Existe un dicho muy conocido: “Se requiere una villa para criar a un niño”. Pero poco se habla de que también se requiere de una comunidad para crear, construir y mantener la salud en todas las edades.

Vivimos en una época donde, de manera general, se culpa a la persona de su enfermedad o se le aplaude de forma individual por su salud. Como si todo dependiera únicamente de las decisiones propias. Sin embargo, tanto la salud como la enfermedad tienen un componente mucho mayor: la comunidad que nos rodea.
Pensemos en ese vecino que insiste en recuperar un parque abandonado, plantar árboles o gestionar que el municipio repare juegos infantiles. Muchas veces lo vemos como alguien “incómodo”, pero en realidad está contribuyendo a que todos tengamos un espacio seguro para salir a caminar, ejercitarse, convivir y respirar aire limpio. Tal vez hoy no lo notemos, pero mañana el esfuerzo de esa persona puede traducirse en una mejor salud cognitiva, menos depresión y más calidad de vida para toda la colonia.
La salud también se construye en comunidad cuando alguien enferma o se lastima. Ahí entran en juego hermanos, papás, suegros, amigos… esa “familia elegida” que ayuda a reorganizar la vida cotidiana: alguien se hace cargo de llevar a los niños a la escuela, otro acompaña al médico, alguien más cocina o compra el súper. Esos apoyos invisibles permiten que la persona enferma tenga el tiempo y el espacio para sanar.
Contribuir a la salud de quienes nos rodean es quizá la forma más pura de demostrar aprecio. Puede ser recordarle a tu mamá que salga a caminar, felicitar a tu hijo por tomarse sus medicinas, acompañar a tu pareja a una cita médica aunque no entres al consultorio, ayudar al vecino a cargar las bolsas del mercado cuando está lesionado, invitar a tu amiga a unirse a tu clase de ejercicio o recordarle a tus amigas por Whatsapp que pronto es Octubre y hay que hacerse las mamografías. Son gestos pequeños, pero suman de manera inmensa.
Todos viviremos una etapa en la que necesitaremos el apoyo de nuestra comunidad para salir adelante: cuando tenemos un hijo o cuando enfrentamos la pérdida de un ser querido, cuando nos sometemos a una cirugía o incluso en una simple gripe que nos obliga a descansar, cuando vivimos un embarazo o transitamos la menopausia, cuando pasamos por un divorcio o recién recibimos un diagnóstico. No estamos solos, y así como es bueno recibir ayuda, también debemos aprender a identificar los momentos en los que podemos ofrecerla.
El concepto de salud y de comunidad emergieron en el mismo momento de la historia. La antropóloga Margaret Mead lo ilustró con una historia poderosa. Cuando un estudiante le preguntó cuál consideraba el primer signo de civilización en la humanidad, ella no mencionó herramientas, fuego, rueda ni cerámica. Dijo que fue un fémur fracturado y luego sanado. En el reino animal, una fractura así significa la muerte: no puedes buscar agua, huir o alimentarte. Pero un fémur que se curó prueba que alguien cuidó de esa persona, le compartió alimento y la acompañó hasta que pudo volver a caminar. Ese, dijo Mead, fue el inicio de la civilización: la evidencia de que alguien se quedó a cuidar a otro.
Esa historia nos recuerda que desde siempre la salud no es un logro individual, sino un proyecto colectivo. Espero que estas lecturas de los lunes te inspiren a construir salud, y si quieres más consejos para vivir más y mejor, te invito a seguirme en instagram como @aleponce.healthyagingmx .