Cultura

Juanga

Lo malo del paso del tiempo y de andar toda la vida para aquí para allá, es que poco o nada se repara en el andar del reloj. Recién caí en la cuenta de que se han cumplido nueve años desde la partida del Divo de Juárez y casi se me sube el azúcar de la impresión.

Obviamente el recordatorio no llegó ni de broma gracias a mi reluciente memoria. Fue culpa de los chamacos de Netflix y su recién estrenada docuserie sobre el que quizá sea el más celebrable de los referentes de la que, se canta, es la frontera más fabulosa y bella de todo el mundo.

Parece que fue hace unos cuantos meses que en el ánimo del mexicano se respiraba un cierto aire apesadumbrado, luego de la noticia que aquella tarde del 28 de agosto de 2016 se esparciera como fuego en un reguero de pólvora.

Y con ella el sinfín de eventos que se produjeron: la programación hasta el hartazgo de las canciones de Alberto Aguilera, la información en medios que iba desde la nota informativa a los reportajes, pasando por discusiones, mesas de análisis y ejercicios editoriales.

Cómo olvidar la letra precisa y puntillosa de Nicolás Alvarado, que tundió hasta por debajo de la lengua al recién finado. Y por cuya columna periodística se ganó la animadversión del respetable que se sintió vulnerado en uno de sus afectos más profundos.

Han pasado nueve años de aquel asunto y para un país insultantemente homofóbico es curioso que con el adiós de Juanga se haya ido la última evocación a un verdadero ídolo popular. No es desmesurado sostener que el juarense bien podría estar a la altura de Pedro Infante, Jorge Negrete o incluso José Alfredo, aunque quizá sea prematuro aventurarse a esa conclusión.

Lo cierto es que con la irrupción de la serie Debo, puedo y quiero se rasca nuevamente en una herida que se supondría cerrada y que, apelando a la nostalgia, hace rentable el recurso a través de materiales de manufactura doméstica propiedad de Juan Gabriel, que ilustran con ritmo lento y sensiblero buena parte de su vida profesional y personal.

Lo afortunado del caso, para quien esto escribe, reside en la posibilidad de mirarlo en el escenario, desde una perspectiva intimista, lo más próximo que se podría estar. Lo menos atractivo es la cercanía al entorno doméstico, que, aunque podría ofrecer una idea del hombre detrás del personaje, poco abona a la mistificación de su figura.

Como suele ocurrir en estos casos habrá mucho ruido al respecto. Desde los medios al ir en pos de lo nunca antes visto, hasta unas cuantas nueces que apelen a lo que pudiera considerarse su legado. Sin embargo, lo mejor sería acudir a la obra, incluso permitirse el exabrupto del manierismo y esperar a que la moda de la producción de marras dure menos que los cuatro capítulos que la conforman.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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