Eduardo Vázquez Martín, coordinador ejecutivo del Colegio de San Ildefonso, habla con MILENIO sobre cómo este espacio se convirtió en la cuna del muralismo mexicano, movimiento artístico que surgió en México tras la Revolución de 1910 con el objetivo de que el arte público y educativo narraran la historia de México.
“Cuando el presidente Álvaro Obregón y su brazo cultural, José Vasconcelos, crearon la Secretaría de Educación Pública en los albores de la década de 1920, tenían un objetivo monumental: educar a las masas analfabetas a través del poder innegable de la imagen. Así nació la épica de pintar la Revolución”, dice.
Vázquez explica que Vasconcelos convierte a San Ildefonso en “el epicentro educativo de la Revolución mexicana y provoca una especie de big bang en el arte”.
“Es consciente de la alta eficacia que tuvo la pintura mural en la evangelización novohispana, por lo que decidió que los muros de San Ildefonso se convertirían en la nueva forma de evangelizar al pueblo bajo el ‘credo’ de la Revolución, infundiéndole una nueva interpretación de la historia nacional”.
Efecto expansivo
Por esta razón invitó a pintar los muros a algunos de los pintores más arriesgados, como Diego Rivera y Fernando Leal, y fue este último quien convocó a Jean Charlotte, Alva de la Canal y Fermín Revueltas.
“Los cinco inician simultáneamente el movimiento muralista. Diego Rivera pinta en el anfiteatro con La creación. Jean Charlotte pinta La masacre en el Templo Mayor. En diálogo con ese mural, Leal pinta Los danzantes de Chalma. Mientras que la entrada principal de Alva de la Canal interpreta la llegada de la cruz a América con El desembarco de los españoles y la cruz plantada en tierras nuevas, y Fermín Revueltas la aparición de la Virgen de Guadalupe con Alegoría. Esos serán los primeros cinco murales de San Ildefonso”.
Comenta que una de las obras clave de la postrevolución es La trinchera (1926) de José Clemente Orozco (1883-1949), la cual puede admirarse en el recinto.
“Tres hombres en disposición diagonal caen apoyados en sus cuerpos contra el bloque de piedra que les sirve de parapeto. El conjunto expresa la tensión, la fuerza y el dolor de la lucha revolucionaria. El manejo de los claroscuros y de los rojos sugiere al espectador el fuego y la sangre contenida”.
Todo ello gracias a que Vasconcelos se da cuenta del enorme poder y la eficacia de la pintura mural de los grandes óleos que la iglesia utilizó para la evangelización del Nuevo Mundo.
“Él piensa que los murales van a ser la nueva forma de evangelizar a un pueblo mayoritariamente analfabeto, y que a través de una nueva interpretación de la historia de México y de los valores de la Revolución va a convertirse al credo de esta”.
Vázquez dice que las paredes del Antiguo Colegio de San Ildefonso se convirtieron en un laboratorio de creación estética “que pronto tuvo un efecto expansivo en Ciudad de México, llenando los muros de edificios como la Secretaría de Educación Pública, el Palacio Nacional, la Universidad Nacional Autónoma de México, escuelas y mercados”.
Tres murales representativos
El muralismo mexicano fue un movimiento artístico que surgió en México tras la Revolución de 1910 con el objetivo de que el arte público y educativo narrara la historia de México.
Algunos de los murales más representativos son Epopeya del pueblo mexicano, de Diego Rivera, que puede apreciarse en el Palacio Nacional. Entre 1929 y 1935, el guanajuatense pintó al fresco los muros de la escalera monumental, donde narró (en forma de tríptico) el pasado prehispánico, la historia de nuestro país y las luchas sociales que conducirían, de acuerdo con su visión ideológica, a un mejor futuro.
Concebidos bajo la premisa de un arte para el pueblo en los muros de los edificios públicos, José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional y primer secretario de Educación Pública, alentó a los pintores a abarcar amplias superficies que mostraran valores culturales a través de una estética accesible a las mayorías. El muralismo como movimiento artístico posrevolucionario fue un medio para contrarrestar los rezagos educativos y superar los estragos de la lucha armada.
Del Porfirismo a la Revolución de David Alfaro Siqueiros se encuentra en el Castillo de Chapultepec. El pintor trabajó en esta obra desde 1957 hasta 1964. En ella se muestra cronológicamente, de derecha a izquierda, el proceso que culminó en el estallido de la Revolución Mexicana.
De esta manera, podría dividirse el mural en tres paneles: en el primero se observa a Porfirio Díaz, quien pisa un libro que simboliza la Constitución Mexicana, así como a las altas clases que en su fastuoso lujo y festividad no se dan cuenta de la inconformidad del pueblo. En el siguiente panel se retrata la huelga de Cananea y la represión a los mineros sonorenses, hechos que para Siqueiros fueron determinantes para la Revolución. Por último, se muestra al pueblo ya levantado en armas para acabar con el régimen porfirista.
Katharsis de José Clemente Orozco, que se puede visitar en el Palacio de Bellas Artes, constituye una crítica en torno a la guerra, el maquinismo y las políticas de masas en la era moderna.
La escena central muestra una lucha violenta entre dos hombres y alude a un conflicto de clases entre la burguesía y el proletariado. Esta lucha se abre en espiral y se funde con armas de alto calibre, máquinas monstruosas, cuerpos acribillados y una muchedumbre en actitud de protesta, todo en medio de un paisaje apocalíptico.
BSMM