La vida misma es para muchos una batalla. Para el hombre que perdió sus extremidades, su trabajo o a su familia por una enfermedad levantarse cada día implica una hazaña. Todos viven una historia que habla de esfuerzo, grande o pequeño. Detrás de cada sonrisa hay historias y dramas.
Fuera de los melodramas de pantalla, es necesario entender que el triunfo y la derrota no requieren ser enormes a los ojos de los demás, porque para cada quien son lecciones que los hunden o los elevan.
Les comparto esta reflexión sobre la guerra que cada día enfrentamos.
"El día de hoy, alguien se despertó y por fin pudo mover su dedo pulgar después de haber sufrido un accidente que lo ha dejado postrado a una cama.
Así, de pronto se dio cuenta que tenía frío en el dedo que hacía dos días estaba más muerto que sus ganas de seguir viviendo.
Hoy, se dio cuenta que puede moverlo y hubo una movilización y alboroto por parte de su esposa que mando a traer a su traumatólogo que le dijo que era un avance demasiado pequeño para ver con ilusión una recuperación completa.
Para él, es un maldito logro olímpico. El ya se ve caminando de nuevo y retomando todo desde donde lo dejó antes de haberse volteado en la carretera.
El se ve de nuevo activo y listo para jugar con sus hijos.
Para él, recuperarse es una saga tan épica como el señor de los anillos. Una aventura dónde el final no está escrito.
Su guerra personal.
Por eso detesto a los que minimizan al hombre de a pie diciendo que sus avances "no son tan significativos como para hablar de un avance social y económico tangible".
Para el de a pie, comprar un terreno donde fincará de a poco su patrimonio es su toma de la Bastilla. Se siente igual que destruir la estrella de la muerte.
No todos lo lograrán y sus logros parecerán mínimos, pero así es esto.
La vida es dura, impersonal, no tiene favoritos. No le importa quién gane o quién pierda."
Twitter: @abrio17