La letra alemana es una novela de valientes. Valientes las ciudades invadidas por los nazis; valientes los múltiples e interesantes personajes de todo tipo; valientes Klara y Daniel, los protagonistas. Valientes los lectores de esta saga, quienes tenemos que resistir las narraciones violentas porque queremos estar al tanto de la continuación, de qué sigue, de cómo termina. Y muy, pero muy, valiente, es Rodolfo Naró, el autor. Son temas y situaciones casi inhumanas, o sin el “casi”. Así que, para escribir y lograr esta historia, imagino a Rodolfo como a un relojero, en silencio, en soledad, con lente de aumento y pequeñas pinzas, estudiando, corrigiendo, atento en que cada uno de los 85 capítulos estén en orden, en punto, para alcanzar las sensaciones y los sentimientos justos, para transmitir el horror, la inocencia, la carga emocional; para difundir los momentos nacientes de la Alemania Nazi, el exilio de Berlín, la llegada a Varsovia. La edificación del Gueto.
Transcribo una imagen:
Sin saber en qué momento, el frío se fue apoderando de mí. Fue como un contagio que me llegó, quizá de mi abuela o de mamá, o quizá siempre estuvo en mi hogar desde que papá llegó de la Gran Guerra. Era un frío que calaba hasta los huesos, tensaba los músculos de todo mi cuerpo y hacía que mi voz se rompiera en mil cristales, y me revolviera el estómago con su espesa bilis. Ese frío iba más allá del invierno, inclusive en las tardes calientes del verano sacudía mi corazón con otro ritmo… Un frío que se acrecentó cada día desde la Noche de los Cristales Rotos. Era el frío de la venganza.
Un atributo singular de esta novela es que está escrita por una persona no judía y muestra el espanto de lo vivido por esa comunidad, la vida cotidiana de los años del gueto de Varsovia, una ambientación descrita de tal modo que contribuye a la tensión desde sus inicios.
El arranque de la novela se sitúa en 1938, cuando Klara tiene nueve años y vive los efectos de la noche de los cristales rotos, en Austria, contra ciudadanos judíos. Su familia huye hacia Polonia. En Varsovia buscan refugio, solo para encontrar peligro allí también. Klara (con K) es la narradora, vive y recorre el gueto de una manera tal que el lector encontrará la explicación correcta de lo que era aquello. Ella también va narrando, en línea paralela, la vida de Daniel Brim, un jovencito de once años, carismático y atrevido, víctima, de impulsos enérgicos. Es, hasta la mera mitad de la novela, cuando Klara y Daniel se conocen; de la inocente amistad, nace un primer amor para ambos en medio del miedo, del exilio y la esperanza de sobrevivir, aunque todo parece perdido. Cito una escena:
Cuando cerraron el cancel por el que Daniel y los otros mil prisioneros entraron, él sintió que se le cortó la respiración de tajo. El corazón se le agolpó en las orejas y comenzó a escuchar gritos y órdenes que no entendía. Supo que Josef tenía razón: para sobrevivir era necesario aprender alemán.
Con paso militar, mientras por altavoces decían las reglas del campo, todos entraron a un galerón donde unos hombres con batas de doctor les ordenaron desnudarse. Daniel fue de los primeros en entrar. Jamás había estado desnudo frente a nadie, ni siquiera su padre lo había visto desnudo. El sudor le perló la frente. Quitarse toda la ropa ante tantos desconocidos, aunque todos fueran varones, lo hacía enrojecer de vergüenza y moverse con lentitud […] Les hicieron un examen médico rápido, que consistió en revisarles todos los orificios del cuerpo, sobre todo aquellos más profundos, donde podían esconder pequeños objetos de valor… A los más viejos les revisaron la dentadura y apartaron a quienes tenían incrustaciones de oro o plata para arrancarles los dientes más tarde. Luego los rociaron con un desinfectante, sin darles oportunidad de cubrirse los genitales con las manos. Les raparon la cabeza y todo el pelo del cuerpo… Las navajas los cortaron golpe tras golpe. Cuando le tocó el turno a Daniel, aún sin un vello en el cuerpo, sus verdugos rieron a carcajadas y tanto a él, como a Josef y tres más, les pasaron por alto la trasquila.
Una de las principales páginas de capítulos pares, es “La ruta del Holocausto”, se nos informa paso a paso, fecha a fecha, los sucesos históricos, de aquella parte de la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo:
Capítulo 40. Enero de 1941. La ruta del Holocausto.
El primer día del año, la Real Fuerza Aérea Británica bombardeó posiciones nazis en Yugoslavia. En represalia, el segundo día un submarino alemán hundió un barco británico cerca de las islas Cabo Verde y sus aviones bombardearon Cardiff, un puerto en el sur de Gales, durante diez horas, desquitándose porque la aviación británica llevaba tres días bombardeando Libia, muy cerca de la frontera con Egipto, país capturado ya por el poder nazi. En total se habían realizado más de cien salidas, que culminaron esa noche con un bombardeo coordinado con la armada. En las primeras horas del 3 de enero la infantería australiana avanzó sobre la ciudad que, tras duros combates, abrió una brecha en las defensas italianas. Hacia el mediodía, los australianos habían hecho unos seis mil prisioneros.
Así recibe el lector precisas clases de historia.
Al centrar el relato en una niña de nueve años y un niño de once, la novela aborda el horror desde la inocencia. Esa elección dramática permite que lo terrible del contexto se sienta incluso más radical, porque se está perdiendo inocencia, protección, infancia. La siguiente descripción lo muestra:
Aquella mañana, un cuervo posaba sobre el cuerpo sin ojos de un hombre. Lajos no supo si era un combatiente o un judío que había muerto de hambre. El cuervo lo miró insistente y frío…. después de un instante de dudas, Lajos se atrevió a preguntarle su nombre al cuervo. “Nuncamás”, le respondió el cuervo, rompiendo el silencio. “¡¿Cómo?!”, preguntó aterrado. “Nuncamás”, repitió el ave… Klara y otros muchachos buscaron a ese cuervo sabio que repetía solo esas palabras. “Nuncamás”. No lo encontraron.
Sé, porque lo dice la novela, que La letra alemana, es el tipo de B alemán y se pronuncia como doble ss, sz en polaco. Una letra que solo tiene el alfabeto germano, como nuestra Ñ es propia del español. La letra alemana, publicada bajo el sello Espasa es doblemente una novela valiente, sobre todo en este tiempo cuando la política de Israel parece ser el nuevo enemigo.
Beatriz Graf (Ciudad de México). Escritora, entre sus obras se encuentran: ‘La libreta morada’, ‘Contra nadie en la batalla’ y ‘Anónima en la sombra ajena’.
AQ / MCB