Si no fuera anécdota sería chiste. Malo, pero chiste al fin. Llevamos casi tres años rumiando la debacle de la “Salación Naconal” en el Mundial de Qatar y parece que el tobogán no tiene fin. Ni miras de que haya en algún punto una luz al final del túnel. Una vez consumada la pifia de los ratones verdes, en aquellos meses posteriores a la justa global muchos se rasgaron las vestiduras lamentando el pobrísimo nivel del fútbol desplegado y señalando con dedo incendiario a los culpables.
Curiosamente, muchos de los involucrados en las mesas de discusión eran loritos televisivos cuyos empleadores ostentan el manejo del combinado tricolor. Como era de esperarse, demandaban que el grupo de propietarios de franquicias de primera división en México hiciera algo para sacar al buey de la barranca, cosa que, teniendo a tiro de piedra la siguiente copa del mundo se antoja no sólo complicado, sino humanamente poco probable.
Nunca como en aquella ocasión el escenario resultó tan a modo para quienes detentan la comercialización del seleccionado nacional, pues recayó también en manos de terceros la corresponsabilidad. De ello alegaban esos hablantines que hoy día siguen dramatizando el tema, sin que de ningún lado haya llegado un viso de cambio, reestructuración, mejora o la madre que les parió. Peor aún, ha quedado de manifiesto que siempre se puede caer más bajo.
Con la enésima debacle del “equipo de todos”, en esta ocasión a manos del representativo colombiano, ha quedado claro que el escenario es lúgubre y teniendo una parte del próximo certamen en casa el riesgo del ridículo internacional es latente. Hay un lugar común en materia de aficiones que implica nunca esperar nada de algunos seres, quienes, sin embargo, se las arreglan para defraudar a sus seguidores. Algo así sucede con El Tri.
Con la diferencia de que un buen sector del público pasa por alto la seguidilla de fracasos y sigue deseoso de mirar a los suyos triunfar. Cada quien sus filias y anhelos. Lo cierto es que una buena escuadra no se arma de la noche a la mañana y que el cambio no es viable si no se hace desde dentro. Que falta mucho para que se pueda el sí se puede, la identificación del jugador número 12, ponerse la camiseta y otras faramallas para dar atole con el dedo a los seguidores.
Se dice en el argot futbolero que se juega de acuerdo al lugar de donde se es. El claro ejemplo es la selección azteca. En un país que se cae a pedazos, donde el desorden priva y la única seguridad es que no hay nada seguro, la mejor metáfora es ese grupete de privilegiados con pantalón corto que, estando más allá del bien y del mal, operan como marionetas en un show que insiste en volver atractivo un producto deficiente, pero muy rentable.