Ineludiblemente tengo que escribir de México, a pesar de que recién ha concluido el mes de su onomástico independentista, que es cuando más surge el fervor nacionalista, el orgullo y el gusto de sentirse mexicanos. En la anterior entrega terminaba refrendando mis lealtades de como entiendo este valor supremo, en la valía entre las personas, así como en el sentir por la Patria.
Hoy me quiero referir a la tierra que nos abrigo a mis de antes, y a mi familia, quiero expresar mi sentir por sus costumbres, sus artesanías, la comida, y la forma en la que nos tratamos la gente de bien. Quiero resaltar hoy lo bueno que tiene mi tierra y su gente, para poner los ojos en otra mirada, lamentablemente basta encender la TV para atisbar y sorprendernos de aquello que no queremos tener, ni queremos ser, y cuidado, no pretendo ignorar la realidad, sólo que hoy no tengo ganas de ver lo lastimosamente cotidiano, hoy quiero traer aquí, compartir con ustedes mi experiencia de ser orgullosamente mexicana.
Yo nací en eso que llaman los “citadinos”, algunos con cierto chovinismo, como provincia; en ese entonces un pequeño pueblo en el que nos conocíamos todos, y cuando digo todos, me refiero al señor de la leche, la señora de las tortillas, a la directora de la primaria, y también a quien cuidaba el orden en las calles. Todos nos conocíamos y nos saludábamos al cruzar la calle, o en la fila del pan. No existía en la superficie alguna contradicción social derivada de la posición social de cada quien, éramos vecinos, éramos paisanos, y festejábamos en las fechas correspondientes el ser mexicanos, en eso que llaman folklóricamente “verbena popular”, en cada noche del “grito” o fiesta patronal, que en mi caso, coincidían las dos un 15 de septiembre.
Éramos tan felices y nunca nos dimos cuenta, nadie se ponía a cuestionarlo, las cosas eran así, y el sentido de felicidad no era parte de una conversación terapéutica, simplemente lo éramos... sólo, porque sí.
Pasados algunos años, la inquietud por conocer y los impulsos de servir me llevaron a aventurarme hacía otras tareas, hacía otras tierras, y es cuando la fortuna y mi trabajo me llevaron a tener el privilegio de servir a los otros, con toda la emoción de darme.
Y en ese hermoso caminar me di cuenta de que el pueblo de mis recuerdos aún existe en muchos lugares de nuestro país, donde tal vez sin tanta estridencia, sin tanta bulla, sin mucha propaganda, estalla lo felices que somos.