DOMINGA.– La Generación Z no es silenciosa, tampoco el centro homogéneo de la convocatoria. Los testimonios muestran algo más complejo y honesto: sí, algunos grupos de derecha pudieron encender la chispa, pero lo que emergió en la calle fue mucho más amplio. Jóvenes progresistas, causas de seguridad, ecológicas, feministas, hombres que se organizan, desencantados totales. Muchos que pisaban una marcha por primera vez y, junto a ellos, un contingente adulto numeroso y contundente.
Esa mezcla generacional es justo lo que rompe toda simplificación con las protestas. Lo que une a todos no es una identidad política clara, ni una bandera común. Lo que comparten es algo mucho más transversal: descontento y redes sociales en la mano.
A mediados de noviembre, en las calles de México, irrumpió una manifestación convocada íntegramente a través de las redes sociales bajo el lema “Somos Generación Z México”. El 15 de noviembre, miles de personas –jóvenes, adultos y adultos mayores– se movilizaron en distintas ciudades del país e incluso en el extranjero. Adoptaron al anime One Piece como símbolo y al llamado Movimiento del Sombrero, impulsado por Carlos Manzo, como brújula narrativa.
La movilización en la ciudad capitalina terminó con violencia: el Gobierno de la Ciudad de México informó que la manifestación dejó un saldo de 120 personas lesionadas, entre policías y civiles, así como 40 detenidos. Esto provocó que, de inmediato, se lanzará una segunda convocatoria para marchar en la capital el 20 de noviembre.
Por su propia naturaleza, esta segunda movilización tuvo una afluencia mínima: ocurrió apenas cinco días después de la del sábado, en pleno día laboral, y con la ambición de contraprogramar el desfile militar por el 115 aniversario de la Revolución. La convocatoria –dividida entre el Ángel de la Independencia y en Ciudad Universitaria– no logró consolidarse y terminó por poner en pausa, por ahora, el impulso que había mostrado ese tan cercano 15 de noviembre.
La distancia entre un ‘click’ y el asfalto
El jueves 13 de noviembre, dos días antes de la primera manifestación, en su “Mañanera del Pueblo”, el gobierno presentó un análisis digital para demostrar que se trataba de una convocatoria inorgánica, pagada, con la participación de la derecha internacional, con cuentas de redes sociales operadas desde el extranjero y que apoyaban a la oposición. Además, se buscó evidenciar cómo es que panistas y priistas –y empresarios como Ricardo Salinas Pliego– han utilizado a la Generación Z y se han montado en esta campaña.
Claudia Sheinbaum, ese mismo día declaró: “Si hay jóvenes que tienen demandas, me parece muy bien que se manifiesten ahora, el asunto aquí es quién está promoviendo la manifestación [...], es muy importante que se conozca”.
La postura del gobierno quedó definida de inmediato: esto fue financiado internacionalmente; existe una coordinación internacional. Sin embargo, ese marco no es nuevo ni debería sonar conspirativo. La coordinación política de la ultraderecha transnacional se practica desde hace años, de manera abierta. Ahí está el ejemplo de Vox y la llamada “Iberosfera”, creada y promovida por el partido ultraderechista español, cuyos dirigentes la presentaron en 2020 durante la fallida moción de censura contra Pedro Sánchez. No esconden nada, lo dicen claro: buscan articular diálogos y estrategias entre sectores de derecha y extrema derecha en la región. Hay coordinación, igual que durante décadas la izquierda también buscó coordinarse.
Existe solidaridad entre movimientos de derecha y ha sido una construcción deliberada. La Iberosfera tuvo su mayor eco en el terreno partidario, y México no fue ajeno: desde esos años muchas figuras del PAN aparecieron públicamente junto a Vox. Nada nuevo bajo el sol.
Lo que hay que señalar es que las manifestaciones de la Gen Z tienen un carácter nacional. Ninguna persona cruza la puerta de su casa para protestar porque un líder extranjero se lo sugirió en Facebook. La distancia entre un click y el asfalto se salda con la inconformidad doméstica, no por instrucciones externas.
En esta manifestación del 15 de noviembre, pude comprobar después, todos estaban ahí porque se habían enterado online, sí, pero pasaron de la información blanda al asfalto duro de las calles, de “lo virtual” a “lo real” por alguna causa que no deja de ser válida. Y por eso mismo, decir que “fue la ultraderecha internacional” suena antiguo y es insuficiente para explicar los fenómenos sociales locales. Hay un segmento real de la población que quiere movilizarse y comenzar a entenderlos parece importante en los tiempos actuales.
