataforma. Esa parte es lo de menos. El hecho es que la generación Zeta es completamente digital y siempre está conectada (aunque no tenga “datos”). Ellas y ellos son los primeros “nativos” de la era del internet y el super computo (la llamada Artificial Intelligence).
Para quienes venimos de los caminos de terracería –por citar a nuestro clásico tropical--, para quienes queremos ver en ese 23 por ciento de la población mundial una “generación de cristal”, de “niños consentidos y perezosos”, creo que nos exponemos a llevarnos una tremenda sorpresa.
A lo mejor por eso el miedo a una simple bandera negra con un calaca con los famosos dos huesos cruzados y con sombrerito de paja amarillo. ¿Qué es marketing? Por supuesto, todo en política lo es. ¿Qué viene del extranjero? Ja. ¿Qué la oposición se quiere aprovechar? ¿No se trata de eso la democracia?... el gobierno-gobierna y la oposición-se-opone.
A lo mejor el susto es porque no alcanzamos a entender lo que realmente piensa, quiere y sueña la Generación que cargará al mundo –económica y políticamente-- durante las próximas décadas. A lo mejor porque cuando nos entregamos a reino de los algoritmos (ideológicos o no) no pensamos ni en riesgos ni en consecuencias.
En una economía con estancamiento crónico, en un mundo en ebullición (casi literalmente), no resulta complicado entender que ser joven en la actualidad es algo muy diferente a lo que fue serlo en los 70´s y los 80´s. Un solo ejemplo: entonces teníamos la opción de ver video en 6 o 7 canales (y un poco más quienes tenían cable) y ahora el consumo de “contenido” en YouTube es de unas mil millones de horas, cada día. La fragmentación y diversidad son casi infinitas.
De aquella era analógica a la realidad digital de hoy hay mucho trecho. En lo personal, decido apostar por ellas y ellos (como si tuviera opción).