A principios de este mes me encontré una nota informativa que no debía correr la suerte de morir sin provocar cambios, como le sucede a la mayoría de las noticias.
Una tercia de especialistas en psicología puso en tela de juicio el papel de los egresados de la licenciatura en Psicología. Y aunque la cuestión a debate era si estaban capacitados o no para brindar psicoterapia, el tema debe ser mayúsculo.
Si revisamos la propuesta educativa de la mayoría de las universidades en Puebla, encontraremos que coinciden en ofrecer al egresado tres campos esenciales de desarrollo profesional: el ámbito educativo, el área empresarial y la clínica.
Quienes hemos impartido clases a nivel licenciatura en esta disciplina habremos de coincidir que entre los propios estudiantes hay un desdén por dedicarse a la clínica y que un gran porcentaje apuesta por encontrar trabajo en el área de Recursos Humanos de una empresa o ingresar al área educativa por la puerta de los departamentos psicopedagógicos, cuya existencia en las escuelas está más cercana al mito que a la realidad.
Quiero aventurarme a creer que el desprecio está impulsado por cuestiones económicas.
La ilusión del salario fijo que ofrece una fábrica o una escuela, supera por mucho al camino incierto del autoempleo precario, en esta actividad que es ninguneada como pocas y por lo tanto este ninguneo se refleja en el pago de la atención.
El abanico terminal de esta carrera es en realidad muy amplio y este grado de apertura obliga a que en el trayecto formativo se aborden tantas generalidades que, con tan poco tiempo que se pasa en las aulas, se vea todo y nada a la vez.
Es esto lo que lleva a decir a los especialistas consultados que al licenciado en Psicología solo se le enseña a realizar pruebas psicométricas, un poco de “teorías modernas de la personalidad” y a ofrecer aproximaciones “breves” al paciente.
Sabemos que en México la única dependencia encargada de avalar los estudios es la Secretaría de Educación Pública. Pero en realidad su papel solo es aplicar un tamiz burocrático para más o menos garantizar a los alumnos que recibirán la formación académica ofrecida por la universidad y que esos estudios a cursar tengan de algún modo un sustento “teórico”. Pero no hay un comité científico que someta a juicio los planes académicos.
Así, si una institución de educación superior dice que su egresado estudiará cinco semestres materias del área empresarial, dos de pedagogía y dos de teorías psicológicas, mientras que otra institución dice que el suyo cursará cuatro de pedagogía tres de teorías psicológicas y tres de empresarial, ambos, una vez concluido su viacrucis burocrático obtendrán su licencia para “ejercer” la psicología.
Pero ¿qué psicología van a ejercer? Una dedicada a la elaboración de nóminas, reportes de productividad, altas y bajas ante el IMSS. O quizá una que confine a los egresados a ofrecer clases de Orientación Vocacional, Cívica, Ética, y tratar de resolver conflictos entre estudiantes y con los padres de familia para evitar que los clientes abandonen la escuela.
Entonces debemos cuestionarnos si no el psicólogo debería dedicarse exclusivamente a la psicología.
Dejemos la explotación laboral en manos de los administradores de empresas, que sean los pedagogos los que se encarguen de resolver los problemas educativos. Solo de esta manera podríamos asegurar que los psicólogos están facultados para ejercer la psicología.