Tomemos un post en redes sociales, donde usted quiera y sobre el tema que desee. El post declara algo y conforme avanza el día hay reacciones y comentarios. El post habla de, digamos, el problema de desabasto de medicamentos. Es una opinión basada en datos duros, en estadísticas y en declaraciones de profesionales de la salud. Salen algunos a desmentir el texto, pero no tienen datos que lo sostengan, se limitan a decir que lo dicho es una mentira, un ataque. Cuando se les confronta, advierten que no hay manera de justificar su punto de vista, entonces atacan a la persona que ha publicado el post o lo relacionan con algún grupo político o, como está ahora de moda en México, con un grupo más amplio, indeterminado y vago llamado “los conservadores”. Eso es una falacia.
La primera y más utilizada: intentar desvirtuar a la persona para no tener que lidiar con el argumento. Por qué: sencillo, porque no se tienen los recursos para rebatir el argumento o la declaración, y ante esta incapacidad se opta por el ataque personal.
No soy periodista, soy columnista. El periodista trabaja con datos duros, con evidencia, investiga; el columnista puede usar esta información para dar una opinión personal y desarrollar el tema de muchas maneras y con intenciones muy variadas. Pero los datos duros no mienten y no están sujetos a discusión, y eso es lo que a muchos molesta. La realidad puede aparecer de cierta manera, pero al final lo evidente por sí mismo no requiere demostración. La discusión de la misma, como ya indiqué, es otro proceso muy diferente. Aquí viene el tema de la interpretación: se cae en el juego de divagar y ladearse hacia donde nos conviene, muchas veces alejándonos de la evidencia y del sentido común.
En la prepa leí los diálogos de Platón. De ellos aprendí a cuestionar las cosas. Hay un proceso aquí; para opinar de manera correcta sobre algo hay que estar enterado del tema, actualizado, saber de qué coño estamos hablando. Y ya una vez que se tiene la información hay que ver la manera en que embone dentro de una arquitectura lógica, sólida y con sentido. Hablar a lo pendejo es muy fácil. Una conversación bien estructurada, informada y con sentido es muy difícil. Por eso los “debates” que ve uno en televisión no lo son realmente: son más un intercambio de insultos, revelaciones vergonzosas o turbias y autoadulaciones. Rara vez lo que los debates entre políticos desean es establecer puntos en cómun y resolver problemas.
Es fácil caer en la falacia. Es cómodo. Pensar es difícil, se requiere de una gran inversión de tiempo, de energía. Revisando los tuits de Epigmenio Ibarra me he topado con grandes y claros ejemplos de esto:
“Muy distinta sería la historia si esa élite periodística, en lugar de avalar el fraude del 2006, lo hubiera denunciado y se hubiera plantado, frente al usurpador, con un tercio del coraje con el que ahora se plantan ante el Presidente más votado de la historia”.
El que haya sido el candidato más votado de la historia no tiene ninguna relación causal con su desempeño. De hecho, es todo lo contrario. He aquí otro truco para desacreditar periodistas y sacarle la vuelta a lo evidente. Se va uno contra las acusaciones, no contra los periodistas, a quienes han agrupado, conveniente y falazmente, en un gremio contrario a sus intereses. Presenten datos contrarios, evidencia que genere un contrapeso creíble, no dimes y diretes.
Lo hacen porque entienden que lo que se busca aquí no es la verdad, sino el efecto mediático. En resumen: esto no tiene que ver con los datos, con lo obvio, con una investigación: es sobre opiniones y reacciones y, al final, manipulación.
Necesitamos recurrir a los filósofos de la antigüedad clásica para que nos enseñen nuevamente cómo pensar.
Adrián Herrera