Política

No te pudo matar, Ciro

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Solo una vez he visto una pistola apuntándome en la cara. Fue una madrugada de 1994, en el DF, tras de que un automóvil me cerró el paso, un hombre me amagó y, junto con sus cómplices, me llevó a un secuestro exprés tirado boca abajo en el piso de atrás de un LTD negro. En dos momentos pensé que me iban a matar: el primero cuando, detenidos en un cajero y ante mi desconocimiento del NIP de una tarjeta nueva, uno de ellos cortó cartucho y presionó el cañón del arma en mi nuca; el segundo, al final del tour, cuando el auto se detuvo y me arrojaron a una calle oscura.

Apenas puedo imaginar, pues, lo que sintió Ciro Gómez Leyva cuando le dispararon. Lo suyo fue mucho más grave: balazos estrellándose en los vidrios de su camioneta, a unos centímetros de su cabeza. Pero creo entender lo que vivió, en el instante del ataque y después (a mí también me acechó la paranoia porque acababan de asesinar a Colosio y yo andaba de lengua suelta exigiendo justicia), durante la secuela del trauma. Por ello, y porque estimo y aprecio a Ciro, me sacudió la lectura de su libro No me pudiste matar (Planeta, 2025).

Bien escrita, con una pluma alternativamente enchufada al cerebro y al corazón, es la crónica que el periodista hace de su propio atentado y el ensayo de la víctima sobre el presidente que trocó resentimiento en política pública. Es el testimonio del asedio de un poderosísimo profesional del insulto —“él”, le llama a López Obrador, convertido en su innombrable— y una reflexión sobre la violencia. Es también, a juicio mío, preludio de las memorias de un personaje inteligente e ilustrado cuya mirada no se agota en el periodismo, de alguien que tiene otras aspiraciones en la vida —por más que le sean ignotas— y se niega a renunciar a su libertad desdoblada en caminatas por calles y parques. Y es, finalmente, el recuento de la perplejidad y la contrariedad de un ser humano movido vitalmente por el afecto y la gratitud a quien le resulta difícil asimilar que, como decía Manuel Garza González, en política la mala fe es de oficio.

La obra tiene una interlocución dual. El autor les habla a dos agresores, al que intentó quitarle la vida y al que quiso truncar su carrera. Hay en su relato un dejo de engallamiento, reflejo de la exasperación del hombre que no se dejó amedrentar, que aguantó a micrófono firme todo el sexenio antes de irse a respirar a otra parte. Orgulloso de su resiliencia, le grita a “él” que no pudo con él. No acusa a Andrés Manuel de ordenar que lo mataran, por cierto, y tiene razón. “Él” no elimina a sus críticos: hace escarnio de ellos, los desacredita; los quiere vivos, sufriendo, repudiados por “el pueblo”. Dice Fuentes Mares, si mi memoria no me traiciona, que nunca fue Cortés más cruel que el día en que le perdonó la vida a Cuauhtémoc, cuando el vencido tlatoani le exigió que salvara su dignidad con el cuchillo. Sí, hay peores crueldades que la muerte. Pero a la pregunta de la segunda parte del libro, “¿Quién se chingó a quién?”, yo respondo: a fin de cuentas y a pesar de todo, Ciro, en el plano vivencial tú te lo

chingaste.

PD: Ningún presidente de México ha tenido más poder constitucional que Claudia Sheinbaum. Y a un año de su gobierno, ninguno ha tenido más reconcomio que ella al combatir la corrupción de su antecesor.


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Agustín Basave
  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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