Aquí hay un fenómeno asociado a la nueva televisión que no se ha puesto sobre la mesa. Lo vamos a llamar, para efectos prácticos y sin tecnicismos, “la guerra de los formatos”.
No tiene que ver con Televisa, con Netflix o con Facebook, pero tiene que ver con Televisa, con Netflix, con Facebook y con todo lo demás, y si no lo discutimos hoy, podría meter en problemas a muchas personas en muchas partes del mundo.
¿Qué es “la guerra de los formatos”? Se lo voy a explicar con un ejemplo: Doctor milagro.
Dígame, por favor, que usted también ya está viendo esta espléndida serie de 85 episodios distribuida en México por la plataforma HBO Max.
¿No es la cosa más emocionante del mundo? ¿No le encanta su dramatismo? ¿No le sorprende su manufactura? ¿No le fascinan los personajes?
Doctor milagro es una serie turca que cuenta las aventuras de un médico de aquel país que tiene varias peculiaridades, las más importantes: que tiene autismo y que es un genio.
Este señor, que en realidad es un muchacho, resuelve los casos más sofisticados que usted se pueda imaginar al mismo tiempo que vive toda clase de odiseas vinculadas a su autismo, a su genialidad y a su edad.
El resultado es muy atractivo porque la historia atrapa desde la primera escena, porque absolutamente todos los personajes están muy bien construidos tanto en papel como en la parte actoral y porque no se escatimó ni un centavo en términos de producción.
Sí, Doctor milagro es una serie médica como hay miles, un concepto tipo Doctor House, E.R. o Grey’s Anatomy, pero al mismo tiempo es diferente.
Resultado: las audiencias tienen la certeza de que van a ver lo que siempre ha visto, pero, al mismo tiempo, de que lo van a ver de una manera distinta, con otros casos, más modernos, más incluyentes.
Prohibido perderse Doctor milagro. En verdad es una joya.
¿Cuál es la nota? Que Doctor milagro es la versión turca de la serie estadounidense The Good Doctor que millones de persona amamos y seguimos en Amazon Prime Video y en el canal Sony.
Seamos sinceros, The Good Doctor es fantástica. ¡Qué producción! ¡Qué narrativa! ¡Qué actuaciones!
Fíjese lo que le voy a preguntar: ¿usted vería Doctor milagro después de haber visto, o mientras mira, The Good Doctor? ¿Me creería si le dijera que la versión turca, que tiene cambios, es tan buena o más que la estadounidense?
Hasta aquí tenemos material para debatir largo y tendido, ¡pero qué cree! Se la voy a complicar más.
The Good Doctor es la versión estadounidense del formato coreano Good Doctor, una serie fundamental que se estrenó hace ocho años en Seúl y que enloqueció a las multitudes.
Good Doctor es magistral. Punto. Gran show de enormes emociones con una fantástica producción y fabulosas actuaciones.
¿Me creería si le dijera que Good Doctor, la primera, es tan buena o más que The Good Doctor, independientemente de que, como tuvo el privilegio de ser la primera, tiene el mérito de la originalidad?
Por si todo lo que le acabo de decir no fuera suficiente, también hay una versión japonesa.
¿Qué pasaría si se hiciera una versión mexicana? ¿Cómo la recibiríamos? ¿Qué diríamos de los cambios que necesariamente se le tendrían que hacer? ¿Por qué la aceptaríamos? ¿Por qué la rechazaríamos?
¿A dónde quiero llegar con todo esto que le estoy diciendo?
Precisamente a “la guerra de los formatos”, este nuevo fenómeno que, gracias a la voracidad de los sistemas de distribución de contenidos en línea, estamos comenzando a vivir, a disfrutar o tal vez a padecer.
¿Por qué las audiencias de un país, el que sea, tienen que ver formatos que fueron adquiridos por las casas productores de otras naciones para otros espectadores con otras características culturales?
¿Por qué el formato predominante tiene que ser el estadounidense si usted y yo vivimos en otra región del mundo? ¿Por qué tenemos que celebrar los remakes antes que conocer y festejar el original?
¿Se vale que estamos consumiendo varias veces la misma historia del mismo tiempo? ¿Por qué no podemos elegir entre el original y todos los formatos de un mismo concepto?
A lo mejor usted preferiría el coreano o el japonés. Insisto: ¿por qué no podemos elegir?
No, pero espérese, se pone peor. ¿Por qué un formato está en una plataforma y algunos de los otros, en otras? ¿No es una especie de competencia desleal?
¿Qué ocurre cuando hablamos de patrimonios culturales? ¿A quién le pertenece esta historia? ¿A Corea, a Estados Unidos, a Japón, a Turquía o a México? ¿Quién se queda con la propiedad intelectual? ¿El país al que pertenece la plataforma?
Yo sé que esto suena demasiado sofisticado, pero tengo la impresión de que no está regulado, o de que no está regulado en términos muy del dominio público y que esto terminará por perjudicar a los creadores de ciertas regiones, de ciertos países.
Por eso le digo que esto podría meter en problemas a muchas personas en muchas partes del mundo. ¿A poco no?
alvaro.cueva@milenio.com