El territorio digital: entre “los chairos” y los “auténticos Z”
Una investigación de MILENIO revela que el territorio digital está conformado por cinco tribus. La que domina es la de “los chairos” (45%): “Para esta tribu, cualquier asomo de protesta juvenil ajena al guinda es automáticamente sospechoso. Su narrativa es clara y homogénea: la marcha ‘Gen Z’ es una operación de la oposición para simular apoyo juvenil. Ven provocadores, ven ‘bots’, ven conspiraciones. Su tono es áspero, directo, a veces violento. No dialogan: sentencian.”
La misma investigación de Salvador Frausto muestra un patrón dentro de esta tribu oficialista: deslegitimar la marcha no por lo que propone, sino por quién creen que la organizó. O sea, replicar exactamente lo mismo que dijo el gobierno.
Y quiero detenerme aquí para destacar una vieja red flag que se repite en cada movimiento progresista cuando llega al poder: el rechazo a todo el que piensa distinto. Me responderán que la política de hoy es polarización. Sí lo creo pero, como al progresismo siempre se le exige más, yo diría: pareciera que el poder bloquea la autocrítica dentro de los propios movimientos, lo que da como resultado ese ego en masa insoportable que, más de una vez –toco madera–, ha contribuido a destruir los proyectos populares desde adentro.
Ahora veamos la otra cara de la moneda. La misma investigación revela que existe otra tribu, “los auténticos Z” (18%), un grupo que sí está ahí pero que todavía no termina de afinar su orientación. Frausto lo resume así: “no son ‘bots’, no son adultos jugando a ser jóvenes; son muchachos reales que sí están participando en la conversación”. Fui a buscarlos, a escucharlos, al lugar donde sabía que los iba a encontrar: la calle. Y en efecto estaban ahí: firmes, reflexivos, desencantados. Jóvenes atravesados por el descontento y conectados por las redes sociales.
Los auténticos Z en la marcha del 15 de noviembre
Angélica, de 25 años, marchó acompañada de su esposo. Le pregunté por qué salió: “por mucho y por todos, por todos los mexicanos”, dijo. “Están pasando muchas injusticias en nuestro país. Ya perdí a una amiga, nos han extorsionado en el trabajo, nos han robado y no pasa nada. Queremos trabajar pero nuestra competencia directa se dedica al lavado de dinero. Estamos hartos, es mucho dolor el que sentimos”.
¿Y qué pasó con su amiga?. La voz se le quiebra: la amiga de la infancia fue asesinada por su novio, quien la estranguló y la quemó junto con su departamento. “No pasó nada, no hubo ningún culpable, él sólo se fue y ya”, dice Angélica ya rota en un llanto que no le quita las ganas de continuar hablando.
“La importancia de esta manifestación es que la gente voltee a ver: que no están solos, ese sentimiento de injusticia, de hartazgo, de impunidad, de no saber quién nos va a proteger. Somos muchos los que exigimos justicia, los que pensamos igual, que queremos un cambio. No importa si es PRI, PAN o Morena”.
¿Qué espera de esta marcha? “Que provoque diálogos en familia, entre amigos, en el trabajo; que la gente empiece a cuestionarse si lo que está pasando es correcto o no. Eso me gustaría: que empiecen esos diálogos sobre lo que pasa en el país. Y así la gente va a empezar a informarse, a exigir justicia y sus derechos”.
Sobre el gobierno es tajante: “esta presidenta vive en una realidad alterna, no nos representa, le es indiferente nuestro dolor, vivir con miedo de que mañana yo no esté”. Angélica me confesará que no ha tenido hijos porque teme no saber cómo reaccionaría si un día no aparecen. Se enteró de la marcha por redes sociales.
En la movilización avanzaban también mujeres militantes del movimiento feminista, así se autopercibian y sus pañuelos verdes lo dejaban claro. Fernanda y María, de 20 y 21 años, lo dicen sin rodeos. Fernanda no se siente representada por la primera presidenta mujer: “nos asesinan, nos desaparecen todos los días, y el gobierno no hace nada. Estoy aquí por la inseguridad que sufrimos las mujeres”. María coincide: “pasan los gobiernos y para las mujeres todo sigue igual”.
Unos pasos más adelante están los chicos. Uno sostiene un cartel que dice: “la perspectiva de género no es igualitaria… es discriminatoria”. Se llama David, tiene 27 años. “La marcha es muy ecléctica: todos estamos en contra del gobierno pero nos importan cosas distintas”. Está muy enojado: considera que este gobierno es “ultrafeminista” y “están discriminando a los hombres a partir de leyes y políticas”.
