Resurgen las miradas apocalípticas sobre la amenaza de extinción de la especie humana. El Coronavirus se presenta como el eschaton, el fin del tiempo y del mundo. Previsto en distintas religiones con creencias escatológicas. En las religiones abrahámicas, suponen una transformación hacia la redención final. Otros cultos como la mitología nórdica conciben la destrucción futura del mundo, “crepúsculo de los dioses”, a partir del cual germinará una realidad nueva y fértil. Pero las visiones catastrofistas no son solo religiosas también son alimentados en el ámbito secular y de la ciencia. Los ambientalistas y veganos confirman los signos de advertencia cometidos por la forma depredadora y los excesos de la civilización contemporánea. La humanidad como el verdadero virus destructor.
El temor a los efectos devastadores de epidemias ha estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad. En la Edad Media durante el siglo XIV, Europa se vio azotada por pestes y hambrunas. Falleció más de un tercio de la población europea, 25 millones, a causa de la peste negra, llamada así por las manchas oscuras que anunciaban su presencia. Ahora sabemos que la enfermedad era peste bubónica. Para la población eran signos de muerte, de rebeliones populares y de castigos por pecados cometidos, personales y colectivos, lo cual se traducía en pesimismo y desesperanza.
Los fundamentalismos y salvacionismos religiosos pueden resurgir, aprovecharse del actual clima de incertidumbre para persuadir y predicar que estamos sometidos a la anarquía del mal ya que la morales se han relajado. Además, porque se han desafiado las leyes de la naturaleza e incumplido los códigos de Dios, por ello, nos enfilamos a la destrucción de la especie humana como castigo divino.
Han empezado a circular, en algunos grupos apocalípticos en la era de la posverdad, interpretaciones que reciclan viejas nociones que sustentan que se ha despertado la ira de Dios como guía de razonamiento en torno a la acechante atmósfera endémica que nos ha invadido. Ante los graves problemas que enfrentamos no incrementemos el contagio del oscurantismo fanático, aquel impregnado por los pesimismos, la amargura y el reproche de que todo lo actual está mal por principio. No propaguemos el contagio de las supersticiones, los malos augurios y los sentimientos de culpa. Grandes males aquejan nuestra nación como para sumarle las patologías fanáticas de aquellos que invocan el castigo divinos. Hay otro tipo de epidemias estampadas por la estupidez, el oportunismo político y la intolerancia