Policía
  • Licores de papa: el otro huachicol del narco sirve de caja chica

El huachicol de papa fortaleció las ganancias del crimen organizado sin disparar un solo tiro. | Foto: Especial

La producción y venta de vodka de papa, tepache de maíz, aguardiente de miel, vino de guayaba y pulque de arroz está en manos de los cárteles, revela un informe de la Defensa.

En el 2010, el penal de Topo Chico, en Monterrey, Nuevo León, tenía cinco directores: uno había sido nombrado por el entonces gobernador Rodrigo Medina y cuatro estaban designados por los hermanos Morales Treviño, Miguel Ángel y Omar, Z40 y Z42.

El director oficial, en los hechos, era un simple subordinado de la tetrarquía de Silber, Bono, Tom y Jorge, quienes como operadores financieros de Los Zetas tenían el encargo de dirigir aquella cárcel como un centro de negocios sucios.

Los Contadores de Los Zetas dirigían la extorsión, venta de drogas, reventa de celulares para fraudes y muchos otros delitos entre los muros de la cárcel. 

Pero una actividad clandestina sobresalía por su facilidad y capacidad de fortalecer al grupo criminal: el huachicol… pero la primera versión de ese delito, la menos conocida.

Hace 15 años, esa palabra no se usaba para referirse al robo de combustible. Menos existían conceptos como “huachicol” o “huachigas” —extracción ilegal de gas natural— o la “huachagua” —el hurto o uso ilegal del agua. 

En el crimen organizado de antaño servía para describir un mercado negro que en el penal de Topo Chico era controlado por Los Zetas y que consistía en fermentar papa para crear una especie de vodka barato y aturdidor que se vendía en menos de cinco pesos el litro a la población penitenciaria.

Por cada litro vendido, estos primeros huachicoleros se quedaban un peso para su ahorro personal. Los Zetas recibían los cuatro pesos restantes. 

En aquel 2010, la población penitenciaria sólo en Topo Chico rozaba los 4 mil internos, así que el “huachicol de papa” le daba a Los Contadores unos 10 mil pesos todos los días sin necesidad de hacer un sólo disparo ni derramar una gota de sangre. Una útil caja chica.

“Los Zetas bardearon en el Topo (Chico) un jardín y ahí se cultivaba la papa. Es una verdura bendita, porque se da en todos lados. Muy noble. Y al jardín nadie se metía, ni siquiera el director o los custodios, porque se les mandaba a matar. 
“Se sacaban las papas buenas, se fermentaban con levadura y azúcar y en unos días te salían litros de alcohol que rebajabas con agua y se vendían en el patio”, cuenta una fuente a MILENIO que vivió en la cárcel hasta el 2020, cuando el gobernador Jaime Rodríguez, El Bronco, diagnosticó que la prisión estaba infestada de corrupción y que sólo se podía curar con su destrucción acelerada.
Hermanos Treviño Morales
Cuatro directores de Topo Chico estaban nombrados por los hermanos Morales Treviño Morales. | Foto: Especial

Ese primer huachicol, además de generar ingresos para los cuatro directores no oficiales, tenía el objetivo de aprovecharse de las adicciones de las personas recién egresadas a la cárcel neoleonesa: si querían comprar alcohol adulterado a un precio bajo, los internos debían afiliarse a Los Zetas. 

Con esa regla, Los Contadores se aseguraban de que pocos tuvieran incentivos para unirse al Cártel del Golfo.

Si alguien decidía irse a un bando contrario a Los Zetas, entonces debería lidiar con los efectos del síndrome de abstinencia, pues nadie les vendería ese licor de papa embrutecedor que les hacía olvidar el hambre y el encierro. Así, los de la última letra engrosaron sus filas y consolidaron su estancia en el reclusorio.

No cualquiera podía ser un “huachicolero del Topo”: era un privilegio ganado a pulso por servir con incondicionalidad a Los Contadores en las cuatro suites que habían transformado como sus residencias de lujo en el área de Mantenimiento. 

Los primeros huachicoleros carcelarios tenían prestigio y poder. Líderes medianos de un negocio pujante.

