Vicente Alfonso (Torreón, 1977) advierte a quienes cotejen hechos históricos en La noche de las reinas, su más reciente novela, que “se van a volver locos, porque no está en clave realista, sino de la ficción”.
“Los antecedentes son variados pero todos provienen de la década de los setenta en México. Veo la novela con personajes imaginarios, pero con hechos reales; los personajes son todos amalgamas de varias personas que efectivamente estuvieron en diversos ámbitos de la política, de la vida de México o del certamen de belleza. Y si bien los personajes no son reales, sí lo son los hechos consignados. Los personajes son crisoles que amalgaman diferentes situaciones y rasgos de aquellas personas”, explica.
La historia ocurre en el contexto del primer Miss Universo en México un 24 de julio de 1978, no el que sí se hizo en Acapulco el 24 de ese mes y año; al suyo, el narrador lo ambienta en Mazatlán, Sinaloa, y a su gobernador de ese estado entonces lo llama Román Higareda, no es el Rubén Figueroa de Guerrero en esa época, ni tampoco el guerrillero que lo secuestró en 1974 es el Lucio Cabañas del Partido de los Pobres, sino un tal Flavio Corrales de un movimiento sinaloense que sí existió llamado Los Enfermos.
Los juegos con los nombres y apellidos llegan hasta la coprotagonista de la novela, Melinda Farmer (el apellido en inglés se traduce granjera o agricultora), la concursante de Sudáfrica que ganó el certamen, aunque la sudafricana de 18 años que se coronó en el Centro de Convenciones de Acapulco, con Mario Moreno, Cantinflas, en el jurado, que asoma en el relato de Alfonso, fue Margaret Gardiner (jardinera).
“El objetivo de La noche de las reinas es presentar, a través de las posibilidades de la ficción, un retrato del México de alrededor de 1978”, comparte a Laberinto el autor también de Huesos de San Lorenzo sobre su nuevo título publicado por Alfaguara, que le llevó 4 años, la mayoría del tiempo en investigar.

¿Por qué escogió Miss Universo como escenario cuando, en realidad, los temas son los movimientos estudiantiles, la guerrilla, la guerra sucia, gobernadores corruptos y represores, como el de Guerrero en aquella época, El Tigre de Huitzuco (Higareda es Tiburón de Escuinapa?
La tentación era ver no nada más lo que estaba pasando en Guerrero, justo por eso hago ese desplazamiento geográfico (al norte), porque también se menciona a Los Enfermos de Sinaloa años antes. Y la idea de ambientarlo en Miss Universo es porque en aquella época los certámenes de belleza se vendían a los gobiernos como grandes oportunidades para promover turísticamente a los países, y se visualizaban como una fiesta multicultural, plural y apolítica totalmente. Se decía que no tenían un lado político cuando en realidad había una consigna entre los activistas, ya en los 70, de que lo personal es político. Y justamente por este revestimiento, este barniz de intrascendencia que han tenido estos concursos son como un caballo de Troya de ideologías, supremacismos, nacionalismos, racismo, que son vistos como un entretenimiento, algo inofensivo, y que detrás tienen situaciones muy complejas.
Ese 1978 sí hubo el primer Miss Universo en México. ¿Cómo fue el ambiente real que retoma, que rescata, en La noche de las reinas?
En las ocasiones en que México ha sido sede de certámenes de belleza se han revelado cosas muy feas a las que luego se les echa tierra. Por ejemplo, en 1978, cuando fue el certamen, aquí hubo muchísimas manifestaciones, pero no nada más externas, internas también. Las muchachas se quejaron; el comité organizador de México fue relevado, despojado de la organización, y tuvo que asumirla la empresa estadounidense que ostentaba el concurso, porque las chicas se quejaban de malos tratos, de que les ponían agendas muy pesadas y que no iban con la naturaleza de Miss Universo, como fotografiarse con políticos, bailar con políticos o con empresarios. Esto que de pronto se recuerda como una época dorada, es justo echar luz sobre, incluso sobre estos ambientes que parecerían inofensivos.
