Son adultos mayores, pero los tratan con más dureza que a otros migrantes: a uno lo acusaron de terrorista cuando no entendió una pregunta en inglés; a otro de ser cómplice de su hijo, a quien prestó dinero para irse a Estados Unidos.
A una señora le quitaron la visa por llevar desde México unas ramas de cilantro. Y claro, no faltan los difuntos que no pudieron despedirse de sus hijos por falta del documento.
Las políticas migratorias del gobierno de Donald Trump se ensañan con la gente mayor. Mientras que entre 2021 y 2024 se otorgaban en promedio 375 mil visas humanitarias temporales a familiares que deseaban visitar a un pariente enfermo, muerto o desaparecido en Estados Unidos, en 2025 este salvoconducto se desplomó a cero permisos.
Y en el caso de las visas humanitarias para personas de la tercera edad que desean visitar a familiares en la Unión Americana, éstas cayeron de 3 mil 462 pases migratorios temporales cada año a mil 700 en 2025. La hostilidad contra este grupo de edad se siente en cada nuevo trámite impuesto por la administración del magnate neoyorquino.
Jorge González Trejo conoció de cerca esta crueldad humanitaria. A su hermana no le otorgaron el permiso y a él le dieron largas, aun cuando su padre, de 89 años, es residente regular en Estados Unidos, y aunque el PIH Health Hospital de Downey, California, emitió una carta como constancia de que el paciente necesitaba ayuda logística de un familiar.
“Mi papá allá tenía seguro social, pensión y todos los beneficios de un residente jubilado”, comentó Jorge González.
“Un carrito pasaba por él para llevarlo de su casa al hospital pero todo eso lo perdió: tuvo que autodeportarse porque no nos dieron el permiso y él no tiene más familia allá que lo apoye. Ahora hay que pagar todo aquí: necesita diálisis todos los días”.
Desde enero, cuando el presidente Trump eliminó la posibilidad de ingreso al país a través de un permiso conocido como Humanitarian Parole (Permiso humanitario o Libertad condicional humanitaria), miles de personas han quedado imposibilitadas de visitar a sus parientes enfermos.

Antes, 375 mil visas humanitarias al año; hoy, cero permisos
Estados Unidos pasó de aprobar 1.5 millones de visas humanitarias entre 2021 y 2024 a cero en 2025, según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza obtenidos por MILENIO a través de solicitudes de acceso a la información por parte del Centro de Información de Acceso a Registros Transaccionales (TRAC, por sus siglas en inglés), especializado en estadística federal.
Antes, en promedio, se otorgaban 375 mil permisos temporales cada año.
Con el salvoconducto humanitario se habilitaba a los “inadmisibles” —como también se conoce a quienes no logran los requisitos para algún tipo de visa— para cruzar de forma inmediata si demostraban, con una carta del hospital, que su familiar tenía una enfermedad grave o había fallecido. Bastaba pagar alrededor de 600 dólares para recibir diez días de permiso.
Ahora sólo pueden tramitar una visa de turista por razones humanitarias urgentes, un documento que es más difícil de obtener, principalmente para quienes tienen más de 65 años o sus hijos en condición de “inadmisibles”.
Susana Guerra, subsecretaria de Atención a personas migrantes del gobierno de Guanajuato, señala que en 2025 no ha recibido “ni una sola respuesta positiva” a las solicitudes que ha enviado para que familiares de migrantes con diagnósticos de cáncer o enfermedades terminales puedan viajar a acompañarlos.
Y los que llegan a pasar, son acosados
Los programas de reunificación familiar para adultos mayores con sus hijos que viven indocumentados en Estados Unidos también atraviesa uno de sus peores momentos, a pesar de su nobleza: permite a personas mayores de 65 años la posibilidad de una visa para ver a sus hijos que emigraron sin documentos y que por alguna razón dejaron de ver.
Anteriormente, el gobierno de Guanajuato, por ejemplo, organizó grupos de adultos mayores que viajaban a Estados Unidos para ver a sus hijos. Llegaron a ser de hasta 150 personas. Zacatecas y Michoacán reportaban cifras similares.
Ahora el país del norte sólo permite 10 personas mayores como máximo y únicamente se aprueba alrededor de 45 por ciento de las solicitudes, según cálculos de la subsecretaria Susana Guerra.