“Eso siguió por años, muchos años después. Los Contadores fueron sustituidos en el control del penal por El Comandante Duque y él siguió con el negocio del huachicol. Lo mismo El Gordo Anáhuac y otros líderes como El Rayas
“Hasta que un día escuché al presidente Andrés Manuel López Obrador hablar de huachicol y ahí me enteré que también significa robar la gasolina”, narra la fuente. 
“Pero en mis tiempos, huachicolero era otra cosa y a veces se olvida que eso sigue existiendo en las cárceles”.

Tepache de maíz, aguardiente de miel, vino de guayaba…

Pero el whisky de papa no es la única bebida espirituosa, los cárteles también producen clandestinamente tepache de maíz, aguardiente de miel, vino de guayaba, pulque de arroz y otros licores a base de plátanos, manzanas, peras, zanahorias y hasta mayonesa. 

Y no sólo Los Zetas están en este negocio: cada mafia tiene su bebida.

La palabra huachicol siempre ha estado relacionada con el robo y al fraude, pero no necesariamente con los ductos de Petróleos Mexicanos.

El Diccionario del Español de México ubica los primeros usos de esa palabra en la década de los 50 del siglo pasado, cuando los campesinos usaban una pértiga conocida como cuachicol para robar manzanas, peras y guayabas de los árboles. 

Luego, fermentaban esa fruta para crear un licor artesanal que vendían a los dueños de las cantinas cercanas para que rebajaran las bebidas compradas legalmente y obtuvieran mejores ganancias por cada botella de aguardiente, ron, vodka, tequila y hasta whisky.

En tanto, la Academia Mexicana de la Lengua explica en su Diccionario de Mexicanismos que el término “huache” puede tener un origen maya y se usaría para nombrar a los forasteros o ladrones. 

Luego, se le añadió el “col”, que denota una actividad económica. El huachicol es, entonces, la ocupación de quienes se dedican robar y revender recursos naturales, como las frutas. Luego vendrían los saqueadores de petróleo, agua o gas.

Muchos de esos primeros huachicoleros terminaron en la cárcel por aquellos robos simples. En su mayoría, no eran delincuentes peligrosos ni violentos, sino gente necesitada de un ingreso extra para aliviar la pobreza de la década de los 60 y 70. 

Y cuando llegaron a las prisiones sin un centavo en la bolsa, recurrieron a su habilidad para fermentar la comida para convertirse en contrabandistas de alcohol artesanal.

Los métodos fueron pasando de generación en generación, como las abuelas que heredan a las madres sus recetas de cocina o padres que legan a hijos la técnica de un oficio. 

Y lo que empezó como un negocio de supervivencia para los más marginados de las cárceles rápidamente fue cooptado por el crimen organizado que lo ha perfeccionado hasta nuestros días para aprovecharse de las adicciones y ampliar su base social.

Uno de los ejemplos más notables está en Zacatecas, donde la presencia en las calles por parte del Cártel Jalisco Nueva Generación se trasladó hasta las celdas del penal de Cieneguillas, una de las cárceles más peligrosas del país.

Tras un motín ocurrido el 31 de diciembre de 2019, que dejó 16 internos asesinados, las Fuerzas Armadas tomaron control de la cárcel.

Penal de Topo Chico
Penal de Topo Chico. | Foto: Raúl Palacios

Y cuando los militares recorrieron las instalaciones para decomisar armas y drogas, encontraron un huerto ubicado frente a la escuela primaria penitenciaria “Luis Álvarez Barret”. Ahí hallaron rifles y “puntas” escondidas entre maizales regados con esmero que contrastaban con el abandono del lugar.

Las investigaciones de la Defensa Nacional a las que MILENIO tuvo acceso revelaron que la milpa no servía para el objetivo original de autoconsumo de tortillas, sino que líderes carcelarios del Cártel Jalisco Nueva Generación, como El Pelón, controlaban un negocio aparentemente menor comparado con otros en manos de Los Zetas y el Cártel del Golfo: la cosecha de maíz para fermentarlo y crear una especie de tepache que, combinado con etanol ingresado a escondidas a la cárcel, alcanzaba una graduación alcohólica cercana al 50 por ciento.

