Cultura

Tutee usted a su puta madre

Luis M. Morales
Luis M. Morales

El otro día, en la tele, en un acto oficial de toga y protocolo, escuché a un ministro de Justicia tuteando a los jueces. Vosotros, nosotros, etcétera. Todos compadres, como si los señores magistrados y él hubieran guardado cerdos en la misma cochinera. Todo muy natural, en fin. Muy de ministros y también de jueces que lo consienten, como la vida española misma. Aquí tuteas a un juez en un juzgado y te cae la del pulpo, pero si eres político puedes llamarlo indecente y como mucho te enarcan reprobadores una ceja. Pero lo significativo es que semejante bajunería —me refiero a la del ministro tuteado— no parece sorprender a nadie. Lo que por otra parte no tiene nada de extraño en un país como el nuestro, que ha perdido todo respeto hacia sí mismo, si es que alguna vez lo tuvo. Un país de mierda que, entre todos y todas, hemos convertido en esperpento surrealista donde todo disparate se asume con pasmosa facilidad.

El que avisa no es traidor, así que aviso: éste es un artículo profundamente reaccionario. Reacciona ante la grosería y la estupidez, y lo hace utilizando palabras gruesas para que se entienda mejor. No está el paisaje para sutilezas. Tampoco nos equivoquemos —y si alguien se equivoca, me importa un carajo—: el tuteo no es un problema pero sí un síntoma, y por eso viene a cuento. Nos hemos vuelto una piara de tuteadores sin tasa, lo que dice mucho de nosotros. De lo que somos y de a dónde vamos. Un lugar donde a dos venerables octogenarios un camarero o camarera puede preguntar: “¿Qué vais a tomar, chicos” sin el menor empacho, y donde a un jefe de gobierno los periodistas pueden decirle: “Oye, Fulano” —o Mengano, o Zutano— y éste se para, sonriente, y los atiende. Cuando en Francia, por irnos cerca, si tuteas al presidente de la República —insisto, de la República— te echan a patadas del Elíseo.

Hasta mediante el doblaje de películas, con eso de olvidar a los dobladores profesionales y que traduzcan las estólidas maquinitas, nos llevamos el tuteo al pasado, en anacronismos que todo cristo se zampa sin rechistar. Hace poco vi una película en cuyos subtítulos Sherlock Holmes y Watson se tuteaban—¡en la Inglaterra victoriana!—  como si fueran compadres de taberna. Por no hablar de los operadores, comerciales y demás tocapelotas telefónicos que hablan de tú a bocajarro, o las compañías para las que en vez de señor viajero eres ahora colega cliente, o los bancos que además del robo y el maltrato te obligan a soportar su ordinariez. Olvidando o ignorando, esa extensa pandilla de soplapollas, que hablar de usted o de tú no se improvisa, que en ambos casos responde a circunstancias perfectamente definidas, y que determinadas fórmulas no son un resabio conservador y desfasado, sino un logro, casi un arte, hecho de educación, sentido común y experiencia: tratamientos de respeto que afinan la convivencia e incluso sirven de arma defensiva ante la vulgaridad; frente a los idiotas que consideran que hablar de usted cuando las circunstancias lo requieren es un hábito clasista. Que en realidad lo es, pero de otra clase: la de la gente educada frente a los gañanes.

Es cierto que tengo una edad en que algunas cosas chirrían demasiado; pero nací en 1951 y no tengo intención de cambiar las buenas costumbres a estas alturas: en Twitter y por la calle hablo a todo el mundo de usted, mientras vivieron mis suegros usé con ellos el mismo tratamiento, y hace años prohibí a mis editores que me acompañase una responsable de comunicación que trataba de tú hasta a los más ancianos y venerables escritores —Paco Ayala, José Luis Sampedro—, y cuya vulgaridad me avergonzaba. No por eso vivo ajeno a este tiempo. Tutearse es natural, sobre todo entre jóvenes y entre quienes simpatizan o mantienen trato cercano. Lo hago habitualmente, como todo el mundo; pero procuro estar atento a cuándo y con quién alterar la fórmula. No, cuidado, por mantener rancios protocolos que el tiempo, con toda razón, dejó fuera de uso. Pero no se puede hablar igual a un joven que a un anciano, a un compañero de trabajo que a un cliente. La educación, la cortesía, el buenos días, el gracias, el por favor y todo lo demás, o sea, las buenas maneras, siguen siendo útiles porque hacen soportable un mundo que la zafiedad, la grosería, la ordinariez, la desconsideración, convierten en más difícil de lo que por naturaleza ya es. No se trata de hacer como un elegante matrimonio francés amigo mío, que en público siempre se trata de vous, sino de conservar con sensatez mínimas fórmulas de respeto que mejoren las relaciones humanas y sitúen las cosas en su sitio. Lo que no es poca cosa, oigan. Miren ustedes alrededor. Sobre todo en los tiempos que corren.


Google news logo
Síguenos en
Arturo Pérez-Reverte
  • Arturo Pérez-Reverte
  • Escritor, periodista y académico español. Es académico de número de la Real Academia Española desde 2003.​ Entre sus novelas están Las aventuras del capitán Alatriste, La reina del sur y Revolución, la más reciente.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.