En 2020 fueron cancelados, uno tras otro, muchos de los eventos que dan identidad al deporte y la cultura en el mundo: el Premio de Fórmula Uno en Shanghái, la Feria del Libro en Londres, el Festival de Cine de Austin, el Festival de Música y Artes de Coachella, y los Juegos Olímpicos de Tokio. Los juegos fueron pospuestos un año, para 2021 y, gracias a las vacunas, pudieron ser inaugurados este mes de julio, a pesar de que el 48 por ciento de los japoneses estaba a favor de cancelarlos. El gobierno los permitió al fin, pero sin espectadores. Serán uno de los más extraños de la historia.
Las Olimpiadas fueron celebradas por primera vez hace casi treinta siglos, en 884 antes de Cristo, por iniciativa del rey Ifitom, soberano de Élida, en el Peloponeso, donde está situada la ciudad de Olimpia. Las justas de Ifitom, hechas en honor a Zeus, constaban entonces de una sola prueba: una carrera por el estadio, marcado con piedras, que tenía una longitud de 192 metros, a la que luego fueron añadidas dos pruebas más en aquel mismo recorrido: la diáulica (ida y vuelta) y la dólica (doce veces ida y vuelta). Hacia 708 hizo su aparición el pentatlón, que comprendía la carrera, la lucha, el salto, el boxeo y el lanzamiento de disco: las pruebas clásicas del olimpismo. Hoy en día son trescientas dos disciplinas en veintiocho deportes diferentes, tan distintos como la equitación, el judo, la vela, el atletismo, la esgrima, el badminton y la natación.
Los Juegos Olímpicos eran celebrados entonces, como ahora, cada cuatro años, en el verano, al pie del monte sagrado de Altis. Duraban una sola jornada, aunque con el tiempo fueron ampliados para durar cinco días, en los que acabó incluida una prueba más: la carrera de cuadrigas. Los vencedores, proclamados al finalizar el quinto día, recibían como premio una rama de olivo, cortada por los sacerdotes de Ifitom en las orillas del río Alfeo, en Olimpia. Participaban en las competencias los helenos, los dóricos y los arcadianos, pues los bárbaros estaban excluidos. Los atletas gozaban de una fama rara incluso en nuestros días. Muchos fueron celebrados en las odas del poeta Píndaro. Uno de ellos, Milón de Crotona, el luchador, fue recordado un siglo después de su muerte por Heródoto, quien menciona en sus Historias que su fama había llegaba hasta las calles de Susa, la capital de Persia. Las Olimpiadas fueron así celebradas, sin interrupción, durante mil doscientos sesenta y nueve años, hasta el verano de 385 de nuestra era, en donde resultó vencedor en la competencia de boxeo un bárbaro, el armenio Varasdate. El mundo, por fin, había irrumpido en las Olimpiadas, que por siglos habían estado circunscritas a Grecia. Esta vez, en Tokio, participarán atletas originarios de doscientos seis países.
Las Olimpiadas fueron suprimidas en 394 por el emperador Teodosio el Grande, como parte de una ofensiva cristiana contra el paganismo en Grecia. Quince siglos después –quince siglos exactos: en 1894– Pierre de Fredi, barón de Coubertin, organizó un congreso internacional de sociedades deportivas en el anfiteatro de la universidad de la Sorbona, en París, que aprobó el proyecto de reinstaurar las Olimpiadas. Las de Tokio son parte de esta historia.
Investigador de la UNAM (Cialc)
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