Si hay alguien verdaderamente interesado en que el T-MEC conserve su estado actual, es la ciudadanía estadounidense.
Ellos son los principales consumidores de productos mexicanos, y si hacemos una lista encontraremos desde frutas y verduras hasta autopartes, computadoras y artículos electrónicos.
Imponer cualquier tipo de arancel a los productos mexicanos provocaría un incremento inmediato en el costo de vida para los estadounidenses. Imagine usted, querido lector, a un norteamericano promedio —sí, ese que apoya la deportación de migrantes por motivos raciales— entrando a un Walmart y descubriendo que el limón, los frutos rojos o los melones cuestan un 50% más.
Y de paso, que su próximo automóvil o una simple cerveza producida en Piedras Negras también hayan subido de precio.
Por eso sostengo que las constantes amenazas de Trump —algunas cumplidas de forma temporal— son insostenibles.
En su intento por “apoyar la producción local”, lo único que logrará será afectar al 80% de su población, mientras solo el 20% verá aumentados sus ingresos.
Por el contrario, los mexicanos debemos observar el teatro internacional de Trump —basado en imposiciones arancelarias a medio mundo— como una oportunidad disfrazada.
Mientras ellos pelean, el producto mexicano gana terreno: cuando los productos chinos, taiwaneses o indios se encarecen, el nuestro se vuelve más competitivo.
En conclusión, querido lector, los grandes ganadores del teatro trumpista somos usted y yo.