Cultura

Muteados, apagados

Hay cosas en la vida que carecen de sentido y que, sin embargo, seguimos pegados a ellas. Los deportes son un claro ejemplo. En particular la afición a ellos. Soy de esos que dedica sus contadas horas de ocio a ver espectáculos atléticos en pantalla. De los que tratan de no pasarla tan mal cuando el equipete de sus amores la palma. Algo que ocurre más a menudo de lo que uno quisiera.

Estaba en uno de esos trances, entre la esperanza y la desilusión, cuando el ente que narraba el desarrollo del partido llamó mi atención. Y no por presumibles razones. Lo que quizá por habitual resulta poco notorio, pero que no deja de tener un rasgo absurdo es la crónica que se hace al tiempo que se desarrolla algún evento. Es absurda pues implica contar lo que los ojos del espectador están mirando.

Por mucho que dicte la costumbre que alguna voz nos ofrezca detalles del acontecimiento, sumar la locución a lo que se ve no sólo vuelve diametralmente opuesta la experiencia a ir al estadio, sino que otorga al sonido los rasgos basados en el estilo del hablante, en la línea editorial del medio y en las particularidades que ofrece la propia disciplina vigorosa.

Hay casos en que se vuelve no sólo necesario el acompañamiento, sino incluso agradecible por las competencias de quien habla. El problema llega cuando las virtudes comunicativas brillan por su ausencia y al escenario se suman desvaríos que van de la invención de palabras a la dramatización del relato o su banalización.

Hemos llegado al punto en que cuando el partido deja que desear la historia se convierte en el verdadero protagonista a partir de la forma en que se cuenta. Situación que celebra la audiencia y que trae dividendos en materia de rating para el medio en cuestión. Sobre todo, si el ejercicio de “periodismo” incluye chunga y ocurrencias para entretener al respetable a costa de las pifias de otros.

Un efecto curioso opera desde el palco cuando el locutor se metamorfosea en pitoniso infructuoso, sosteniendo que cada que se habla bien de algún atleta tiende a equivocarse. Expresión cargada de ternura que, de usarse correctamente, implicaría estructurar el discurso para generar tendencias a placer, con las consabidas ventajas que el recurso adivinatorio pudiera traer consigo desde el azar.

Lo cierto es que hacer crónica deportiva no es sencillo. Por mucho que haya ejemplos cuya precariedad idiomática haga creer que cualquiera podría hacerlo. Y ante cuyo escenario siempre queda la opción de silenciar el dispositivo. O, en el mejor de los casos, apagar el chunche y dejar de sufrir por el atentado a la lengua y por el devenir del equipillo en cuestión.


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Carlos Gutiérrez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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