De los festejos por esos emotivos reencuentros, ni hablar. “Antes se organizaban grandes celebraciones en California, Texas o Illinois: recepciones con música, bailes y ceremonias públicas. Ahora hemos decidido ser discretos siguiendo estrictamente las indicaciones de la Embajada, para no exponer a nadie”, dice la funcionaria.
Estos programas nacieron en 2012 en Zacatecas con el nombre de Corazón de Plata. Luego se fueron copiando en 14 estados con diferentes denominaciones y siempre con mucho éxito, debido a la participación de los gobiernos locales en la asesoría para los trámites.
Una suma de las estadísticas reportadas oficialmente en los estados de Zacatecas, Michoacán, Guanajuato, Jalisco, Puebla, Oaxaca, Guerrero, Tlaxcala, Hidalgo, Morelos, Querétaro, San Luis Potosí, Durango y Nayarit, concluye que entre 2012 y 2024 se otorgaron alrededor de 45 mil visas humanitarias para adultos mayores.
O sea, un promedio de 3 mil 462 al año. Con la disminución del 45 por ciento estimada, este año serían entregadas unas mil 700 nuevas visas para esa gente adulta mayor.

La hostilidad se siente. “Las entrevistas son crueles tanto en los consulados de México como al llegar a Estados Unidos”, afirma Tamara Buendía, socia de una empresa especializada en viajes con este perfil de personas, que se mantiene en anonimato para evitar represalias y más afectaciones.
Su compañía alcanzó a llevar, antes de 2025, hasta 500 abuelos y abuelas al año a diversas ciudades de la Unión Americana; este año, en cambio, apenas le han permitido ingresar a 60.
“A veces los hacen llorar, los confunden o los acusan de haber sido cómplices de sus hijos indocumentados. Les preguntan si sabían que su hijo era irregular, si vivía con ellos o si le prestaron dinero para cruzar la frontera, y los señalan como si fueran parte del delito o los hacen confesar cosas que no tienen nada que ver”, informa Tamara.
Ella misma cita como ejemplo a un señor de 86 años que recientemente fue interrogado por un cónsul, en inglés. Este le preguntó si en el pasado había pertenecido a una organización terrorista. El adulto mayor confundió la palabra 'terrorista' con 'feliz' y respondió que “sí”. Fue rechazado.
A otra señora le quitaron la visa por llevar cilantro. “Le dijeron que debía pagar diez mil dólares o regresar a su país y ella rompió en llanto. Era la primera vez que iba a usar su visa y se la quitaron”, recordó la entrevistada.
Quienes llegan a entrar, tampoco la tienen fácil. Los hijos que los esperan están muertos de miedo de que los vayan a detener y prefieren pagar para que otros los lleven a conocer el lugar.
Así, la convivencia se ha reducido a la intimidad de las casas y a los paseos de la agencia que los lleva a actividades, como cortar manzanas o fresas, visitas a iglesias, o caminatas locales; los apoyan con el control de esfínteres, los dolores de rodillas, las caminadoras y andaderas.
“Es inhumano lo que está pasando”, concluyó Tamara.
¿Permiso humanitario? Eso ya no existe
Hace unas semanas, un muchacho que vivía en Jalisco intentó obtener la visa humanitaria para despedirse de su madre moribunda en Estados Unidos. Tenía la carta del hospital y toda la documentación, pero el consulado no lo consideró urgente y le dieron cita hasta noviembre.
Pero fue demasiado tarde, ya que hace unos días la madre murió y no pudo despedirse de su hijo.
Maricela Medina, directiva de Casa Migrante Binacional, una oficina privada con sede en Chicago y oficinas en toda la República Mexicana, siguió este caso con angustia.
“Antes, cuando había un familiar grave, los consulados estadunidenses adelantaban las citas casi de inmediato; ahora pueden retrasar la entrevista hasta un año y, cuando se las dan, ya no es por diez años, sino por tres meses”, observó en entrevista con MILENIO.
“Sumado a ello, piden documentos adicionales que prueben la gravedad del caso: reportes médicos, nombres de doctores y teléfonos verificables. Se revisan con lupa cuentas bancarias, propiedades, comprobantes…”, agregó Medina.
