Comezar el año de premios para películas que destacan como **Pinocho de Guillermo del Toro y **Los Fabelman (The Fabelmans) de Steven Spielberg da un gusto enorme. No sólo porque son obras maestras sino por ser películas que se nutren de la biografía y la pasión por el cine de los realizadores. Si en **Pinocho Del Toro nos comparte su mundo imaginario y la admiración por el cine de animación que es capaz de crear un universo poblado por seres vivos, Spielberg nos lleva de la mano por su historia personal y familiar ligada a su necesidad de ver y crear películas. Del filme Los **Fabelmans, libre interpretación del apellido Spielberg, que, en alemán, significa montaña de juego, mucho se hablará y escribirá acerca del entorno y los problemas familiares del realizador. Lo que, sin embargo, también destaca del filme, no es su carácter de biopic sino la manera cómo Spielberg relaciona sus vivencias personales, familiares y sociales con el acto de ver y crear cine.
Empecemos con la primera secuencia: En compañía de sus padres, Sammy niño, **alter ego de Steven Spielberg, acude al cine para ver su primera película. Es el año 1952 y sus padres le han prometido ver payasos y elefantes. Sin embargo, lo que impacta y atrapa la atención del niño al ver **El espectáculo más grande del mundo de Cecil B. DeMille es el choque y descarrilamiento de un tren contra un pequeño automóvil. En casa el niño recrea la escena con un ferrocarril a escala y registra la escena con una cámara casera. De ahí en adelante las escenas de persecución y choques formarían parte de las tramas y escenas de acción de Spielberg desde **Duelo (1971) y los filmes sobre **Indiana Jones (a partir de 1984).
Las alusiones a películas que lo impactaron y le sirvieron de modelo y aprendizaje sigue con **El hombre que mató a Liberty Valance de John Ford (1962). Observamos a Sammy niño dirigir los primeros Western con ayuda de sus amiguitos que actúan como vaqueros y su padre que, detrás de la cámara, produce el viento y la tormenta de arena que necesita el filme. En las secuencias en las que Sammy aprende de manera autodidacta a crear narración, resalta la admiración de Spielberg por el cine de celuloide: Como niño y adolescente Sammy (Gabriel LaBelle) trabaja con las cintas de 8 y 16 mm, descubre la capacidad narrativa del montaje, corta, raspa y pega – sí, con pegamento – las cintas y las perfora para provocar efectos visuales. Nos enseña que realizar películas era un trabajo manual con materiales físicos que necesitaban de herramientas para producir movimiento, narración y significado.
Spielberg también utiliza las secuencias familiares y escolares para mostrar la capacidad del cine para descubrirle al espectador secretos que el ojo humano no capta. Que el cine puede enaltecer o achicar personajes, denunciar abusos o construir metáforas y alegorías. Las escenas de la madre (Michelle Williams), creativa, sensible e infeliz, al tocar el piano o hacer movimientos de baile, iluminada por los reflectores de un coche, revelan tensiones y conflictos, mientras que una casa oscura en medio de mansiones iluminadas con luces navideñas, indica que se trata de un hogar judío. Pero el cine también puede ser una arma que sirve para defenderse o tomar venganza. Así en una secuencia clave que pone en evidencia el antisemitismo de un grupo de chicos de la preparatoria.
Spielberg cierra el filme con un maravilloso homenaje a un realizador que admira: El anciano John Ford, interpretado por David Lynch, recibe al joven Sammy con una lección de arte inolvidable. Feliz de ser aceptado en la industria audiovisual, el joven aprendiz de realizador se aleja de la cámara por los pasillos de un estudio de Hollywood como lo hacía Chaplin al final de sus películas.
Annemarie Meier