La educación, vista como proceso, es determinada en mayor o menor medida, por el contexto económico, político, social y cultural de cada país. En este sentido, me parece importante, a más de doscientos años de la Independencia de México, recordar y apuntar algunas ideas de historiadores sobre la educación pública.
Solana, Cardiel y Bolaños (1982), nos menciona que las grandes transformaciones que se dieron en el campo del pensamiento y en el de la política durante el Siglo XVIII llevaron a una nueva concepción del Estado, con un sentido más moderno y más responsable de sus deberes para con la sociedad; entre esos cambios se advierte una seria preocupación por atender la educación, por fundamentarla en los conocimientos científicos de la época y por ofrecerla al mayor número de personas en cada país. Así se va gestando una nueva concepción de la educación que, por considerarse un fenómeno social con una poderosa función orientadora debe formar parte de la organización del Estado, de modo que refleje la mentalidad filosófica del gobierno que tiene en sus manos los destinos nacionales. Es este último concepto el que nos puede llevar a considerar a la educación pública como el instrumento mediante el cual todo estado trata de formar hombres capaces de dar solución a los grandes problemas de la nación, y a utilizar su esfuerzo para ser operativos los proyectos sociales que se propone.
Meneses (1983) nos comenta que al consumarse la independencia (1821), el plan de Iguala ignoró las cuestiones educativas, dedicado como estaba a su arreglo político a corto plazo y no a un programa de gobierno. El plan contenía sólo provisiones sobre la protección de la religión, la independencia y la forma de gobierno. Como tomó la misma Constitución de 1812, adoptó tácitamente las mismas normas de ésta relativas a la educación. El año 1823, con la publicación del Plan de la Constitución Política de la Nación Mexicana, fue especialmente importante para la educación, toda vez que contenía un admirable proyecto educativo social. Admitía como obvio el control del Estado en cuestiones educativas. Por eso recomendaba la creación de institutos públicos.
Castillo (1976) nos dice que la revolución de independencia vino a mostrar que el bienestar general ha de asentarse en la educación del pueblo, cuyo poder queda incrementado por el poder de ésta. Además, como ya lo habían puesto en relieve los pensadores, legisladores y estadistas, era preciso educar al pueblo para capacitarlo en la participación que habría de tener en las tareas de un estado independiente. Sobre estas ideas de carácter general, un grupo de escritores, terminaba la guerra de independencia, formula una serie de pensamientos, todos ellos encaminados a hacer viables aquellos ideales educativos, iniciándose desde entonces la doctrina americana sobre la educación democrática. Estos escritores, todos ellos señalan, cada cual a su manera, que la escuela pública es la mejor vía para preservar la libertad y la participación del ciudadano en la vida colectiva.
La Independencia no fue solamente una revolución política, fue una revolución social en el más amplio sentido del término: afecto la vida religiosa, las instituciones económicas, los idearios de la educación. n su proceso destructivo y violento, fue creando las bases políticas de un nuevo concepto de instrucción pública.
A decir verdad, entre los hombres de la Revolución no hubo, con raras excepciones, teóricos de la pedagogía. La ciencia de la educación no les es deudora de métodos nuevos, pero fueron los primeros en tratar de organizar, legislativamente, un vasto sistema de instrucción pública. Es justo colocarlos en primer lugar como los hombres a quienes se podría llamar los grandes ideólogos y políticos de la educación popular. Sin duda les falto tiempo para aplicar sus ideas; pero tienen el mérito de haberlas concebido, de haberlas expuesto en actas legislativas. Los principios que proclamamos hoy, los formularon ellos.
El antiguo régimen había descuidado la obra de la educación. El crecido analfabetismo; la indigencia de la enseñanza elemental, limitada a la instrucción del catecismo, la lectura y la escritura; el difundido uso de castigos corporales, la precaria situación de los maestros, reclutados, no pocas veces, de entre sacristanes, chantres, bedeles, sepultureros, campaneros; revela a las claras la poca atingencia de la monarquía en estos problemas y explica las hondas preocupaciones de los hombres de la independencia por remediar tal estado de cosas.
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