La relajación de las distorsiones en los precios de los bienes tras la pandemia se hizo aún más patente a fines de la semana pasada, cuando el CEO de Walmart afirmó que esa corporación prevé una deflación generalizada de sus precios conforme se acerque la temporada navideña. Los medios financieros no tardaron en hacerse eco del anuncio.
Hablar de deflación suena provocador, sobre todo tras dos años de obsesión constante por la inflación. Sin embargo, el pronóstico de este gigante del comercio minorista low-cost no fue realmente una sorpresa, teniendo en cuenta la desaparición progresiva de las ayudas fiscales, la ralentización de la demanda de los consumidores y la bajada del precio de los insumos.
En conjunto y como se observa en nuestro gráfico de la semana, el afianzamiento de la desinflación no es un fenómeno exclusivo de EU, ya que en las demás grandes economías el alza de los precios también sigue ralentizándose. En la zona euro, la inflación cayó bruscamente al 2.9% en octubre, una caída brutal teniendo en cuenta que hace un año alcanzó el 10.6%. El IPC del Reino Unido también experimentó una fuerte caída: desde el máximo del 11.1% registrado en octubre del año pasado hasta el 4.6%. Los responsables de la política monetaria mundial se encuentran por lo tanto ahora en un punto delicado del ciclo de ajuste. Tanto el presidente de la Fed, Jerome Powell, como la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, mantienen una retórica cautelosa, tranquilizando a los inversionistas con señales de improbabilidad de una relajación monetaria en un futuro próximo. No obstante, los riesgos de un ajuste excesivo que podría causar dificultades económicas innecesarias y pérdida de empleos frente a los riesgos de no hacer lo suficiente y permitir que la inflación repunte lo que podría dañar la credibilidad de las autoridades monetarias están ahora mucho más equilibrados.
El grado de influencia de los bancos centrales en el desarrollo de estos acontecimientos es discutible, puesto que la política monetaria apunta a la demanda final. En nuestra opinión, el repunte de la inflación tras la pandemia de Covid-19 es en gran medida el resultado de shocks sucesivos en el lado de la oferta seguidos de estímulos fiscales de carácter procíclico. Por otra parte, los problemas de credibilidad son menos preocupantes con los niveles actuales de inflación, que son altos, pero están contenidos, frente a los niveles de hace solo un año, que rozaban o superaban el 10%. El mercado corrobora esta tendencia, ya que las tasas de inflación implícita en EU se mantienen por debajo de 2.5% en todo el espectro de vencimientos (de 1 a 30 años).
Por otro lado, las actas de la última reunión del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) sugieren que se está difuminando la atención exclusiva que este organismo dedicaba con anterioridad al cumplimiento de su mandato sobre la tasa objetivo de inflación. Las actas hacen referencia a las dos vertientes que presentan los riesgos que enfrenta el FOMC en estos momentos: la doble preocupación que suponen una inflación superior a la prevista y un crecimiento inferior al previsto. Del mismo modo que nos sorprendió la velocidad del repunte de la inflación, puede que también nos asombre la velocidad de su bajada.
Teniendo en cuenta la financiarización sin precedentes de la economía mundial, la frontera entre tener un problema de inflación y enfrentarse a una crisis de deflación es muy estrecha en la actualidad. Los bancos centrales no pueden ignorar la dimensión de la estabilidad financiera, que es su principal condicionante a la hora de formular sus políticas. Los mercados de capitales deben asegurarse de que la deuda circulante sea renovada; de lo contrario, los impagos podrían producirse en cascada, y los bancos centrales se enfrentarían de nuevo a la deflación, aunque en esta ocasión se trataría de una deflación real y no potencial. En nuestra última edición de CIO Monthly (publicada el 13 de noviembre), expusimos detalladamente las razones que nos llevan a pensar que unas tasas superiores al 5% no son sostenibles para las principales economías occidentales, por lo que no nos extenderemos aquí sobre el tema. En resumen, basta decir que los bancos centrales podrían estar más cerca de bajar las tasas de interés de lo que les gustaría admitir. En estas circunstancias, seguimos creyendo que es prudente asegurar de forma duradera los niveles de rendimiento actuales.