Sociedad

“Yo he rodado de acá para allá…”

Podría decir que 2019 será el primer año del resto de mi vida. Porque los cumpleaños no volverán a ser los mismos. De aquí a la eternidad y al apocalipsis, los 28 de septiembre serán recordados como el aniversario luctuoso de El Príncipe de la Canción. Lo cual me parece una fatídica, pero afortunada coincidencia. También una especie de bendito castigo, pues por mucho tiempo renegué de las canciones de José José. A excepción de esa colosal confesión, himno al orgullo de ilegalidad autodestructiva compuesta por Rafael Pérez Botija, “Mi vida” –ese estribillo “yo he rodado de acá para allá, fui de todo y sin medida” tiene toda una inconsciente apología de promiscuidad gay– con José José siempre sentí un distanciamiento con aliento a cuba libre conflictivamente heterosexual.

Nunca me ha gustado el ron en cualquiera de sus combinaciones y preparar mojitos se me hace aún más desesperante que preparar huevos benedictinos por puro antojo. El arrastre con el que José José escogía los temas de su repertorio me ponía en aprietos sentimentales por su afición a implorar a sabiendas que la derrota era inevitable. Y los gays solemos ser unos rogones de clóset. Cuando nos encontramos con el desamor encarnamos hipócritamente las canciones de El Príncipe a potencias de bomba nuclear. En ese sentido, me identifiqué más, y lo sigo haciendo, con la dignidad de acero melodramático de Juan Gabriel. Él sí que sabía sobre la necesidad de mostrar orgullo y pasión frente al rechazo.

No obstante, con José José me pasó lo mismo que Elton John: empecé a razonarlo ya entradísimos los 30 y tantos, casi hasta la extinción del tercer piso. Ambos, me parecen, nacieron con un soplo de resignación precoz, consecuencia de beberse la juventud de un solo trago, como ansiando envejecer para que sus vicios se conviertan en motivo de respeto. Dicen que Elton John dejó el alcohol y las drogas, pero es un adicto a la compras. El Príncipe de la Canción renunció a la bebida ya muy tarde, hasta que la voz se le esfumaba con el resuello. También es cierto que ambos persiguieron la pertenencia de la familia como estímulo de permanencia. En ese sentido, el Rocketman se ha estancado en la aburrida comodidad de un icono pop rehabilitado de gloriosos éxitos, que, hasta eso, envejecen bien.

Justo empecé a hacer las paces con José José conforme me hacía viejo y las consignas homosexuales mutaban a recetas caseras de igualdad y burbujas queer. Mientras aceptaba los errores como quien se acostumbra a tener el pie plano y devoraba los libros de Sándor Márai, quien me mostraba las facetas más básicas y dolorosas de la masculinidad. Lo que también podría entenderse como sencillez. Sus reflexiones sobre la amistad entre hombres como una liga homoerótica a punto de reventarse. El Príncipe de la Canción no tenía miedo a verse a sí mismo como un payaso y eso en el sentimiento gay es impensable, pues pareciera que una vez vencido el clóset solo tiene que haber una sucesión de éxitos que nos reconforte después de los traumas de negación y rechazo. El patetismo de algunos desahogos de José José se parece a los lloriqueos riffeados de J Mascis de Dinosaur Jr. y me identifico con eso.

José José parece haber sido maquinalmente fiel a la traumática turbulencia que lo persiguió desde niño y hasta sus últimos días, y por lo visto después de su muerte, convirtiéndolo en un antihéroe entrañable y popular por lo terrenal de su masculina derrota. Quizás por eso nunca entabló una conexión con las huestes de hombres homosexuales. Porque su intuición por el fracaso, además de frágilmente masculina, como dirán los defensores de los estereotipos femeninos de hoy, era demasiado real y cruda, sin distracciones de lentejuelas, plumas, maquillaje o tacones. Ni siquiera hacía falta imitarlo en un show nocturno, pues sus ansiosos gimoteos y machistas arrebatos estaban tan alcance de las frustraciones gays como un frasquito de poppers en el buró. Después de todo, los gays somos hombres, tristes monstruos de dos cabezas deslucidos por un montón de hormonas de testosterona. Habrá aquellos quienes quieran deconstruirse hasta la falsa renuncia de la nada (falsa porque empiezo a sospechar que eso de la deconstrucción es solo un pretexto para justificar un puñado de estereotipos intelectualizados), pero yo prefiero quedarme con algo de tóxica honestidad, como son los errores y la vocación de decepcionar en medio de la vorágine erótica. Soy un caso perdido como para ser una persona ejemplar. El precio de la integración social que se nos pone a los jotos es tan alto como los techos de un rascacielos en Dubái y todo para obtener reconocimiento, beneplácito y derechos sociales. Siempre demostrar que podemos ser los mejores matrimoniados y ejemplares padres, los más conscientes del lado femenino, los más fluidos en cuanto al género, los más deconstruidos y no binarios. No hay nada de transgresor en cumplir expectativas que nunca pedimos y huir de los errores. Creo que José José estaba consciente de ello. Cualquier resbalón es susceptible de ser acusado de homofobia patriarcal internalizada o machismo reconfigurado. Y suena exhaustivo. Como las ebrias reflexiones de El Príncipe. Pero al menos él tenía los huevos de hacerse responsable de lo que fue su vida, sin culpar a nadie. 


Twitter: @distorsiongay

stereowences@hotmail.com

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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