Llegó convocado por X y vino con un contingente de hombres que luchan por los derechos de la infancia. “Hay una legislación de violencia vicaria que sólo aplica contra el hombre. Yo apoyo esa causa”. Los conoció por redes. Le pregunto: ¿qué tiene que ver eso con la inseguridad?, y responde convencido: “es en contra del gobierno; si hay algo que no te guste, aquí puedes estar”.
Roberto, de 25 años, enmarca similitudes con los anteriores y me entrega un folleto que se titula: ‘¡Los niños están en peligro!’, me dice que salió a las calles porque hay mucha inseguridad en México y el gobierno está ocupado en la “ideología de género” que él considera un “caballo de Troya anticientífico” ligado a la Agenda 2030 y al “Nuevo Orden Mundial”.
Al notar mi acento, dice: “¡Viva la libertad!”, frase acuñada por Javier Milei y menciona que ven seguido por redes sociales. También se convocó a la marcha por redes. Al saludar a Mario Alberto, de 24 años, me recibe con un “¡Bienvenida! ¡Arriba Milei!” imitando el tono argentino. Le pregunto por qué marchó: “la muerte de Carlos Manzo me hizo salir de casa. Hay mucha violencia, estoy cansado, siento que hay un desgobierno”. También se enteró por redes. Es su primera protesta.
La segunda marcha de la Gen Z
Ya en la segunda manifestación, la del 20 de noviembre, me entrevisté con Andrés, de 23 años, estudiante de Biología. A diferencia de otros, él protesta por un tema ambiental: “vengo a exponer el deterioro ambiental del país”. Le indignó la violencia del 15N y, sumada a los ecocidios que ha observado, decidió salir.
Se enteró por X, por un posteo de especialistas ambientales, y se organizó mediante un servidor de Discord. “Es nuestro futuro. Sin salud en los ecosistemas no hay salud humana. El gobierno de Claudia Sheinbaum no está haciendo nada. Semarnat [Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales] y Profepa [Procuraduría Federal de Protección al Ambiente] no tienen presupuesto suficiente”. Es la primera vez que se manifiesta.
Iqui, de 24 años, porta, desafiante, la bandera del orgullo LGBT+ en su cuello. Sus motivos son dos: ver quiénes habían acudido y, al mismo tiempo, molestar al gobierno. “Quiero mostrar que hay gente que no es bot, que no está pagada. También quiero hacer enojar al PAN, para que vean que tampoco estamos de acuerdo con sus políticas de ultraderecha. Y por supuesto al PRI, porque el PRI ha sido una basura todo este tiempo”.
Su cartel dice: “Morena, PAN, PRI: todos la misma chingadera”. Habla de la impunidad y de la protección a delincuentes y militantes del partido oficial. Le molesta que lo llamen bot: “vine a demostrar que no lo soy y que nadie me paga”. Supo de la manifestación por YouTube.
José Sandoval, de 26 años, dice que México vive una carencia total de estado de derecho. Reconoce, orgulloso, que asistió jurídicamente a los detenidos del 15N. “Nos une el descontento por la mala praxis del gobierno. No hay seguridad jurídica”. De la marcha se enteró por TikTok, Facebook e Instagram.
Raymundo, de 25 años, marcha “por los que no están, por las personas que mueren”. La injusticia es su principal causa. Su hermano lo ha invitado a asistir, se han enterado por Facebook e Instagram. Él es de los que reconocen la baja participación de esta nueva jornada y lo atribuye a que es jueves, día laboral. Me cuenta que él marchó igual contra gobiernos del PAN, cuando éstos fallaban.
Todos tienen algo en común: descontento y redes sociales.
Los protagonistas no eran los jóvenes
Aunque los jóvenes estaban ahí, la manifestación no fue sólo “de jóvenes”. Fue intergeneracional, heterogénea en términos de edad. Lo que sí se puede afirmar es que fue masiva y auténtica. Hay un malestar profundo y real ligado al tema de la violencia y la inseguridad que atraviesa al país.
Jorge, de 65 años, me cuenta: “Nací en el ‘60. En el ‘68 fue la matanza de Tlatelolco, con Díaz Ordaz. Yo lloré esa noche. Supe que estaban matando estudiantes. Desde entonces he visto la misma ausencia de paz, justicia y seguridad. Y tampoco hay bienestar económico, educación, salud, vivienda. En los últimos 30 años la violencia con los delincuentes se complicó más: están protegidos por el poder”.
