
La llamada “crianza respetuosa” nos está introduciendo palabras y frases que a simple vista están siendo utilizadas como recursos para tratar de ayudar a los infantes a transitar por la vida, al menos la de sus primeros años, con el menor dolor posible; sin embargo, si dejamos de repetirlas porque es la moda o porque se deben decir, podríamos comenzar a escuchar que sus implicaciones van más allá de un acompañamiento en la siempre complicada y nunca bien entendida tarea de ser padres.
Una de estas frases en las que me detuve a pensar a propósito de una estampa de la vida cotidiana es la de: “no pasa nada”. Durante una fiesta los hijos menores jugaban en un salón, mientras los padres comían y platicaban, de pronto los llantos ganan en decibles a la música y los padres que identificaron los chillidos salen corriendo para enterarse de lo que pasaba.
En el piso estaban un par de niñas haciendo ronda a un juguete que a simplemente vista habría sufrido un accidente. La dueña no pensaba lo mismo, es decir que hubiera sido algo fortuito o propio del uso, mientras que la presunta responsable de los daños al objeto de deseo, miró con ojos condescendientes a su madre y soltó la muletilla: “¿verdad que no pasa nada?”
De verdad ¿no pasa nada? Claro, quizá los daños infligidos al juguete en cuestión no ameritan llevar el caso a los tribunales civiles, tal vez con un arreglo entre los familiares las cosas lleguen a buen puerto, o incluso la pequeña infractora podría salir bien librada y ahorrarse sus domingos para tratar de reparar el daño, si la madre también aceptaba que “no pasa nada”, “son cosas materiales”.
De verdad ¿no pasa nada? De entrada, ese “no pasa nada” minimiza hasta el grado de intentar desaparecer el dolor de la pequeña propietaria del juguete, quien sintió que justo en ese momento la vida, su vida, también se quebraba. Por eso lanzó ese lamento que movilizó a más de una persona. Su corazón se partía en mil pedazos y lo único que alcanza a escuchar de la responsable de ese dolor es un “no pasa nada”.
Si su madre, a quien recurrió de una manera no verbal, se suma a esta corriente de crianza respetuosa y repite por creencia o por omisión “no pasa nada”, entonces ahí sí el dolor de la niña afectada tendrá por fuerza que desaparecer. Y de ser la dañada pasará a ser la que daña a los demás por no alcanzar a comprender que “no pasa nada”.
Rescatemos el argumento muy válido de que las cosas materiales se recuperan y que por eso si hay un daño a algún juguete se repara o se sustituye por otro, y que por encima de esas cosas materiales hay cosas más importantes. Y justo por eso, de que hay cosas más importantes, habría que poner en esa categoría al dolor. El dolor que está sintiendo la niña y al que nadie parece ponerle atención, por esgrimir la bandera de la crianza respetuosa.
Ahora pensemos que la presunta responsable haya cometido el daño sin la intención de ocasionar un agravio, simplemente no midió su fuerza, no reparó que el juguete no era apto para lo que buscaba hacer, o solo se le fue de las manos. De verdad ¿no pasa nada? ¿A poco no se está perdiendo la oportunidad de obtener una gran enseñanza, de esas que solo se logran gracias a la frustración? Pudo haber aprendido que es importante regular el uso de su fuerza, que los objetos, aunque son inanimados no lo pueden todo y que pueden quebrarse y lo más importante que existe el otro, la otra persona para la que ese pudo ser el juguete de su vida y que está transitando por un gran dolor.
Ahora bien y si no es tan inocente su “no pasa nada”. Si ya se lo aprendió como clave que ablanda los corazones de los demás para salir impune de esta o cualquier otra acción que realice. De verdad ¿no pasa nada?
Tal vez la “crianza respetuosa” debería cuestionarse y poner en tela de juicio sus propios argumentos, porque al final de cuentas todo lo que hacemos, aquello que consideramos como moralmente bueno o malo tiene consecuencias, no se hace nada sin que haya una consecuencia. Incluso dejar hacer y dejar pasar tiene una o varias consecuencias.