Su personaje de Román Higareda me remite sin remedio a Rubén Figueroa, uno de los gobernadores más involucrados con la guerra sucia contra los movimientos sociales. ¿Cómo fue encontrando paralelismos con otros gobernadores de entonces para perfilar su personaje?
En un encuentro de escritores en el norte contaron anécdotas de un político local, no recuerdo el nombre, y justo decíamos que daba para una novela. Los excesos de los gobernadores de las décadas de los sesenta y setenta en México darían para una novela al estilo de El otoño del patriarca. Gabriel García Márquez solía decir que su patriarca no estaba basado en un solo personaje, sino en una diversidad enorme de dictadores de América Latina. Y a mí se me ocurrió hacer algo muy parecido. Por supuesto, está Figueroa, pero hay muchos otros. Un político reciente (Jorge Hank Rhon) decía que su “animal favorito es la mujer”; otro gobernador, que después fue presidente de la república (Vicente Fox), se refería a las mujeres como “lavadoras de dos patas”. Y todos esos dichos están en la novela.
No quise echar luz sobre una persona en específico, porque eso implicaría que es un personaje excepcional. Pero los excesos de los gobernadores son célebres. Estoy en Guanajuato y si uno pregunta qué excesos han tenido aquí los gobernadores se encuentra uno anécdotas geniales, tan increíbles, que no las pude meter en la novela, en la ficción, porque no son creíbles, hasta a mí me suenan inverosímiles. Hay que recordar que cuando Vicente Fox fue gobernador de Guanajuato salieron señalamientos de que empleaba a niños en sus tierras de cultivo. Y esto también está ahí en la novela (con Higareda). Es fácil pensar en un personaje, pero en realidad hay muchos. Y eso es lo triste.
Eso de Fox lo publicó Reforma en 2000. Y Fox ya no era gobernador, ya era presidente electo.
Exactamente. Por eso hago este ejercicio de ida y vuelta con la ficción y la realidad. El material es tan grande, tan abundante, y a veces tan increíble, tan inverosímil. Y eso habla de las enormes posibilidades que tiene la historia reciente de nuestro país para ser novelada.
Cita El otoño del patriarca, pero en México están Maten al león, de Jorge Ibargüengoitia, o El seductor de la patria, de Enrique Serna, donde se caricaturiza a dictadores, a políticos. También en La noche de las reinas usted caricaturiza a este tipo de personajes que, como su Higareda, no sólo es un represor y acosador sexual, sino también un asesino. ¿Por qué recurrió a satirizarlo?
Me gusta muchísimo esa lectura. Efectivamente, la idea es caricaturizar. Otra de las novelas que está en esta línea es La silla del águila, de Carlos Fuentes, que tuvo reseñas positivas, pero otras no tanto porque decían que los personajes estaban caricaturizados. Veo estos ejercicios narrativos emparentados con el cartón político, que lo que hace es exacerbar unos rasgos para cargarles la tinta y que se noten bien. Siento que si uno retrata corre el riesgo de que se pudiera pensar que se está haciendo una apología de estas figuras, por lo hiperbólico de sus acciones, es muy fácil pensar que está uno festejando sus ocurrencias. Tampoco la idea de la novela es hacer juicios morales alrededor de esto. Simplemente, con el ojo del cronista, sí es seleccionar aspectos que resultan difíciles de creer, comprender y asimilar aun ahora que parece que los mexicanos nos hemos acostumbrado a ver de todo.
A su Melinda Farmer, que en la realidad es Margaret Gardiner, opone un personaje de ficción, inventado, Irene Aguilar. ¿Por qué el espejo? ¿En sus investigaciones halló a alguien como Irene?