Cree que se necesitan verdaderos representantes del pueblo, que defiendan causas de justicia. “Nadie está exento de caer en la miseria en este país”. Me confiesa que aún lee los periódicos y que por ahí se enteró de la manifestación.
Adrián, de 43 años, habla del símbolo que convocó la marcha: un muñequito –hablándome del anime de One Piece– conocido mundialmente por estar contra el poder. “Aquí le damos otro contexto: salimos para derrocar al gobierno”. Describe la marcha como multicolor. “Venimos a defender el derecho a la protesta. El gobierno siempre dice ‘son de derecha’ para asustar. Su cartel dice: “No somos antisistema: el sistema es anti-nosotros”. No va con ningún partido. “Es demasiada la violencia que atraviesa a México”.
A sus 50 años, Pablo protesta por la indignante situación de inseguridad. Se informó por Facebook. Habla de ausencia de respuesta del gobierno, excusas, ataques mediáticos y persecución política. Opina que todos los partidos son iguales. Se siente representado “por el sombrero, por el pueblo”. Dice que Morena es “el arca de Noé: ahí reciben a todos los peores”.
Germán, de 39 años, marcha para apoyar a la Generación Z y para que el mundo se entere de lo que pasa en México: el desgobierno y la inseguridad. No se identifica con ningún partido, pero elegiría al PAN como “mal menor”. Llegó convocado por X y por las redes de los jóvenes.
¿Qué significa todo esto? Malestar y redes sociales
La Generación Z no es silenciosa pero tampoco fue el centro homogéneo de la convocatoria. Los testimonios muestran algo más complejo y más honesto: sí, algunos grupos de derecha pudieron encender la chispa, pero lo que emergió en la calle fue mucho más amplio. Jóvenes progresistas, causas de seguridad, ecológicas, feministas, hombres que se organizan, desencantados totales, y muchos que pisaban una marcha por primera vez. Y junto a ellos, algo aún más revelador.
Un contingente adulto tan numeroso y contundente como los jóvenes. Personas de 40, 50, 60 años que dicen llevar décadas acumulando agravios con los gobiernos pasados, con décadas de violencia y con un Estado que nunca los ha protegido. Esa mezcla generacional es justamente lo que rompe toda simplificación.
Lo que une a todos no es una identidad política clara, ni una bandera común. Lo que comparten es algo mucho más transversal: descontento y redes sociales. Malestar y plataformas. Esa es la ecuación que hoy convoca, articula y acelera movimientos que no responden a estructuras tradicionales ni a etiquetas ideológicas, en México y en el mundo.
Ahí entra Martín Gurri, quien viene advirtiendo desde 2014 que vivimos una revolución en la relación entre el público y la autoridad. Según Gurri las redes sólo tienen éxito cuando hay un punto de referencia: un tema, una persona, un acontecimiento que funciona como centro gravitacional y principio organizador de la acción. Si la jerarquía exige orden, la red responde desde la fractura, incluso desde el nihilismo. En este caso, ese punto de referencia está a la vista: el asesinato de Carlos Manzo. Un crimen brutal, expuesto y que sintetiza un recordatorio de lo que atraviesa México desde hace décadas.
A partir de ahí, la pregunta de fondo no es quién “inició” la convocatoria, sino algo más estructural: ¿qué hace que este malestar sea o no políticamente relevante? Gurri plantea dos criterios: el deseo de gobernar y la capacidad de ejercer poder. Las redes sirven para protestar, interrumpir, incluso tumbar… pero no para gobernar.
Por eso la pregunta final no es sólo descriptiva, sino política: ¿quién quiere gobernar a los desencantados de México? Ese público descontento existe. Está ahí. Puede multiplicarse en horas y apagarse igual de rápido. Lo vimos el 15N. Pero mientras no exista un liderazgo que quiera –y pueda– representar este enojo disperso, no es posible anticipar consecuencias directas.
Hay quien podría empezar a perfilarse, aunque todavía no se muestre del todo. Esa conversación apenas comienza en el país de la Cuarta Transformación. Lo que sí quedó claro, una vez más, es que la acción en red está viva: jóvenes indignados, adultos hartos, nuevas derechas globales, la derecha tradicional, feministas, ecologistas, trabajadores precarizados, ciudadanos que no confían en ningún partido. Todos conectados por el descontento profundo y con redes sociales en la mano.
GSC/ATJ