La exposición Bipolaridad visual de Siameses Company empieza aún antes de entrar al Museo del Estanquillo Colecciones Carlos Monsiváis. Quienes se atreven a mirar hacia arriba y a abandonar la pantalla por un instante sentirán curiosidad por entrar al universo plástico-conceptual que han creado y moldeado los artistas Marisa Lara y Arturo Guerrero durante cuatro décadas.
Esta retrospectiva es una celebración de la inteligencia de un par de freaks —como se autodefinen— del arte contemporáneo. Desde sus inicios se interesaron por utilizar estrategias formales para explorar y conceptualizar la cultura popular mexicana, un enfoque compartido con Monsi, a quien los unió no solo una amistad, sino un diálogo intelectual del cual hoy nos hacen partícipes. En la muestra se exhiben algunas de las piezas adquiridas por él, como El Santo, altar (1987); Tin-Tan (1987); Pensando, luchando y triunfando (1984), llenas, como lo exaltara el escritor, de “alegría, sentido del humor, sensualidad, ironía desde y hacia el arte, integración del asunto y de la forma”, que contagian a los espectadores.
La decisión de museografiar la fachada de este edificio del siglo XIX —que originalmente fue ocupado por la joyería La Esmeralda Hauser-Zivy y Compañía— constituye un guiño humorístico al hecho de que Arturo y Marisa son egresados de La Esmeralda (la hoy Escuela Nacional de Pintura, Grabado y Escultura), como si metafóricamente regresaran a casa. Y, a la vez, representa el primer juego de antagonismos que caracteriza su obra. La ironía de que en la otrora esquina de las joyas se desplieguen más de 300 obras que confrontan y cuestionan, entre otros aspectos, los efectos de las prácticas neoliberales, evidencia la postura crítica de estos artistas.
Efectos que nos afectan, porque nos mueve tanto la sensibilidad temática como formal, la cual plantea desde la entrada la circunstancia de la dualidad, eje de la curaduría. Los Siameses, sin duda, han convertido al Museo del Estanquillo en una obra procesual en la que participamos todos. (Si los espectadores corren con suerte, podría suceder que los artistas anden por ahí y los inviten a participar en una acción performática al final del recorrido, parte de una pieza procesual: Entreteji-dos.)
Desde que se estrenaron como artistas profesionales —mientras aún eran estudiantes— se propusieron construir lo inexistente. ¿Qué, si no, es la imaginación? Una herramienta para hacer realidad lo imposible. Y eso es lo que ellos han creado: un reino del arte donde los opuestos no son lo que parecen. ¿Qué es lo bello y qué lo feo? ¿Cuándo la perversión se revela bondad? ¿Cuál es la línea entre la virtud y el pecado? ¿Los opuestos se complementan, dialogan, se destruyen, se potencian o provocan?
Marisa y Arturo no solo saben que los opuestos se atraen, sino que durante cuarenta años han creado antónimos visuales que cuestionan la realidad y las identidades, entrelazando incluso utopías y realidades en plural. Siempre con sentido del humor han ido hilvanando crítica, técnica, problemáticas sociales y formales, y manifestaciones de la cultura popular que dan solidez a un cuerpo de trabajo contundente, como la serie Ídolos del pueblo, con la que participaron en la Bienal de Arte de São Paulo en 1987.

Atrevidos en su paleta de color, en sus trazos, en el barroquismo de sus obras llenas de elementos simbólicos, desde su primera exposición en 1984 su irreverencia inteligente atrajo la mirada tanto de críticas como Raquel Tibol y Germaine Gómez Haro, como de eruditos de la cotidianidad como Carlos Monsiváis y Margo Glantz.
La exposición está dividida en diez núcleos que se entrelazan sin fechas rígidas, sino creando una narrativa siamesa en la que se aprecia la singularidad de cada uno trabajando en conjunto. A través de esta, los espectadores cruzamos sus apuestas visuales que nos revelan sus curiosidades e inquietudes artísticas. Cada recorrido es una cartografía; cada espectador tendrá que seguir su instinto, detenerse, avanzar, regresar, nadar y sumergirse en las rutas conceptuales propuestas por los Siameses, o seguir reprises plásticas como el hilo rojo que resalta en algunas piezas, como la instalación Los hilos rojos vasos comunicantes (2002), o los duelos de líneas de dibujo que dan fuerza a su trabajo.
Esta retrospectiva, relatada en primera persona del plural, indaga en sus procesos y nos va guiando por sus intereses, sus puntos de inflexión, su ir y venir en temas, materiales y formas. La curaduría es íntima porque exhibe la profunda autorrevisión que Marisa y Arturo realizaron sobre su cuerpo de trabajo. Una revisión que se adivina compleja porque significa repasar lo ya andado, confirmar o no que se tomaron decisiones (o no) que resolvieron o abrieron investigaciones plásticas. Revisar para entender los procesos propios y las historias del arte y social: un reto que traza el siguiente.
Si bien la muestra es grande, resulta un agasajo andarla. Este gozo evidencia que el trabajo curatorial fue exitoso, porque los espectadores entramos al universo siamés donde las piezas dialogan entre sí y con nosotros, haciéndonos partícipes de una conversación no solo lúdica, sino profunda, atravesada por preocupaciones muy claras que han abordado desde sus inicios y que nos siguen hablando.