No, en realidad. Irene es el personaje más ficcionado de todos. Si bien todos son amalgamas, Irene proviene de diferentes testimonios de muchachas que fueron robadas de sus pueblos en la sierra, en diferentes latitudes del país. Fue una constante que me encontré, que llegaban los guerrilleros y se llevaban a una muchacha. En mi novela anterior, La sangre desconocida, hablaba yo de muchas jovencitas de clase media que se incorporaban voluntariamente a los movimientos y que rompían con sus familias e incluso se cambiaban el nombre. Pero junto a eso me encontré testimonios de jovencitas aún más pequeñas, estamos hablando de chicas de 12, 13 años, que se las robaban. Y eso también lo consigna García Márquez en Cien años de soledad o en El general en su laberinto, en donde se dice que las mismas madres llevaban a las muchachas al Libertador Simón Bolívar, quizás como medida desesperada de asegurarles un futuro a las niñas, pero en realidad las condenaban a un futuro aciago.
Aunque Irene parece fascinada por el guerrillero Flavio Corrales, que si uno le busca paralelismos, hasta con el apellido y que era maestro y secuestró a un gobernador, se le relaciona con Lucio Cabañas. Juega usted a hacerlos ficción, pero sí hay hechos de la historia de México.
Platicaba en una sobremesa, con el novelista de Los Mochis Alfonso Orejel, precisamente del movimiento de Los Enfermos, que también se ha difuminado ya en la memoria colectiva. Y ahí está también en la novela, porque Flavio es un profesor universitario; Lucio no era profesor universitario. Yo quería aprovechar esa posibilidad de amalgamar. Orejel justamente señalaba que Los Enfermos es un movimiento que no ha sido novelado. Claro, existen ejercicios como Anatomía de la memoria (Candaya, 2020), de Eduardo Ruiz Sosa, que abordan el asunto, pero queda mucha tela de donde cortar, porque junto con la operación de erradicación de los movimientos, se emprendían operaciones de borrado de la memoria, de instalación de versiones oficiales, en donde la gente tenía miedo de hablar.
Muchos de los aspectos más sórdidos de estas historias nunca quedaron a la luz. Yo soy de Torreón, mis padres son de Coahuila y, en algún momento, eran lo que ahora se conoce como activistas. Los dos son abogados. Y andaban organizando campesinos para que no los esquilmaran los coyotes. Y en algún momento a mi padre lo levantaron, estuvo detenido varios días y (sus captores) sólo accedieron a soltarlo con la amenaza de que si se quedaba él con su familia en Coahuila no lo iban a perdonar una segunda vez. Entonces tuvimos que pasar años en Sinaloa, en Mazatlán. Y justo ese exilio fue en 1978.

Nació en 1977. Su novela se ambienta en 1978 en Mazatlán, ¿es una búsqueda de sus orígenes?
Sí, sin duda. Conté esto primero en La sangre desconocida y también un poquito en Huesos de San Lorenzo. Yo lo vine a descubrir ya muy grande, porque mis padres no hablan del pasaje, de este asunto. Una vez mi padre quiso hablar, y con eso he tenido que ir reconstruyendo el pasado familiar, que es una de las razones por las que uno se vuelve novelista, porque ahí encuentra, en espejo retrovisor ve huecos y bruma, y no queda muy claro. Y tiene que ponerse a investigar y no le queda más que contarse su propia historia. Y sin duda hay una búsqueda personal. Regresamos a La Laguna (Coahuila) y mis padres volvieron a asesorar campesinos. Y yo aprendí a pizcar algodón, a cortar los cuernos de las chivas con cegueta, esas cosas. Y de pronto me preguntaba qué hacían mis papás tanto tiempo en el campo, en ese momento uno no tiene total conciencia de lo que está ocurriendo, y es sólo en retrospectiva que se lo puede ir explicando.
El título La noche de las reinas tiene varias connotaciones: el Miss Universo, el burdel...
