Política

AMLO: del carruaje a la calabaza

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Todo político busca maximizar el poder. Lo obtiene al llegar al gobierno pero, una vez ahí, la realización de sus proyectos varía en proporción directa a su capacidad de lograr que aun quienes no son sus subordinados acaten su voluntad. De ahí la diferencia entre democracia y autocracia: la primera diseña leyes e instituciones para acotar al poderoso a fin de que no llegue a serlo en demasía, puesto que no cree en gobernantes divinos, incapaces de corromperse o equivocarse.

Andrés Manuel López Obrador requiere tantos o más acotamientos porque es una figura de culto: además del poderío de la Presidencia de la República, tiene una gran popularidad personal. Quienes creemos que la concentración excesiva de poder en una persona es nociva para la cosa pública deseamos que los valladares democráticos se refuercen en un caso así. Huelga explicar que él, por el contrario, quiere quitarse contrapesos, pues considera que su portentosa misión lo justifica y que nadie debe desconfiar de su incorruptibilidad e infalibilidad. El martes pasado lo reflejó de otro modo en su mañanera: dijo que los gobiernos que reparten secretarías entre varios partidos son inoperantes. Alianzas y equilibrios son para él sinónimos de parálisis: un líder que no controla todo no avanza nada. ¡Vaya usted a saber por qué Ángela Merkel, que gobernó en coalición con los socialdemócratas, avanzó tanto en Alemania!

La buena noticia es que algunas instituciones de nuestra precaria democracia son menos endebles de lo que yo pensaba. Si bien algunos órganos autónomos han sucumbido a los ímpetus autoritarios de AMLO, otros han resistido algo parecido a un estado de sitio. El INE, por ejemplo, le ha plantado cara ante su designio de desvirtuar gratuitamente la revocación de mandato, la cual únicamente debe realizarse cuando bastantes inconformes exigen que se vaya el presidente, no cuando el presidente quiere que sus huestes le hagan una fiesta de aclamación para acrecentar su capital político. El desenlace está en suspenso porque el ostensible enojo de AMLO tira línea y sus exégetas —conscientes de que la “ratificación” le es cara, como en otro sentido lo es para los contribuyentes— emulan su indignación y potencian el embate. Pronto se verá qué concluye la Corte pero, por lo pronto, es de saludarse la existencia de una autonomía que no ha sido avasallada.

Algo más: AMLO ya no controla por completo a su propia gente. El proceso sucesorio que él mismo detonó le resta margen de maniobra. Un botón de muestra es el pleito entre el fiscal general y el ex jefe de la UIF, cuyos campos de batalla son los dos periódicos más odiados por AMLO. Es más, todo indica que tras las bambalinas de la 4T se escenifica una carnicería; ahí están las filtraciones desde su primer círculo y la creciente rebeldía del coordinador de Morena en el Senado. Por supuesto, AMLO sigue siendo el factótum y su fuerza aún es formidable, pero parece que entre los suyos cada vez son más quienes prefieren pedir perdón que pedir permiso.

El carruaje de AMLO —como ha sucedido con los de sus predecesores en la segunda mitad de sus sexenios— empieza a convertirse en calabaza. Quizá su gobierno sea distinto en otras cosas, pero en la lucha por el poder es igualito a los anteriores.

Agustín Basave Benítez

@abasave


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  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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