Los mexicanos tenemos una medida exacta que delimita nuestro aguante. Todo lo que esté por debajo es tolerable. Sin embargo, llegado al nivel señalado, la paciencia se agota y el hartazgo se desborda. El nombre del punto es preciso: un chingo. Así de claro. Medida moral y filosófica de lo que ya se pasó de la raya. Frontera invisible de un país que lo aguanta casi todo, pero que resiente y se rebela frente a eso que significa un exceso indignante. De ahí que no es necesario que nos enreden con estadísticas y porcentajes. Un chingo es un chingo y todo el mundo lo sabe.
El tratado de banqueta al que le acabo de hacer una introducción viene a cuento, porque la rayita del contenedor en muchos sentidos está rebasada, mientras lo que se escucha por todos lados es cómo hacer que el chingo no suene a un chingo. “Bájale un porcentaje al chingo”. ¿Escucha usted lo absurdo? Como si el hartazgo pudiera recortarse con decimales.
Tome usted, por ejemplo, el huachicol fiscal: el fraude más grande en la historia de México, dejado hoy momentáneamente de lado —eso nos dijeron— debido a que nos cayó un chingo de lluvia encima. Chingo de agua que, aunque extraordinaria, no es inédita. Ya nos había pasado, para eso existían los programas y los Atlas de Riesgo, a los que nadie hizo caso. Resultado: un chingo de muertos, un chingo de desaparecidos, un chingo de tristeza y un chingo de explicaciones mal dadas, además de un chingo de coraje.
No es que en los gobiernos anteriores no pasaran cosas similares, lo que calienta un chingo es que digan que antes se robaban el dinero y ahora no, cuando el tamaño del lodazal es igual o peor. Un gobierno que ha sacado a un chingo de personas de la pobreza, pero dejó a un chingo de gente sin servicios de salud y con carencia de un chingo de medicinas. Una Ciudad de México con un chingo de problemas y un chingo de baches, todo manejado con un chingo de soberbia y falta de transparencia que no sirve para solucionar los conflictos. Lo cual me lleva de regreso al huachicol.
Antes de nuestras recientes desgracias, estábamos en nuestras anteriores desgracias. Justo en el momento en que la Procuradora Fiscal de la Federación, Grisel Galeano, dijo que el robo por el contrabando de combustible ascendía a 600 mil millones de pesos. A lo cual nuestra Presidenta se apresuró a corregir diciendo que no, que todavía no estaba calculado. ¿A cuánto llega entonces lo robado? ¿177 mil millones los últimos tres años? El caso es que si la estafa maestra ascendió a 7 mil millones y Segalmex a 15 mil millones, y ya eran un chingo, lo del huachicol sin duda es un megachingo.
Finalmente, ¿cuántos homicidios dolosos cree usted que se cometen a diario en nuestro país? Exacto: un chingo. Sin embargo, ahora dicen que si comparamos este septiembre con el septiembre del año pasado, bajaron un chingo. ¿Y el resto de los meses no cuentan? ¿Y el resto de los delitos no suman? Homicidios culposos, feminicidios, extorsiones u “otros delitos contra la vida e integridad personal” (como ellos mismos tienen clasificados algunos). El chingo que todos sabemos y sentimos no puede hacerse más pequeño tan solo porque alguien lo diga. No existe el chingo chiquito. El chinguito.
Sumados todos los delitos nos da una conclusión fatal: son un chingo monumental.