Efectivamente, tiene varias lecturas. Hay una más que es cuando se habla de armas, sobre todo de la Magnum, que la apodan La Chingabueyes. Todo el mundo se refiere a ella como La Reina. Y me topé con testimonios de la época que así la apodaban; es decir, quien traía una Magnum traía la mejor arma. Y para usar un sustantivo que ha convertido en verbo nuestros políticos, que hablan de pistolización de nuestras comunidades, pues es un ambiente absolutamente pistolizado el de la novela. De Reinas.
Su novela tiene de eje a mujeres, Melinda Farmer e Irene Aguilar, y las jóvenes del concurso.
Esa es la clave. Una frase que acuñamos para resumir el espíritu de la novela es ése: Reinas por una noche y esclavas toda la vida. Las mujeres, no importa si es una sudafricana de clase media alta que llega a las grandes pasarelas del mundo o una muchachita de 13 años que se la roban de su pueblo en la sierra, están cosificadas totalmente. Los certámenes de belleza, detrás de ese carácter festivo e inofensivo, promueven prácticas tremendas de cosificación, de imponer estándares. Y todas las mujeres de la novela están en eso. No importa si es la que está casada con el millonario, la esposa del político, la que sea, todas tienen un papel que jugar en donde aparentemente se exaltan sus virtudes, pero en realidad están limitadas, silenciadas y obligadas a cumplir con roles con los que no están convencidas. Y haciendo uso de los privilegios de la ficción, me atrevo a explorar la psicología de la concursante, de la reina de belleza, que aun estando en un sitio que envidiarían millones de muchachas en todo el mundo, ella siente que entró en una trampa de la que no va a poder salir. Hay testimonios de eso, muchas muchachas que han ganado certámenes de belleza dicen: Ya no me podía salir, aunque quisiera.
Me parecía que, en esa lectura de las armas como reinas, las mujeres eran usadas como armas.
Más que un arma, porque el arma podría ser esgrimida contra alguien más... A eso me refiero con la cosificación: las mujeres se convierten como en un terreno de disputa entre los machos. Queda clarísimo cuando este político, al que llaman el Tiburón de Escuinapa, está hablando con su compadre, un empresario de muy alto perfil, y se refieren a las chicas como a caballos de su hacienda. Y, efectivamente, insisto, en nuestra historia reciente tenemos políticos que así se expresan de las mujeres. Y tiene que ver, efectivamente con esto que estás diciendo tú, con una posición de poder, en donde cosifican no sólo a las mujeres, sino a las personas, a quien sea, pero, especialmente, a las mujeres.
Con ese empresario que menciona, Manuel, compadre del gobernador Román Higareda, y casado con una ex Miss Universo danesa y actriz, Katja Christensen, no pude evitar pensar en Miguel Alemán Velasco, empresario, político, ex gobernador de Veracruz, e hijo del presidente Miguel Alemán, quien se casó con la francesa Christiane Martel, actriz y Miss Universo 1953.
Sí, Miguel Alemán se casó con Christiane Martel, que efectivamente fue Miss Universo y actriz.
En esa edición de Miss Universo 1978 concursó Maribel Guardia, actriz y cantante. Tenía 18.
Sí, Miss Costa Rica, por ahí la menciono también. Ganó el premio de Miss Fotogenia.
Un clímax de la novela son las protestas feministas afuera del teatro Ángela Peralta, sede de Miss Universo en Mazatlán 1978. Recuerdo protestas en Miss Mundo, en Londres 1970, por parte de feministas y activistas contra el apartheid en Sudáfrica. Incluso hay una película con Keira Knightley que juega con los nombres, Misbehaviour. ¿Tomó estas protestas como referencia?
