El problema es que nuestro Gobierno todavía no se ha dado cuenta. Apostaron al ciclo noticioso como quien apuesta a que la marea se retire sola. Antes la nota tenía un mínimo de 24 horas de oxígeno garantizado, pero eso murió junto con la era del noticiero nocturno. Hoy las noticias viven seis horas si el interés es medio, 12 horas si es grande y entre 48 y 72 si es excepcional. Lo cierto es que la emoción es siempre la que les da el aliento de vida. El ciclo de vida de una noticia lo define la emoción: si no emociona, se extingue en minutos; si provoca indignación, perdura. Carlos Manzo sigue vivo, su mortaja está hecha de furia pura.
Por eso la primera reacción de nuestra Presidenta no funcionó. Intentar indignarse y acusar a sus adversarios de propagar la nota era un error de alguien con la cabeza muy fría. Todos habían oído al alcalde. Manzo le suplicó a la Presidenta apoyo para contener a la delincuencia. No se lo dio. No había narrativa para tapar esa ausencia.
Vinieron después los comentaristas del oficialismo: desacreditaron a Manzo porque decía que quería acabar con la delincuencia a como diera lugar, dijeron que era de ultraderecha, un Bukele cualquiera. Y mientras lo decían con lengua fría, la imagen se repetía una y otra vez: Manzo pidiendo ayuda y nadie dándole respuesta.
Llegó la marcha convocada por la generación Z. Trataron de desacreditar a los convocantes: son bots—dijeron. Cerraron las calles para que se les complicara la posibilidad de llegar. Minimizaron el número de asistentes. La intentaron ridiculizar. Pero los bots no marchan, los bots no gritan de indignación. La marcha era real.
Y luego, sin saber bien a bien de dónde vino, llegó la violencia. Y lo peor es que, a pesar de los golpes y los gritos, aún se escuchaba la voz de Manzo pidiendo ayuda seguida del silencio de los que no respondieron. ¿Por qué no? ¿Por que se salió de Morena denunciando que al partido había llegado lo peor?
Presentaron entonces el cuarto “Plan Michoacán”. Capturaron al supuesto autor intelectual. Detuvieron a varios de los escoltas. Sin embargo, nada tapa, nada sutura. Y es que nada tiene que ver con el origen de todo: Manzo pidió ayuda. Y no lo ayudaron.
Se les ocurrió presumir la aprobación presidencial. Una campaña enorme en todos los medios y redes. Ni falta hacía, nadie la pone en duda. Sin embargo, la aprobación no neutraliza la culpa. La aprobación no silencia la voz de Manzo pidiendo apoyo cuando el Estado miró para otro lado. Los que marchan, marchan por eso: Manzo pidió ayuda y no se la dieron.
Y como, a pesar de todo lo que han intentado, Carlos Manzo sigue vivo, ahora convocan una manifestación en el Zócalo. Una fiesta apresurada, un despliegue de músculo político para reemplazar la responsabilidad con volumen. Suena a celebración en medio del duelo. Suena a querer enterrar a alguien que no está muerto. Porque él pidió ayuda y no se la dieron.
La manifestación será enorme. Llenarán de nuevo el Zócalo, pero a pesar de ello, Manzo no se va a morir. Y como todos los muertos a los que se les deja morir, regresará cada noche, entrará de puntitas y al oído les recordará: Yo les pedí ayuda. Y no me quisieron ayudar.