El primer núcleo aborda la “dimensión de la otredad”. Marisa y Arturo se han descubierto en su siamesitud, como la nombran. El eco, el reflejo y el espejo son conceptos que han desarrollado para dar bidimensionalidad y tridimensionalidad a la autotransformación. Han convertido los procesos artísticos en rituales que exhiben las diversas formas en las que problematizan estos cuestionamientos, en las que el cuerpo es más que una expresión artística: constituye una herramienta para la autoinvención, tema que han trabajado con audacia. Han entretejido la aventura de “autogenerarse”, como ellos lo llaman, en lo individual y en lo colectivo. Los Siameses trabajan en el nosotros para los otros, que también somos nosotros.
Si bien la mayoría de sus obras surge de situaciones personales, profundizan en el sistema que abraza a ese yo, como Los náufragos del tiempo, cuadro de gran formato que, si bien parte de un evento autobiográfico, está lleno de fantasía cromática, así como de referencias literarias y plásticas. Es un guiño a La balsa de la Medusa del pintor francés Théodore Géricault y al poema “El barco ebrio” de Arthur Rimbaud.
En esta conversación, los Siameses plantean que, si bien la vida representa un constante naufragio, no podremos salvarnos solos: necesitamos a los otros. La solidaridad y la colaboración son dos temas que cruzan los núcleos, como se observa en el segundo, enfocado en “los freaks y demás monstruos inquietantes”.

¿Quién es ese yo que se mira en el espejo de los otros? ¿Un monstruo? ¿Qué es lo extraño? A través de la serie Incluí-dos (2018), cuestionan qué es lo bello, quién impone los cánones formales que encierran la belleza en la forma (patriarcal). ¿Y si la belleza es lo que esa forma excluye?, como se observa en Retablos de asombros y metamorfosis (2019).
Cada pieza, como El sendero de la imaginación (2025), nos lleva a otros puntos cardinales si nos atrevemos a calzar los zapatos de los otros. Esta empatía es la que nos ayuda a transitar al tercer núcleo, que en sus palabras trata de “la insurrección de las almas y los cuerpos”, donde el espectador se “pierde” —por decirlo de alguna manera— en esta multiplicidad de ideas sobre las identidades.
En este juego de dualidades, los Siameses se cuestionan si hay positivo o negativo —como en la gráfica—, o cuál es el derecho y cuál el revés. Abordan el valor de la diversidad y proponen una lectura crítica de los estereotipos, planteando plásticamente la igualdad de las diferencias y las diferencias en la igualdad, como se observa en el biombo de madera pintado al óleo El Aviso Oportuno (1990). Ahí pintan mundos subterráneos y aéreos transitados por esos otros que no somos nosotros —y sí somos—, en paisajes que también habitamos, donde también son posibles las problemáticas que sostienen al cuarto núcleo, que aborda el hallazgo de las complicidades. Los Siameses indagan el amor y el desamor creando crónicas existenciales que narran la memoria del corazón, que puede ser un asunto de catástrofe o de resurrecciones, eje del quinto núcleo, donde sus piezas van transformando el infortunio en recuperación.

En ese proceso, en el que se sale de los escombros para luego, como lo aborda el sexto núcleo, experimentar el poder regenerativo del arte. Esta sanación es la línea de la curaduría: los Siameses son artistas-chamanes que hacen de su estudio un hospital de los sentidos. Sin nunca dejar descansar el humor, abordan la dignidad de los enfermos, resignifican los exvotos hasta evidenciar el diagnóstico nunca cumplido que ha desahuciado a la pintura más de una vez, como se ve en El caballete herido (1996).
En este juego permanente de opuestos, Marisa y Arturo no han dejado de cuestionarse sobre las relaciones entre lo individual y lo social, lo antiguo y la vanguardia, lo cotidiano y lo existencial, lo micro y lo macro, que si bien podrían solo ser entendidas como dicotomías de poder, ellos las desbaratan para observar lo absurdo de la confrontación, como en la pieza El futbolito (2000), donde se enfrentan yuppies y mujeres embarazadas: una situación que evidencia la vida y sus contradicciones en la esfera de lo urbano.
Así lo sugiere el octavo núcleo, que se opone y, a la vez, se integra, tal y como Carlos Monsiváis describió el trabajo de estos artistas: “Marisa Lara y Arturo Guerrero son artistas distintos y complementarios, cuyas diferencias perceptibles corresponden a un propósito único”. Y si bien ese propósito único es la creación artística, también está acompañado por su interés en los ecosistemas del mundo. Esto se observa en el noveno núcleo, el cual celebra el acompañamiento y el sostén que nos brinda la naturaleza.
Las obras de los Siameses crean un mapa emocional de la presencia de la fauna y la flora en nuestra existencia; cada una es casi una oración para que la vida no muera. Para ellos, los animales son más que compañeros: son familia indispensable en sus piezas. En ocasiones, son los protagonistas, como en el conjunto escultórico La Siempreviva Vive (2015), instalada en la Plaza Taxcoaque. También se hallan presentes en esta muestra en un fotomural; las figuras nos recuerdan que los animales también son nuestra otredad. Por ello, estos personajes combinan elementos humanos y animales, como una metáfora de la interconexión entre diferentes seres.
A partir de esta complicidad, los Siameses han creado un mundo fantástico donde cabemos todos, incluidas sus idolografías populares y otros cultos del pop sintetizados en el décimo núcleo, como la divertida escultura El viaje de Rigoletto (1990), donde vemos a Acerina (y su danzonera) en un taxi-cocodrilo (la fauna inmiscuida siempre en nuestros afectos), como en la escultura creada con ventanillas de coche, Quetzalcóatl automotriz (2005).
Al deambular por Bipolaridad visual, vamos siendo testigos de la transformación de los objetos en sujetos; sentimos las piezas vivas, porque si algo nos enseñan los Siameses Company es que el arte es la transformación de la materia en algo vivo.
¿Y por qué no? Marisa Lara y Arturo Guerrero, tras cuatro décadas de jugar a los contrarios, lo saben: la vida se trata de lograr atrapar la fantasía. Ésa es la fantasía a la que nos invitan.
AQ