Estas protestas no nada más ocurrieron en Inglaterra. Hubo en la ciudad de México, afuera del Auditorio Nacional (Miss Universo 1993). Ahora nos parece increíble que no haya registros, pero nos tocó todavía esa época en donde había una aplanadora que instalaba versiones oficiales, y eso fue lo que ocurrió no nada más en el 78, sino en muchas ocasiones. No importa que hubiera protestas. De hecho, y hay notas periodísticas al respecto el Cisen (Centro de Investigación y Seguridad Nacional, policía política) investigó estas amenazas que recibían los concursantes y también investigaba a las concursantes, como a la de Argentina, a la de Chile. Este doble discurso de que no había sesgo político en el certamen cuando incluso la inteligencia, la policía política, investigaba no sólo a las participantes, sino a las mismas concursantes, nos habla de un ambiente muy politizado. También porque eran reflectores tan grandes, que cualquier comentario era peligroso. Era un ambiente tan cuidado, que se resume en la novela con el artificio y la mampostería que rodea a las muchachas.
Desde el 78 hubo manifestaciones. Incluso había muchos reporteros. Son como trampas. En la novela el periodista se llama Joaquín Garay, y muchos me han dicho: Oye, ¿es Ricardo Garibay? Por supuesto, hay mucho de Ricardo Garibay, pero también de Federico Campbell, que fue mi maestro muy cercano, y de quien tengo las notas. En el 78 Campbell estaba haciendo para Proceso notas críticas alrededor del certamen Miss Universo. Hace unos días subí una a mis redes, en la que entrevista a la actriz Ofelia Guilmain sobre las manifestaciones y del sesgo racista que tiene el certamen, porque, por ejemplo, Sudáfrica, antes del 78, solía mandar dos representar a dos representantes a los certámenes de belleza, una negra y otra blanca. Y traían diferentes bandas: la blanca traía Miss Sudáfrica y la negra Miss África del Sur, un país que no existía. Ese rasgo que aparece mencionado en la novela, y pensé que mucha gente iba a pensar que nomás era una vacilada o una crítica, pero son hechos comprobables, que parece que los escribió Jorge Ibargüengoitia, cuando eran prácticas de la época.
Miss Universo nació en 1926, el próximo año sería su centenario. Pero el registro oficial es de 1952. Christiane Martel ganó la segunda edición. Y hablando de cosificación de las mujeres, de sus nexos con políticos y empresarios, alguien que se apoderó de ese concurso, casi como coto de caza, fue Donad Trump, que adquirió el certamen en 1996. Hoy, él es por segunda vez presidente de Estados Unidos. ¿Qué opina de esto ahora que La noche de las reinas ya está en librerías?
Diría Úrsula Iguarán, uno de los personajes centrales de Cien años de soledad: El mundo, la historia y el tiempo están dando vueltas en redondo. Así lo dice ella y así lo vemos nosotros. Es decir, discursos en los 70 sorprendían y nos sorprenden vistos hacia atrás, los encontramos ahora. La investigación y la redacción de la novela la hice hace cuatro años. Y no vislumbrábamos que fuéramos a llegar otra vez a estos escenarios. Y estamos llegando. Sí, es una pregunta recurrente: Que si quería hacer un espejo de lo que está ocurriendo ahorita, pues no quería, porque no sabía que iba a llegar. Pero me sorprende mucho porque los discursos parecen calcados con copias al carbón de lo que ocurría entonces.
Hablando de discursos de misses, mi favorito es el de la aspirante a Miss Panamá en 2009, Giosue Cozzarelli, hoy exitosa empresaria, que en la pregunta final, sobre quién fue Confucio, respondió: “Confucio fue un chino-japonés de lo más antiguo que inventó la confusión”.
Sí, lo recuerdo. Sólo te agrego: la lectura de La noche de las reinas no es en clave realista, sino aprovechando la ficción. Por eso, un fact checker se va a volver loco leyendo la novela. Para empezar, Miss Universo 1978 no fue en Mazatlán. Decía Juan José Saer: “La ficción no es lo contrario de la realidad, sino su complemento, nos ayuda a decir cosas que no se pueden decir en el otro registro”.
AQ