En la cárcel zacatecana a esa vieja receta se le conocía desde hace décadas como una invención simple y efectiva para controlar a los internos. 

Además, es un mercado negro de bajo riesgo, pues el alcohol de la cárcel sólo puede hacerse gracias a autoridades omisas o corruptas.

Cada cártel tiene su bebida

Esta primera forma de huachicol tiene distintos nombres por el país. En el Reclusorio Oriente de la Ciudad de México, donde manda La Unión Tepito, le llaman “pulque canero”

En el penal de Las Cruces en Acapulco, Guerrero, el Cártel Independiente de Acapulco nombra al licor hecho en la cárcel como “turbo”. En la prisión de Pancho Viejo, Veracruz, el Cártel del Noreste le llama “chicha”. En Chile, le llaman “pájaro verde”. Y en Estados Unidos es hooch.

La Nueva Familia Michoacana usa Kool-Aid y basura para crear el huachicol embriagante. La Barredora de Tabasco utiliza mayonesa y plátanos. Y en los penales de Chiapas se mezcla arroz con cáscaras de zanahorias y barniz de uñas para crear un aguardiente que debe rebajarse con refresco de cola para no dejar ciego a quien lo bebe.

Y en las cárceles de Sinaloa se le llama “falso” o “mielchicol”, debido a que una de las materias primas es la miel, que se rebaja con agua y luego se le añade levadura para convertir los azúcares naturales en alcohol. 

Es una receta parecida a la de hidromiel, pero que mezclada con otros licores ingresados clandestinamente a la cárcel se convierte en un almíbar embrutecedor de alta demanda.

En penales sinaloenses bajo el control de Los Chapitos, como el de Aguaruto en Culiacán, cada botella es mucho más que lo que aparenta: el “falso” es dinero en efectivo y poder sobre la voluntad de otros. 

Los marginados lo compran con la urgencia de un adicto y lo beben con la sed de un náufrago; los poderosos, los jefes carcelarios, lo almacenan y lo distribuyen estratégicamente a cambio de favores.

El huachicol de Aguaruto, por ejemplo, sirve para enrolar a un interno dentro de alguna facción de los hijos del Chapo Guzmán; compra mudanzas a celdas más cómodas y lujosas; se intercambia por armas para usarse en caso de motines y fugas; incluso, es una moneda con la que se adquieren televisores, celulares, protección y hasta favores sexuales.

Penal de Apodaca.
Esta forma de huachicol tiene distintos nombres por los distintos penales del país. | Foto: Especial

Apenas el 20 de agosto, elementos de la Policía Estatal Preventiva apoyados por la Guardia Nacional y el Ejército Mexicano hicieron una inspección sorpresa a los módulos 8 y 21 de aquel penal donde se fugaron 51 reos para apoyar a Los Chapitos en la revuelta del 17 de octubre de 2019 conocida como El Culiacanazo

Primero, los policías encontraron envases vacíos; luego, miel y levadura; finalmente, 12 botellas de 300 mililitros con huachicol embriagante. Se habían topado con una destilería clandestina del crimen organizado.

El hallazgo en el mismo dormitorio donde se guardaban 800 paquetes de cigarros de marihuana, 40 celulares, 12 radios, armas cortas, largas y municiones dio a las fuerzas federales una idea de lo que tenían enfrente: este alcohol artesanal no era una picardía de la cárcel, sino un negocio lucrativo en una cárcel dominada por los ahora enemigos de Ismael El Mayo Zambada.

Al igual que el huachicol moderno que roba combustible a Pemex, o el huachicol fiscal que erosiona las finanzas públicas del país, el huachicol de la cárcel da poder y dinero al crimen organizado.

Se trata de un mercado negro poco atendido por las autoridades penitenciarias que siguen una máxima del refranario mexicano: “huachicol que no has de beber, déjalo correr”.

ksh

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Óscar Balderas
  • Óscar Balderas
  • Oscar Balderas es reportero en seguridad pública y crimen organizado. Escribe de cárteles, drogas, prisiones y justicia. Coapeño de nacimiento, pero benitojuarense por adopción.
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