Política

Lo podrido no es la manzana, es la canasta

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Nos lo han repetido desde que éramos niños, como un eco celestial en los sermones de domingo, como regaño en la casa y como lección en la escuela. Una manzana podrida echa a perder al resto. Advertencia proverbial que llama a separar cuanto antes a aquel que se desvía para poder salvar a los otros. Salvar a la comunidad de la iglesia, al grupo de la escuela, a la heroica Marina de México, a nuestra honorable bancada de senadores, a nuestro amado y transformador partido y, con ello, al gobierno de nuestra Presidenta.

Por lo menos eso es lo que nos dicen analistas y funcionarios cada vez que se desata un escándalo. No son todos. Es apenas uno, un par, unos pocos los que se apartaron del resto. Una sola manzana podrida. Un senador podrido. Un par de marinos podridos. Pero ¿y si la enseñanza estuviera mal contada? ¿Y si no fuera la manzana ni tampoco el individuo el que de la nada se pudrió? ¿Y si fuera la canasta? ¿Y si la canasta estuviera húmeda, infestada e imposible de ser habitada? O aún peor ¿y si tuviera la culpa aquel que hizo la canasta? ¿Utilizó mala paja, tejió de manera equivocada?

Eso es lo que sugiere el Experimento de la Prisión de Stanford de 1971. El  psicólogo social estadounidense, Philip Zimbardo, contrató a un grupo de estudiantes para actuar, la mitad como “guardias” y la otra mitad como “prisioneros”, en una cárcel simulada en el sótano de la Universidad de Stanford. En cuestión de horas, los “guardias” se volvieron crueles y los “prisioneros”, obedientes y derrotados. Aislaron a algunos en “el hoyo” (un armario usado como celda de castigo), les hicieron lavar las tazas de baño con las manos desnudas. Uno rompió en llanto, otro entró en una huelga de hambre. Fue tal la crisis, que el experimento planeado para dos semanas tuvo que cancelarse al sexto día.

A pesar de los múltiples cuestionamientos por parte de la comunidad académica, Zimbardo publicó El Efecto Lucifer, libro en el que sostiene que el mal no surge solo de los individuos “malos” (las manzanas podridas), sino de contextos corruptos (las canastas podridas) y de las estructuras que los diseñan (aquellos que fabrican las canastas podridas). 

¿Qué pasa entonces si en lugar de cambiar al individuo sometemos a revisión y crítica nuestros sistemas, nuestro orden político y los partidos que producen podredumbre? Pensar en rehacer la canasta o, por lo menos, cambiarla más seguido. Caer en cuenta que si las manzanas podridas se repiten puede no ser por algún tipo de defecto personal, sino por un orden normalizado del mal.

Idea perturbadora: es la política, su ambición de poder y el sistema lo que pudre las manzanas. Lo mismo que Gabriel Zaid dijo en 1986 y que hoy sigue haciendo sentido en el nuevo gobierno: “la corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema”. La metáfora invertida: la manzana no es el agente de contagio, es la canasta la que corrompe las manzanas.

Por eso sigue sirviendo la idea de que la culpa la tiene la manzana. La idea del chivo expiatorio contado con manzanas. Con quitar una manzana se resuelve el problema y el partido queda renovado. Limpio y puro. Al fin y al cabo la manzana es solo un individuo, pero la canasta es el poder que contiene a todos.


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Ana María Olabuenaga
  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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