Si nos preguntamos qué orilla a una persona a hacer ejercicio seguramente no tendremos una respuesta única, cada caso habrá de ser diferente, aunque muchos puedan compartir algún rasgo.
Por ejemplo, habrá quien desde la infancia le gustó jugar y decidió dedicarse en la vida adolescente o ya adulta al ejercicio de manera profesional o semiprofesional. Habrá quién en algún momento de su vida pensó que no estaba satisfecho del todo con su cuerpo y que habría de ser el ejercicio lo que le ayudaría a conseguir una mejor figura, alcanzar algo que fuera agradable a sus ojos cuando se viera en el espejo o cuando otras personas le vieran. También podríamos encontrar a personas que por cuestiones de salud se vieron obligadas a cambiar sus hábitos de alimentación y de inactividad y que eso mismo los llevó a continuar por una ruta de ejercicio.
Independientemente de cuál haya sido el detonante lo cierto es que quien se dedica al deporte como una práctica regular, remunerada, por estética o por salud, sabe que es importante mantener la constancia. No solo una cierta constancia como lo haría cualquier persona que ve en la actividad física una distracción, o una manera de tratar de corregir problemas de salud urgentemente.
Los jugadores profesionales por muy habilidosos que sean tarde que temprano se van a dar cuenta, si es que lo olvidan, que si no mantienen el acondicionamiento sus carreras se irán a pique por qué la habilidad no lo es todo, sí es importante pero no se basta a sí misma. Podrán hacer uso de drogas legales o ilegales, de suplementos alimenticios o dietas estrictas, pero tampoco esto suple la constancia del ejercicio.
Por cuánto tiempo deben hacer ejercicio los atletas profesionales, los que corren por gusto cada maratón, los profesores de educación física o los que quieren cuidar su salud porque tienen enfermedades crónico-degenerativas, la respuesta aquí sí es única: durante toda la vida que tengan esa condición.
Ahora bien, el mero ejercicio físico por muy dedicado y estricto que sea no puede suplir las habilidades, es decir no basta con someter a una rutina de ejercicio a cualquier persona para lograr que se convierta en la siguiente estrella de fútbol, ni entrenar durante horas para romper la marca de la siguiente maratón o incrementar su porcentaje de bateo. El proverbio latino dice que lo que naturaleza no da, Salamanca no lo otorga.
Entonces lo único, que no es poco, que podrá hacer es potenciar hasta el límite personal sus capacidades. Las limitantes a las que se enfrente serán su propia condición.
Si aceptamos esto como válido entonces por qué nos cuesta tanto trabajo traspalarlo a las cuestiones psicológicas. Por qué somos más propensos a equipararlo con la medicina moderna industrializada que promete que con un fármaco se puede cambiar la vida.
Los pacientes llegan a consulta no tanto por su deseo de saber porque se sienten como se sienten y sí podrían hacer algo para tratar de sentirse mejor o menos mal, lo hacen en muchos casos movidos por la ilusión de saber cuántas veces tendrán que ir a consulta, que tomarán para que se les quite los celos, qué ejercicios de respiración son los mejores para controlar la ansiedad, que leer de una vez y para siempre para salir de una “relación tóxica”.
Tendríamos mejores resultados en la comprensión, aceptación y reelaboración de los considerados problemas psicológicos si lo vemos más como una condición que como una enfermedad. Porque para vivir la vida no se requiere preparación, se necesita estar. La vida misma es el gimnasio.