Todavía el año pasado, el permiso humanitario evitaba desgracias. Medina acompañó a una madre a identificar el cuerpo de su hijo menor, que se ahogó en un río, y ella logró entrar a Estados Unidos por diez días para reconocer el cuerpo y autorizar el traslado:
“Ahora eso es imposible”, destacó Maricela.
En mayo, intentó hacer lo mismo con el familiar de un hombre que falleció en Florida, pero no pudo. El cuerpo se repatrió hasta septiembre, porque negaron la visa humanitaria urgente a criterio del cónsul.

A Jorge González Trejo le dieron cita hasta octubre, mientras en el hospital de PIH Health Hospital, en Downey, su padre perdía poco a poco el conocimiento sin nadie a su lado.
Felipe González emigró a Estados Unidos en 1974, unos meses antes de que naciera Jorge, a quien se llevó a California cuatro años después, cuando se divorció.
“Así crecí, sin madre y casi sin padre, porque él siempre trabajaba”, señala Jorge.
“Con el tiempo tomé el camino de la calle, y cuando cumplí 15 años, decidí regresar a México. Desde entonces vivo aquí, mientras él siguió en Estados Unidos”.
Nunca perdieron el contacto. Ni siquiera cuando el hijo cumplió 21 y años y se negó a regresar a Los Ángeles para obtener su green card (tarjeta verde de residencia) porque el progenitor obtuvo documentos gracias a la amnistía de 1986.
“Me quedé en México, distraído por la juventud y las fiestas. Además de que, para volver necesitaba cruzar de nuevo la frontera de forma irregular”.
Así pasó el tiempo. Cuarenta años para ser exactos.
El hijo tuvo una época de drogadicción, de la que salió para fundar una escuela de inglés que mantiene hasta la fecha junto con un programa de radio en inglés sobre lo que significa ser binacional.
El padre pasó del campo a las máquinas de coser. Los Ángeles fue su hogar, su refugio, su “otro México”.
Volvió al terruño mexicano sin pensarlo, cuando los hijos decidieron traerlo a falta de documentos para ayudarlo del otro lado del río Bravo. Inició un periodo amargo.
En California tenía todos los servicios de salud, pero aquí la familia de Felipe debe cubrir los cuantiosos gastos pues tratar los riñones no es asunto menor, aunque lo están atendiendo en un hospital público de Ciudad Cuauhtémoc, en el Estado de México.
“Aun así, hay algo bueno: ahora está rodeado de su familia”, reconoce Jorge. Lo visitan sus hermanos, su hija, y pronto irán también sus nietas.
“Tal vez eso lo ayude a levantarse. Y si no, que sea lo que Dios disponga. Nos estamos preparando para eso”.
Los González hubieran podido tener lo mejor de los dos mundos si no se hubieran eliminado los permisos humanitarios.
Trump argumentó que estos servían para incentivar la migración irregular que llegó por miles en los últimos años del periodo de Joe Biden, su antecesor. Pero al menos en el caso de los mexicanos, ese argumento resultó ser falaz.

En números totales, según el Centro de Información de Acceso a Registros Transaccionales, los mexicanos recibieron el uno por ciento del total de este tipo de permisos, aun cuando las sociedades están más integradas que nunca en dinámicas migratorias.
En 2021, solo fueron 297 permisos para mexicanos, de un total de 29 mil a otras nacionalidades; en 2022, 130 de 130 mil; en 2023, únicamente 380 de 381 mil y en 2024, apenas 390 de 393 mil. Luego, nada.
Los activistas defensores de los derechos de los inmigrantes consideran que las políticas para los permisos humanitarios deberían apelar al sentido común, restituirse y ampliarse en el caso de dos países que son vecinos y además socios comerciales.
La abogada Medina, de Casa Migrante Binacional, recomienda mientras tanto no desistir en el intento de buscar una oportunidad con las visas.
“Ahora hay que resolver con lo que tenemos, ser más cuidadosos porque en este momento los cónsules revisan hasta los antecedentes penales que se puedan tener en México. Al llegar a Estados Unidos quieren asegurarse de que la gente no se quede: evalúan incluso implementar una fianza de 250 dólares, reembolsable sólo si la persona regresa en tiempo”.
Por todos los flancos la consigna es: te la vamos a hacer cansada, sin importar si eres joven o viejo.
MD