La presidenta Sheinbaum llegó a la Presidencia con dos frentes abiertos, uno contra la oposición y otro al interior de su movimiento. Sus contrincantes en el primer caso son dos o tres partidos, otros tantos inconformes sociales, varios líderes de opinión y un empresario; en el segundo son los obradoristas incrustados en el Congreso, en las gubernaturas y en Morena. En el arranque de su gobierno priorizó la batalla intramuros (las luchas internas son más cruentas que las externas porque se tienen que ganar antes, pues sin primacía sobre los propios es muy difícil lidiar con los ajenos) pero ahora ha invertido sus prioridades: prefiere arreciar su ofensiva contra los opositores de afuera, que apenas la desafían, y capitular ante los de adentro, que la tienen bajo asedio. Es el mundo al revés de la 4T.
No fue una decisión obligada, como algunos sugieren. Ablandarse con los cuatreros y endurecerse frente a las marchas de protesta o los bloqueos de transportistas y agricultores no eran las únicas ni las mejores opciones. El problema de CSP, a juicio mío, es que la asesoría política que recibe proviene del núcleo duro del obradorismo, que le vende la idea de que se ha desatado una conjura en su contra y es imperativo apegarse al manual populista de su mentor para enfrentarla (en el populismo la polarización es permanente y los acuerdos con la disidencia están prohibidos). Mientras no tenga asesores que le muestren escenarios políticamente diversos y operadores propios que los procesen se mantendrá la estratagema populista.
Escribo esto a propósito de la discusión en medios sobre el poder de CSP. Yo creo que la cuestión no es cuántas fichas tiene sino en qué las quiere usar: aunque todo está en manos de la 4T, ella parece estar conforme con una repartición que le otorga el control dela Presidencia (los relevos en la UIF y en la Fiscalía indican que puede ser total) y que deja el Congreso y la Judicatura, además del aparato morenista, al grupo obradorista. Una vez más el mundo al revés. En buena tesis democrática quien gobierna asume siempre el liderazgo de su partido y el Ejecutivo, no domina nunca el Judicial y negocia rutinariamente en el Legislativo con la oposición. Ojo, no hablo de un rompimiento de CSP con AMLO, que no quiere ni puede hacer; digo que sin mayores contratiempos podría deshacerse de los impresentables que él le heredó y ahorrarse así desfiguros éticos y conflictos en la relación con Estados Unidos.
Los fines de CSP son esencialmente los mismos de AMLO, pero ella podría procurar otros medios para instrumentar la misma agenda. No le interesa hacerlo, a juzgar por su decisión de renunciar a la depuración interna, aceptar un autoritarismo de aparato en el que ella sería primus inter pares y abocarse a combatirá los disidentes externos (los reales y los que se ganará en el camino, porque el populismo no admite matices y hace enemigos a quienes no necesariamente habrían de serlo). Me pregunto si no acabará arrepintiéndose en el futuro previsible. La economía mexicana será en este sexenio más endeble que en el anterior y pedirá a gritos más crecimiento, y los gobiernos que someten a una lógica pendenciera y excluyente su relación con los factores de producción o con los inconformes no suelen atraer inversión.