El Rijksmuseum de Ámsterdam inauguró esta semana una exposición en la que destaca un objeto que llamó de inmediato la atención: un condón de 1830, decorado con un grabado de una monja y tres clérigos que muestran sus genitales, con esta inscripción: Voilà mon choix (Esta es mi elección). El condón fue adquirido por el museo hace seis meses, en una subasta, por mil euros. Está fabricado con el apéndice de una oveja. No ha sido nunca utilizado. “Da testimonio de las múltiples aplicaciones del arte del grabado y ofrece una visión de la sexualidad y la prostitución en el siglo XIX”, explican los curadores del Rijksmuseum.
El uso del condón remonta a miles de años, por lo que su historia tiene que ser contada con brevedad. Los egipcios usaban ya preservativos de fibra de lino, que es posible ver aún en el pene de algunas momias. Los griegos los hacían con vejiga de cabra y los romanos con intestino de cerdo. Los chinos los confeccionaban con papel de seda lubricado con aceite de almendras y los japoneses los conocían bajo el nombre de kabuta-gata, hechos con escamas de tortuga. Pero el condón, como lo conocemos hoy, surge varios siglos después. “Guante de Venus”, le decía Shakespeare. “Coraza contra el placer, tela de araña contra el peligro”, lo llamaba, en una carta a su hija, la Marquesa de Sévigné. El condón, entonces, acababa de ser introducido por el anatomista y cirujano italiano Gabriele Fallope, profesor en la Universidad de Padua y médico del Papa Julio II y del Rey Francisco I de Francia.
No es casualidad que este condón de 1830 aparezca en la colección del Rijksmuseum. En el siglo XVIII, los condones adquirieron fama en la ciudad holandesa de Utrecht, durante las reuniones que pusieron fin a la guerra de la sucesión en España. Llegaron a la ciudad, tras los altos personajes, las mujeres galantes. El preservativo fue puesto a la venta con el nombre de condón, una transcripción del verbo latín condere, que significa esconder o proteger. Casanova lo usó con frecuencia (“debo encerrarme en un pedazo de piel muerta para probar que estoy vivo”). Sade hizo referencia a él en una de sus obras (“un saco de piel de vejiga, vulgarmente llamado condón”). La gente entonces los inflaba, para verificar su fiabilidad.
La historia del condón quedó marcada por la Revolución Industrial. El empresario americano Charles Goodyear, inventor de la vulcanización, comenzó la producción en masa de preservativos hechos a base de caucho que, al vulcanizar, transformaba en un material elástico y resistente. Ese tipo de condón fue masivamente producido en Inglaterra a finales del siglo XIX. Hacia 1930, la empresa inglesa Durex sacó al mercado los primeros condones de látex, que tendrían un uso masivo durante la Segunda Guerra (los americanos los llegaron a poner en el cañón de sus fusiles, para protegerlos del agua y la arena durante la campaña de África).
El condón del Rijksmuseum mide 20 centímetros de largo: está expuesto en una caja de vidrio, en el centro de una sala. La palabra en holandés es condoon. Los franceses prefieren llamarlo préservatif. Entre nosotros, la palabra es usada, todavía, con algo de pudor. Pocos saben que detrás de su nombre hay una historia larga y venerable.